Do, re, mi, fa, sol, la, si.
Y un sorbo de café.
Se pisó las manos con el alma y se estancó en la escala que le recordaba a ella.
Se la imaginó allí sentada, con su traje rojo y su collar de perlas blancas.
Mirándole tocar las más bellas canciones para ella.
Mientras taconeaba suavecito con sus zapatos de tacón pequeño.
Su pelo rubio le caía por el hombro y algún que otro mechón tapaba uno de sus ojos cian.
Sus labios rimaban perfectamente con los de aquel pianista que no llevaba encima nada más que su traje gris. Sus ojos negros y sus cigarrillos blancos.
Y allí ambos.
Mirándose.
Besándose.
Y ella, con sus colores, matando con cada guiño al triste ya casi muerto de amor.
Do, re, mi, fa, sol... y se enamoró.
Fin.