IX

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Desde su extraño despertar en aquel lugar en medio del bosque, Hinata no recordaba haber soñado jamás, parecía que su mente siempre la encerraba en un lugar completamente oscuro donde ningún sueño era formado, como si sólo esperara la llegada del amanecer, por eso, aquello la sorprendió demasiado.

Se encontraba en un sitio al que reconocía como una montaña con una espesa neblina, estaba amaneciendo, se encontraba parada frente a lo que creía un risco con una preciosa vista del sol saliendo en el horizonte, sus brazos caían a sus costados con total tranquilidad, su pecho se lo hacía saber, estaba en un estado de paz absoluta, sus ojos se entrecerraron ligeramente, parecía que su visión pudiera enfocarse a kilómetros y kilómetros de distancia, esa vista se posó en un lago lejano, había varias personas, espectros mejor dicho, varios de ellos correteaban al rededor del lago, jugaban sin prestar mucha atención a nada más que ese momento agradable, pero lo que llamó en verdad su atención fueron un par de alas negras, eran tan grandes que incluso arrastraban ligeramente por el césped, esas extrañas ropas las conocía.

 — Obito...- Pronunció con alegría pues aquel Tengu se había girado a verle.

Poseía ambos ojos de un negro intenso, su rostro tenía esas cicatrices que ella recordaba, pero existía una diferencia importante, una sonrisa amplia, cálida y sincera, los labios del Tengu se movieron y Hinata los leyó poniendo suma atención, no había dicho su nombre, cosa que le hizo dar un paso atrás, su cuerpo se tensó al sentir a alguien siseando tras ella.

Mi querida diosa...- Aquella criatura de largos cabellos negros dislocó la mandíbula con una mirada terriblemente amenazadora, el cuello se había alargado de una manera que  Hinata le pareció repugnante, ella iba a morir, lo sabía perfectamente.

— ¡Por Kami! ¡No!- Gritó desesperada despertando de aquel sueño.

La respiración de Hinata era agitada, estaba sudando profusamente y temblaba sin poder evitarlo, se había sentado de manera abrupta e inmediatamente se abrazo a sí misma intentando tranquilizarse, jamás soñaba, de eso estaba segura, entonces ¿Por qué ahora? No lo sabía, pero estaba aterrada de aquel Tsuchinoko que en su sueño estaba frente a ella a punto de atacarla, porque esa sed de sangre era terrible, incluso mayor al del espectro de su misma especie al que habían enfrentado con anterioridad...

— Juugo...- Pensó en ese espectro de cabellos naranjas, había algo extraño en él que le hacía sentirse inquieta y antes de poder seguir meditando en ello la puerta de aquella habitación se abrió. 

— Hinata-san.- Era Kioko vestida con una yukata de color azul cobalto, su obi de tonos rojos estaba ceñido a su cintura y la tela poseía bordados rosas rojas, algunas estaban cerradas en pequeños botones a punto de florecer.- ¿Estás bien? Gritaste y he venido a verte, creí que había sucedido algo.- Su expresión era de angustia, podía notar los temblores en el cuerpo de la sacerdotisa.

 — ¿Dónde estamos?- Pregunto en un hilo de voz.

 — Es la casa principal de la aldea de exterminadores...- Respondió mientras se acercaba a ella, había cerrado la puerta tras de sí.- Este es mi hogar...- Su larga cabellera castaña estaba atada en su totalidad en un bun.

Hinata se dedicó a observar todo a su al rededor para intentar tranquilizarse, había distintas entradas de luz natural, además de las velas que estaban en las esquinas por lo cual la habitación estaba bastante bien iluminada, estaba atardeciendo, las puertas corredizas eran de un tono ámbar, estaba cubierta por una frazada gruesa de finos bordados, cada detalle de aquel lugar era femenino y olía de manera tenue a flores e incienso de jazmín.

— Tu hogar es precioso... Todo parece tan armonioso y en orden.

— Gracias, Hinata-san.- Kioko se sentó junto a ella en aquella mullida cama.- ¿Qué es lo que sucede?- Introdujo su mano en una de las mangas de su yukata, de ella sacó un pequeño pañuelo, secaría la frente de la sacerdotisa.

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