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AVISO: Nunca digo nada antes del capítulo pero esta vez lo siento necesario. Sólo espero no fallaros, no defraudaros y que lo entendáis todo. Mi objetivo nunca fue crear un fic sin más, quería ir más allá, transmitir un mensaje y con este capítulo, lo cierro todo. 

Perdonadme si no es de vuestro agrado pero, desde el primer segundo de crear el fic, ya sabía que este tenía que ser el motivo de ruptura... Y "bendita" la casualidad que se puede adaptar a lo que estamos viviendo hoy en día. 

Empezamos. 


Un mes y medio atrás.

En un hotel de Madrid.

Noche. Truenos y relámpagos. Tormenta.

—Creo que tenemos que hablar.

Silencio. La puerta de su habitación se acababa de cerrar tras de ellos y tras ella, sin imaginárselo, se habían quedado todas sus esperanzas. Lo sabía, lo sabían. Las miradas hablaban por si solas. Esa sensación, ese nudo en el estomago que había nacido por la tarde no había hecho nada más crecer, crecer y crecer. Y se estaban asfixiando, ahogando, con sus propios pensamientos. Malestar, nervios, dudas y muchas preocupaciones revolucionaban cada célula de su cuerpo creando una sensación muy desagradable.

Llevaban ya una racha de malos días, días en que no querían ni levantarse de la cama, días en los que sólo querían desaparecer del universo y dormir. Querían esconderse tras las estrellas y nunca más volver a bajar al mundo real. Pero, no podían. Su agenda les impedía cualquier cosa más allá de cámaras, sonrisas y entrevistas. El estrés les empezaba a pasar factura, estaban pálidos y agotados. No paraban. Se sentían títeres, marionetas con las que la gente podía distraerse, entretenerse y divertirse. Panem et circenses. La pareja del momento, la canción perfecta y los niños encantadores. Periodistas, redes sociales, cámaras... Eran presas fáciles. Estaban cansados de todo, del momento, de la situación, de si mismos, pero, por lo menos, se tenían el uno al otro. O eso parecía.

—No sé muy bien de lo que quieres hablar.

—Alfred, por favor, te lo noto. Suéltalo.

Bufó y ella, lo entendió. Se le erizó la piel y se mordió el labio. Nada iba bien. Una bomba había estallado horas atrás. Una entrevista con una pregunta y un comentario desafortunado, o no tan desafortunado. Una reacción, una respuesta y unas consecuencias. Y ahora, dos niños en la habitación de un hotel con miedo al pensar en esas consecuencias.

—No sé, Amaia... Yo...

—Venga, dilo.

Consecuencias que habían sido diferentes pero con la misma solución que el amor, ese vicio inconmensurable, que no debería nunca doler. Y esta vez, había dolido, quizás hasta demasiado.

—Yo... Yo... —suspiró. Necesitaba aire, digerir las últimas horas de su vida y mirar como mejorar, seguir adelante y aprender de todo—. No entiendo nada.

—Alfred...

—Yo, no, no puedo... —La sensación de pesadez seguía dentro de él, atrapándole y capturándole, robándole su aliento y su fuerza, tirando de él hacia abajo, como si quisiera hundirle, enterrarle bajo tierra.

—Sé que no te ha sentado bien —interrumpió ella siendo clara y directa.

—Pues no, la verdad es que no. Nada bien —soltó pensando que así se sentiría más aliviado, pero no.

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