Cada noche era el mismo sueño. Si le hubiese encontrado un sentido antes, quizás no sufriría tanto en el futuro. Pero no. Definitivamente, no había nada que pudiese cambiarlo.Allí me encontraba una vez más. Despertaba en una inmensa cama, en una espaciosa habitación blanca con adornos de lo que parecía oro. En el lado izquierdo de la cama en la que me encontraba, había una pequeña mesita de noche y en ella, una peculiar y extraña flor transparente como el cristal en un jarrón decorado con lo que parecían palabras escritas en una lengua extraña.
Lo que me sorprendía, era que, en todo el espacio disponible no había ni un mueble más aparte de esos, excluyendo el inmenso espejo que ocupaba prácticamente toda la pared de enfrente de mi cama.
Había que reconocer que mi aspecto era bastante horrible, teniendo en cuenta las oscuras ojeras que se dibujaban bajo mis ojos en contraste con la pálida piel. Llevaba un camisón blanco y ancho, y mi pelo corto y castaño estaba despeinado. Bajé la cama dando un salto, pues mis pies no llegaban al suelo. Me sentí extraña.
Observando mi reflejo en el gigantesco espejo, tuve la sensación de que había algo o alguien a mi lado, como una de las tantas veces en mi vida. No sentía miedo, simplemente inquietud.
De golpe, se alzaban gritos seguidos de un fortísimo estruendo. Un grupo de gente vestida con prendas blancas hechas de una tela finísima que nunca había visto antes, entraba en la habitación. Parecían asustados, heridos y tenían la elegante ropa maltrecha. Alterados, me decían que debía huir con ellos, rápido. Y así lo hacía siempre. Pero...¿huir? ¿De que? Empecé a preguntarme qué pasaba si cambiaba de camino, y ese día decidí separarme del grupo. Corrí por los lujosos pasillos de mármol, deseando que nadie se hubiera dado cuenta de mi desaparición. Aunque no creía que les fuera a importar demasiado. Era algo extraño; tenía cada rincón del castillo (o lo que fuese aquel sitio) grabado en la mente, aunque nunca antes me hubiera desviado de la ruta que hacía con esa gente para escapar. Sabía perfectamente donde me dirigía. El edificio, pese a que se notaban sus años, transmitía una sensación de elegancia y magia, con el techo y el suelo pulidos con dibujos y grabados peculiares recorriendolos, y las paredes de un material parecido al cristal translúcido. Me detuve un momento y miré hacia la izquierda. A través del muro, en el exterior, el paisaje era pura desesperación, fuera lo que fuera que ocurriera; había unos seres vestidos de blanco, de cabellos dorados, orejas en punta, ojos plateados y alados empuñando espadas de fuego, saliendo como sombras de un pequeño grupo de personas arrodilladas en el patio del castillo. Dichas criaturas, tenían un aire de espectro, parecían intangibles. «¿Ángeles?» Pensé.
Los "ángeles", luchaban contra unos seres oscuros, de ojos rojizos y reflejos color vino, sin espadas, pero igualmente armados con garras, que de igual manera, salían de los cuerpos de otro grupo de gente de pie en frente de los arrodillados. Esos seres y las personas de las cuales parecían provenir, de alguna forma estaban conectados, ya que cada vez que alguna "sombra", derrotaba a un "ángel" y lo hacía desaparecer, la persona de la cual salía, caía al suelo, ahogada en su propia sangre. Muerta. Era una especie de tortura. O al menos eso vi antes de apartar la mirada y continuar corriendo, ahora mas deprisa que antes.
Las escenas de gente siendo torturada de formas horribles no paraban de repetirse en mi cabeza. Contuve las arcadas. «Ojalá no me hubiera separado del grupo», me dije. Empezaba a entender porqué huíamos por los pasillos subterráneos cuando iba con ellos. Mientras esos pensamientos pasaban por mi cabeza, llegué a una zona derruida. Los trozos de roca amontonados que había en medio del corredor no me dejaban seguir avanzando, así que cuando me dispuse a volver por donde había llegado, sucedió eso;
Había una pared en el lugar en el que hacía apenas segundos continuaba el pasillo.
Estaba atrapada. Tuve un escalofrío y lentamente me di la vuelta. Delante de mi, había un hombre que vestía una gabardina negra y con la piel parcialmente cubierta por vendas, las cuales le tapaban toda la cara menos el pelo y los ojos. Estos últimos, eran de un color azul polar, tirando a blanco, que hacía que se le resaltasen las oscuras pupilas y el negro contorno. Una sensación extraña me recorrió el cuerpo. No podía dejar de mirarle a los ojos, me tenía atrapada. Empecé a sentir una enorme carga encima de la cabeza, que el corazón me iba mas y mas lento, que los huesos se me derretían y me temblaban las piernas...hasta que el suelo desapareció debajo de mis pies y caí en la mas absoluta oscuridad.
Poco a poco abrí los ojos. Estaba en mi cuarto, tendida en la cama con mi pijama corto de color gris. Me dio la impresión de que mis juguetes me observaban de una forma macabra, ya que estaban todos mirando en mi dirección. Algo no me cuadraba, pero tampoco hubiera sabido decir que era exactamente. Entonces escuché un ruido que parecía haberse producido en el comedor. Tuve un escalofrío. Bajé de la cama con un torpe movimiento y me dirigí hacia donde se había producido el sonido. El piso estaba iluminado por la tenue luz de las farolas que entraba por las ventas. Con sigilo, me acerqué y empujé levemente la puerta del comedor. Estaba bastante oscuro, pero pude distinguir que delante de mí había una silueta negra.
-¿Mamá?- Susurré.
No hubo respuesta. Poco a poco, la figura se fue girando en mi dirección mientras convulsionaba y cambiaba de forma.
Esa no era mi madre, si no una sombra alta y delgada de brazos muy largos, que poco a poco se iba deformando más. Me quedé paralizada. La cosa, fuese lo que fuese, soltó un grito estridente y reaccioné. Empecé a correr por el pasillo hacia mi habitación, mientras la figura oscura me perseguía corriendo a cuatro patas por el techo, con la cabeza retorcida en un ángulo imposible con tal de no perderme de vista. Era muy rápida. Se me adelantó y, dándose la vuelta se me lanzó encima rodeándome el cuello con las zarpas delgadas y afiladas de una de sus manos. Entonces le pude ver bien la cara. Era algo horroroso. No tenía ojos, era como si se los hubieran arrancado, y en su lugar había dos agujeros negros y profundos. Sin embargo si tenía piel, la cual parecía quemada y hostigada.Notaba como su contacto me abrasaba el cuello. Era increíblemente pesada, y si no me liberaba pronto de su agarre me rompería las costillas. Una fina línea se le dibujó en el rostro, y entre una baba roja y espesa, abrió la boca para dejar ver todos sus afiliados, amarillentos y torcidos dientes. No me podía mover. No podía huir. Sentía como su aliento se acercaba cada vez mas a mi, como ese líquido pegajoso que goteaba desde su boca se deslizaba por mi mejilla... El mundo se desvanecía ante mis ojos llenos de lágrimas...
-¡¡¡Mamá!!!- Me desperté de golpe, llorando en la cama de mi habitación y aterrada por mi sueño. Mi madre vino a consolarme. Al fin y al cabo, en aquel entonces, yo solo tenía siete años.