En el fragor de la batalla, los tatuajes que recorrían cada tramo de su piel brillaban más intensamente. Un destello dorado era poco más de lo que veían sus enemigos antes de morir; los más desgraciados, la sonrisa de sadismo que tan poco encajaba con lo que debía ser un ser bendecido por la luz... si de verdad es que la luz era el bien.
Ya no quedaban enemigos en pie y, a pesar de eso, Mahdiir aún arremetía contra sus cadáveres, deseaba más, necesitaba matar más.
Era en momentos así cuando los tatuajes cumplían su verdadera función. El draenei, de pie en mitad de amasijos de carne que antes habían sido sus oponentes, se retorció con un jadeo de dolor cuando las marcas de luz de su piel comenzaron a abrasarle la misma. Un dolor punzante e intenso que lo sacudía entero y que le recordaba qué era. Un cascarón de luz que encarcelaba algo demasiado malo para existir.
- Está bien... estoy bien...
Se lo dijo más bien hacia si mismo, aunque casi esperaba que diciéndolo en voz alta aquella maldita luz dejase de quemarlo. Encogido y manteniéndose aún de pie a duras penas, cambió sus jadeos por respiraciones profundas en un intento de calmarse. En muchas ocasiones no le quedaba otra que tan solo sobrellevar el dolor. Era curioso como la luz era menos inclemente que a la oscuridad a la que se había enfrentado a lo largo de su vida.
Se miró las manos cubiertas de sangre, que no era suya, y se llevó una de ellas a la parte del rostro que estaba cubierta por el parche para después volver a mirarla. Algunas gotas de sangre verde vil ahora se mezclaban con el carmesí. Suspiró terminando de incorporarse, si había llegado a ese punto, los tatuajes iban a seguir torturándolo durante un buen rato. Se recompuso como buenamente pudo y recogió su arco y algunas flechas de los restos sanguinolentos. Mejor marcharse antes de que nadie lo viese, sangre verde vil manando de su supuesto ojo herido sería bastante engorroso de explicar.
Las pezuñas herradas en dorado dejaban huellas de sangre en la hierba fresca. La misión estaba cumplida al menos, aunque no se habría forjado la reputación que le predecía si lo hubiese hecho limpiamente. Tan solo dejó una flecha atrás, una flecha envilecida fabricada con hueso de demonio, su marca personal, y por desgracia, que le representaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer.