Relato primero

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Hace mucho que pasaron las doce de la noche, madrugada de sábado otra vez, no me gusta volver sola por la avenida, pero la muy zorra de Milagros se queda en la casa del negro ese para ponerla, ese mamerto. Si se enterase Mili que antes ese chabón me escribía.
¡Ay, que no me gusta caminar por acá de noche! Odio no tener batería en el celular en estos momentos, Esteban me podría haber ido a buscar, o acompañado simplemente, es mi hermano. Yo soy Sol, nombre de mi mamá, nunca la conocí, de ella tengo mi nombre y una cadenita que nunca uso pero la llevo a todos lados, falleció a los pocos días de haber nacido yo.
Saco mi último pucho, lo enciendo para sentir el humo dentro de mí y no pensar en la caminata nocturna.
Muy tarde no me gusta caminar sola, estoy por llegar al Acuerdo, ese lugar nunca me gustó, pero antes pasaba con Milagros, y para sumarle a todo lo que me está pasando las luces no están encendidas, pero por suerte la luz intermitente amarilla de los semáforos me guían algo. Desde que pasé la esquina de Bustamante tengo unos escalofríos, y esta brisa que ahora está presente me pone la piel de gallina desde los pies a la cabeza, todo esto me asusta. Y los ruidos que hacen las ramas al moverse con la brisa que se convierte en un viento de tormenta, muy frío.
Miro hacia el cielo, ninguna nube y ninguna estrella, se me hace raro no ver estrella en esa oscuridad. Desde chica, cuando papá nos llevaba a los dos de campamento, no se veía el cielo porque las estrellas están amontonadas, sin espacio para el cielo. Eso me aterroriza. ¿Cómo puede ser que no las vea si no hay luz que me moleste? ¡Esperen! No hay luz que me moleste, no veo la luz del semáforo, y hace unos cinco minutos que estoy caminando ¿Qué está pasando?
No había nadie en las calles, voy a seguir caminando, no creo que me vayan a asaltar o querer hacer otra cosa, no había nada. Bah, no sé, apenas y veo los brillitos de la tela de mis zapatillas. Mis zapatillas tienen barro, el camino está lodoso, lleno de hojas de los árboles que estaban cayendo por causa de ese viento que no me gusta, para nada. Sí, yo también me dí cuenta, no estoy en la calle, es un camino de barro, a los semáforos no los veo. Pero ahora el viento ya no está, ninguna brisa, ni por más mínima, todo cambió, ahora veo que estoy rodeada de árboles, sus siluetas perturbantes me dan miedo, y esa luz de luna, blanca, pálida y esa sensación de frío que me transmite.
En la hora que llevo caminando grito, nadie me contesta y no logro salir de acá. Hay pocos momentos en los que no grito. La brisa volvió, muy fría, más escalofriante, siento que estoy siendo perseguida, escucho las hojas moverse y estoy desconcertada al perderme en la sensación de que estoy siendo observada por ojos macabros que caminan a mis alrededores, busco otras razones, ya que mi miedo es el que desborda mi mente que trabaja como una máquina creativa del horror. Las ramas que son mecidas por la brisa nocturna, que también provoca el ruido de las hojas en el suelo y la luz de luna que junto con las siluetas horribles de los árboles.
Creo que ya pasaron tres horas, en todo este tiempo tuve la necesidad de fumar por lo menos un cigarrillo y así tranquilizarme para no dar mucha cabida a los detalles que me estremecen de miedo en este lugar que al parecer no tiene salida. Deberían ser las cinco y media de la madrugada, pero al igual que al momento de perderme no veo las estrellas al ver hacia el cielo. Me debo estar equivocando de hora, porque tampoco noto la claridad del sol naciente, otra cosa para preocuparme. ¡Necesito un pucho!
Me dormí, y no sé cuánto habré dormido. No veo el sol, pero estoy segura de que no dormí tanto como para perderme el día. Busco mis toallitas húmedas para limpiarme la cara, pero no encuentro mi mochila. ¡Mierda! La perdí. Estaba tan cansada mi mente de imaginar cosas, por tanto caminar que caí dormida y no sé si tenía la mochila puesta entonces. No voy a retroceder y buscar la mochila, ya fue.
La brisa se ha hecho presente nuevamente, estoy quedando loca, porque además del silbido del aire al rozar las ramas y hojas escucho como si susurrasen mi nombre. Un grito ensordecedor, comienzo a correr, mis piernas me llevan y yo me dejo llevar. Lloro, no puedo creer lo que me está pasando. Me duelen las pantorrillas, los talones entonces paro para recostarme sobre un árbol. Todavía siento en mi oído la sensación del grito, ese grito era mi nombre. No sé qué me está acechando, miro el árbol y en el veo un rostro humano, está como si estuviera dibujado sobre la corteza, el viento me susurra, –No te rindas, y no lo veas a los ojos–. El rostro en el árbol cobra vida y grita – ¡SOL! –.
Caigo al suelo y corro, corro y ya no sé si lo estoy haciendo en la misma dirección que agarré para salir. El viento sopla fuerte, en contra de mi dirección, doy zancadas largas y rápidas, pero como en las peores pesadillas que haya tenido estoy corriendo pero estoy estancada en un lugar sin avanzar por más rápido y fuerte que intente correr contra la corriente del viento. Las raíces y las ramas de los árboles crecen desmedidamente, crecen en dirección mía, los susurros del viento me nombran, cada vez con más frecuencia, intensidad y me parece más terrorífico.
Una raíz llega a molestar uno de mis pasos y caigo delante de un árbol, la corteza se abre como si fuera un orificio ocular, mucha sangre sale de ese lugar, la luz de la luna pierde intensidad, pero logro identificar todo lo que está sucediendo. Cuerpos cadavéricos, tienen su piel podrida se acercan a mí, no me puedo mover, no puedo gritar, estoy llorando, por fuera sólo mis lágrimas se hacer ver. Otro de los entes cadavéricos tira mi mochila entre el árbol macabro y yo. Del agujero que se abrió de su corteza, sale un rostro idéntico al anterior árbol, desvío la mirada hacia el suelo, que está todo enlodado y sangriento, una de sus ramas agarra mi mochila, de ella retira la cadenita de mi mamá y me dice –Sol, llegaste nuevamente–.
– ¿Qué? – grito mirándolo a los ojos.

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⏰ Última actualización: Dec 03, 2018 ⏰

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