Salí a la calle, aunque no sabía muy bien porque. No podía dormir, a veces me pasaba pero nunca me iba de casa. Ese día era distinto, lo notaba en el nudo del estómago que no me había dejado comer. Lo notaba en la piel que se estremecía con cada cambio de temperatura por imperceptible que fuera. Se me ponían los pelos de punta con cada brizna de viento.
No se cómo acabe pensando en la inercia que había ocupado mi vida. En lo poco que tenía que ver con lo que ocurría a mi alrededor. En lo poco que sentía. La mano invisible que hasta hacía poco me había empujado a seguir, por algún motivo ya no estaba. Me había dejado aplastar por la rutina. Tenía una vida que ya no era mía, simplemente la dejaba pasar a través de un velo de indiferencia y despreocupación. Me prometí a mi mismo que debía cambiar, aunque no supiera como. Pensé que quizás así el dolor de estómago remitiera, pero no fue así.
En el mismo instante en que me hacía esa promesa, un estruendo me saco de mis pensamientos, busque con la mirada de donde procedía, luces y humo. Corrí hasta llegar allí, dos coches habían chocado al intentar esquivar a un animal que yacía en la carretera. Me acerque a uno de los vehículos, no parecía tener más que un pequeño golpe, el conductor en su interior tenía la mirada pérdida. Le pregunté si tenía móvil, me lo dio mirándome como si fuera un fantasma. Llame a emergencias, me hicieron preguntas que intente contestar, me decían lo que tenía que ir haciendo. Necesitaban saber si en el otro coche había algún herido. Me acerque al coche rojo y me asome. En ese instante la mano invisible me dio un puñetazo en la cara, el dolor de estómago desapareció y el mundo se detuvo.
ERA ELLA.
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Sin destino
Short StoryHistoria breve, sobre el día a día y la forma de afrontar la vida.