Frank

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Lo único que sabían nuestros corazones era que siempre iban a perdurar juntos, toda la vida, y toda la eternidad.

Lo único que sabíamos era que mis orbes esmeraldas y tus orbes avellana se iban a combinar y de ese único color iban a nacer más y más colores, de cualquier gama, así tal cual como mis sentimientos hacia ti.

Lo único que sabíamos era que tu esencia debía de resbalar sobre mi piel al disfrutar cada poro de ti.

Lo único que sabíamos era que tu respiración agitada junto con la mía golpeando nuestros cuellos tenían que crear una melodía. Y sería una melodía que escucharíamos todas las noches.

Lo único que sabíamos era que al despertar, todos tus cachorros saltarían a nuestra cama y te soltarían de mi agarre para lamber tus mejillas con la única intención de demostrarte amor y de despertarte con una sonrisa. Sonrisa que yo podría ver todos los días.

Lo único que sabíamos era que al despertar, yo vería como el sol iluminaba cada vez más tu rostro, perfeccionando aún más aquellos ojos claros que poseían un brillo especial.

Lo único que sabíamos era que al despertar, lo primero que vería sería tu sonrisa, tus labios resecos que pedían a gritos humectación y que yo, con ansias no hacía esperar lo que me decían.

Lo único que sabíamos era que al despertar, lo primero que verías serían mis ojos color esmeralda. Esos ojos que jamás se cansaron de admirar cada dibujo que se posaba por cada centímetro de tu piel colándose como un puzzle con tu personalidad.

Lo único que sabíamos era que al despertar, me darías todas las mañanas una taza de café, combinada de unos pequeños y dulces besos que tu solías darme para perfeccionar el día y que las gotas de lluvia se hicieran pétalos, y que la neblina se hiciera rayos de sol, y que las nubes se convirtieran en uno brillante y cálido, como tus besos mañaneros.

Lo único que sabíamos era que esa noche, pondría una joya sobre tu dedo ocultando la "E" de tu tatuaje, y que con copas de vino de 1789 celebraríamos que nuestro futuro estaría marcado para siempre. Aunque eso yo lo sabía desde que vi por primera vez la sonrisa que nunca se iba de tu rostro, y escuche por primera vez la voz que siempre me hacía tranquilizar.

Lo único que sabíamos era que nuestros mejores amigos serían testigos del día que marcaría nuestra felicidad eterna.

Lo único que sabíamos era que Ray sería el primero en enterarse de lo que queríamos y un "¡Valla! Ya era tiempo, ¿Cuándo será la boda? Estoy muy feliz por ustedes chicos, los amo" saldría de sus labios emocionando más nuestro momento.

Y que Linda y Donna estarían emocionadas por nosotros y sus "¿Qué haré de comer? Tiene que ser algo especial", "No se preocupen por los trajes, eso va por mi cuenta" nos hacían reír cada sábado que nos citábamos.

Lo único que sabíamos era que cada noche, tus ropas se despojarían y tus piernas caminarían hacia el sillón de cuero de la pequeña sala, para que mí mirada lo único que haría fuera posarla sobre cada centímetro de ti, plasmando tu imagen tal cual en un nuevo papel, y que como un ángel, la paz, la tranquilidad, el deseo y la perfección se reflejara en una sola imagen. Imagen de ti que no se alejaba de la realidad. 

Y que al amanecer, un "Buenos días Gee, te amo cariño" tuyo de costumbre me susurrara al oído, haciéndome saber que lo único de oro que tenía estaba a mi lado.

Lo único que sabíamos era que al despertar, veríamos la emoción del otro reflejada en nuestras miradas pensando en el gran día que sería, porque ese día no sólo seriamos testigos de nuestro amor como todos los días, si no que sería una promesa eterna que uniría aún más nuestros cuerpos, nuestras almas y nuestra religión.

Lo único que sabíamos era que al estar leyendo nuestros votos una sonrisa y varias lágrimas se colarían sobre nuestros rostros, aumentando el sentimiento y la emoción por cada palabra que salía de nuestros corazones y que no habíamos callado, y que tampoco era secreto para nadie.

Lo único que sabíamos era que después de reír, recibir regalos, llorar, bailar, beber y vernos felices, iríamos a casa y todo estaría tranquilo, y todo se volvería obscuro. Y todo desaparecería al suspirar sobre tu nariz y que tus labios secos y mis labios húmedos harían una perfecta combinación haciendo que estos lleguen a su punto medio. Y que tu cuerpo se pose sobre las sábanas blancas iluminando claramente tu piel y la tinta obscura de tus tatuajes, así como la luz de la luna cada vez más va aumentando, como tus gemidos de placer que provocan dentro de mí un mar de sentimientos, tal como ver tus ojos cerrados y tus labios en una "o" casi perfecta.

Lo único que sabíamos era que al día después de nuestra unión, al despertar, lo primero que vería sería tu redonda nariz y tus labios rosados entre abiertos, descansando por una larga y extraordinaria noche, y yo susurrándote al oído "Me haces el hombre más afortunado del mundo" te dejaría para salir a prepararte tu desayuno favorito.

Lo único que sabía era que al despertar, tendría una vida perfecta a tu lado, y que, al despertar, lo primero que vería sería a ti, Frank, el amor de mi vida.

Pero eso era un sueño. Otra vez.

Porque al despertar, no estabas ahí y tú no fuiste lo primero que vi.

Porque al despertar, lo primero que vi, fue a la almohada blanca vacía.

Porque al despertar, lo primero que vi fue un ramo de rosas en la mesa de noche.

Porque al despertar, vi el calendario; Domingo.

Porque al despertar, las lágrimas salieron de nuevo y la desesperación se apoderó de mí al pensar que tu voz no podría resonar en ningún lugar otra vez.

Porque al despertar, el frío era entumecedor y la nieve hacía aún más riesgoso mi camino, pero eso no me importó.

Porque al despertar sólo te quería hablar de nuevo, aunque no estaba seguro de que me escucharas.

Porque al despertar no estabas ahí.

Otro domingo en el que la nieve caía sobre el cofre de nuestro coche.

Otro domingo que tenía soportar tu ausencia.

Otro domingo en el que te iba a visitar y en el que pretendía ser fuerte frente a tu nombre y las dos fechas que me marcaron y me marcarán.

Otro domingo en el que te daba tus rosas favoritas; "Las rojas son las mías, su color es tan vivo como la sangre y su aroma es tan dulce como el tuyo" decías.

Otro día más en el que te hablaba sin que me escucharas. Otro día en el que veía sin verte. Otro día en el que me tiraba sobre ti sin que me sintieras.

Otro día en el que tu lápida sólo era eso, una maldita lápida.

Otro día en el que no sabía donde estabas.

Otro día en el que no sabía por qué te habías ido, ¿Por qué me dejaste?

Porque al despertar, tú no estabas ahí, y jamás lo volverás a estar.

"Frank Anthony Iero.

1965-1992"

Al despertar «Frerard» //OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora