A veces pienso que los hospitales son mi hogar. Toda mi niñez he estado pasando de uno a otro, conectada a una máquina que me ayudaba a respirar, rodeada de doctores que eran como mi familia cuidando siempre de mí, mis padres a mi lado en cada momento tratando de hacerme feliz y una que otra vez había un nuevo compañero de cuarto que siempre se iba.
A los 5 años y 8 meses, en 1995, me diagnosticaron leucemia o también llamada "cáncer a la sangre", una enfermedad que lleva a un aumento incontrolable de glóbulos blancos, evitando que se produzcan glóbulos rojos, plaquetas y leucocitos saludables, ocasionando síntomas casi mortales. Claramente, esta información la desconocía a la corta edad en la que fui diagnosticada pero mientras avanzaba mi enfermedad quise investigar sobre esta y caí en la realidad de que en un futuro moriría. Aquí solo tenía 8 años.
Al comienzo, parecía solo una consulta semanal al médico, donde me inyectaban una aguja con un "líquido mágico" o así lo llamaba el doctor Marcus, para que me pueda curar y que los dolores que día y noche me atormentaban pudieran acabar. Cualquier niño a esa edad, al ver una inyección entrando a su muñeca se pondría a llorar, se desmayaría o gritaría; en cambio yo, después de tantas fatigas, fiebres en la madrugada y una que otra inflamación en el hígado o una simple aguja no me afectaba para nada. Obviamente, la mentirita del doctor Marcus no me la creí por mucho tiempo, ya que la leucemia que me habían diagnosticado duró por muchos años más, trayendo sufrimiento a mis padres y a mí.
Yo nunca pude ir a la escuela, excepto por el jardín de niños donde no tuve ni un amigo. Lo único que conocí como escuela fue a mi madre, quien se sentaba todos los días conmigo, al pie de mi cama, leyéndome libros sobre antiguos conquistadores, ruinas antiguas, héroes con brillante armadura y enfermedades que azotaron al mundo entero. Para mí, era uno de los momentos favoritos del día porque me sentía realmente acompañada por mi madre, la mujer más hermosa del mundo. ¿Y mi padre? Bueno, también estuvo conmigo y aprecio mucho lo que hizo por mí. Sí, él fue el que me ayudó a descubrir mi pasión por la escritura; solo que tenía que salir a trabajar y no lo veía todo el día como a mi madre, quien renunció a su profesión como maestra para cuidarme.
Como nunca fui a la escuela, tampoco tuve muchos amigos que digamos, mayormente eran chicos con leucemia igual que yo que nos veíamos en la quimioterapia y quedábamos para salir después, pero nada más que eso, simples amigos que siempre desaparecían; excepto Thomas. Según los libros que leía a mi corta edad de 14 años, él era mi "amor platónico". A su lado sentía que el cáncer desaparecía, que la vida no era tan cruel después de todo, que habían mariposas en mi estómago listas para salir con las palabras "me gustas" que se quedaban en mis labios cada vez que lo veía, que el mundo se podría desmoronar frente a mis ojos pero no me importaría si él estuviera conmigo; algo raro ¿verdad? Bueno, al final ese amor platónico me fue correspondido pero un poco tarde, ya que me enteré cuando Thomas ya estaba internado en un hospital mediante una carta que él mismo me escribió el 28 de agosto del 2004, donde manifestaba los mismos sentimientos que yo sentía hacia él. Inmediatamente, le rogué a mi madre que me lleve al hospital donde estaba Thomas para decirle lo que siento... Pero fue demasiado tarde. Ese mismo día, Thomas Harrison falleció de un ataque al corazón al frente del amor de su vida. Por favor, no sientan pena por mí, fue una de las mejores etapas de mi vida, un poco trágica pero ahora la recuerdo con mucha felicidad.
Poniendo de lado mi penosa vida social, mi pasión en la vida es la escritura. Cuando era pequeña, solía inventar historias sobre princesas, dragones, monstruos, vaqueros, aventureros y un sinnúmero de cosas más; pero mientras fui creciendo, solía observar a la mismísima vida cotidiana como un modelo para mis historias, por ejemplo, podía escribir un cuento de cinco páginas sobre las aves que se posaban en mi ventana y la vida que podrían tener. Mi padre fue una gran ayuda para descubrir mi talento como escritora, ya que era un crítico de libros muy famoso y reconocido en todo el país, a veces me pedía ayuda con los manuscritos, me hacía leerlos y pedía mi opinión; tratando de ser como esos célebres escritores, sin querer empecé a inventar cuentos de la nada y realmente me entretenía haciéndolo, me hacía sentir especial y le daba un bello significado a mi vida.
Aunque mi vida haya sido hasta lo más posible "feliz" también trajo bastante sufrimiento a mi existencia. Los dolores que podía sentir por el simple hecho de estar viva son inimaginables para las personas que no padecen cáncer, esos momentos donde quería dejar de vivir, le preguntaba a Dios si acaso me odiaba, si hice algo mal cuando era pequeña, si es que iba a morir y solo lloraba. En esa cama blanca y limpia de hospital lloraba en los brazos de mis padres con la esperanza de que esos insoportables dolores se fueran para siempre. Un día, a mis 16 años, casi tomo la tonta decisión de acabar con mi existencia, había sujetado un frasco con pastillas para el dolor de cabeza en mis manos que temblaban con miedo, ya las estaba dirigiendo hacia mi boca hasta que pensé en mis padres y la tristeza que les podía causar, en los buenos momentos que pasé junto a ellos y en las cosas que amaba hacer en mi vida; tiré el frasco al piso y en un instante se rompió y vino mi madre corriendo a abrazarme, agradeciéndome por recapacitar sobre mi decisión.
Usualmente, las veces en las que quedaba internada unas cuantas semanas o un par de meses, solo escribía. Me quedaba en la cama del hospital, la mayoría de veces con mi madre al costado y escribía historias de amor, detectivescas, de terror o simplemente tomaba de inspiración un objeto que tenía a mi alrededor y le daba un significado. Un punto clave para darle vida a historias maravillosas que mis padres y conocidos amaban, fue la música que me transportaba a otro mundo donde nacía la creatividad que siempre tuve. El poder escribir, le dio sentido a mi vida.
Bueno, ahora aquí estoy, con mis 20 años de edad postrada en una cama de hospital en Los Ángeles, conectada a una máquina que me ayuda a respirar. A mi izquierda hay una pantalla señalando que mi pulso está yendo lentamente y a la derecha tengo a una madre y un padre luchadores sujetando la mano de su única hija Amanda, a quien aman con todo su corazón y trataron de hacerla la niña más feliz de todo el mundo. Puedo ver lágrimas recorriendo sus mejillas porque saben que será la última vez que me verán con vida, yo también siento que la hora de partir ha llegado, pero le pido al ángel que está a mi lado que me dé unos minutos para decir adiós. Con las pocas fuerzas que me quedaban, me dirijo a mis padres diciéndoles:
-Mamá, papá, realmente agradezco todas las cosas que hicieron por mí, me ayudaron a disfrutar de una vida que usualmente solo es dolor y soledad, pude ver que la vida es maravillosa aunque esta solo sea una historia más que vio la leucemia, me hicieron reír en los momentos más difíciles y Dios se los va a recompensar. Les pido que por favor no lloren, la última imagen que quiero ver de ustedes es juntos y felices, como siempre lo fueron a mi lado. Siempre los estaré cuidando.
Finalmente, con una lágrima recorriendo mi rostro, cierro mis ojos y siento como la paz inunda mi ser dejándolo descansar.
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Una historia más que vio la leucemia
Short StoryEsta simplemente es la historia de una chica que sufre de una enfermedad llamada leucemia, o también conocida como cáncer a la sangre. Esta historia es pura ficción y los personajes igual. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es...