Ojos que no ven.

INTRODUCCIÓN

La verdad es que duele, duele que todo el mubdo a tu alrededor se de cuenta y que seas tú la última en abrir los ojos. Hay gente que no los abre porque no puede, no son capaces, gente que no los abre porque realmente no quiere, o gente que directamente no los abre porque tiene miedo, miedo no por lo que viene después,  que también duele, sino por temor a abrirlos y empezar a verlo todo claro, empezarle a encontrar sentido a ciertos hechos, a ciertas palabras dichas, a cuantiosas mentiras escuchadas, a darte cuenta de que vivías en una nube roja de engaños, de sufrimiento, nube en la que ante todo era él y luego la última de la fila eras tú.

Si te soy sincera yo no los abrí por una mezcla de todas esas cosas: No podía abrirlos porque era incapaz, estaba ciega, y lo gracioso es que era yo misma la que me ponía las manos en los ojos para no ver nada; tampoco quería abrirlos, he de admitirlo, estaba convencida de que volveríamos a lo del principio, de que volvería a sentir el calor de esos primeros abrazos, la dulzura de esos primeros besos (estaba equivocada, por supuesto); y el miedo, bueno, el miedo me di cuenta de que llevaba en mi más tiempo del que me hubiera imaginado y gustado. No era como esa clase de miedo que se tiene cuando eres pequeño al hombre del saco, o como el miedo que supongo tienen todas las madres a perder un hijo, ni siquiera como esa sensación escalofriante que te recorre el cuerpo tras escuchar en las noticias que se ha producido un terrible accidente en el cual ha habido numerosas muertes. Era un miedo a que las bromas no fueran bromas,  era un miedo a acostumbrada a las mentiras empezar a conocer la verdad,  miedo a la realidad, a saber que lo que te decía la gente era lo que estaba pasando realmente, miedo aconvertirte en flor y ser pisada no por cualquier capullo que pasara por ahí, sino a ser pisada por ese capullo. Miedo a tu alrededor, miedo a ti,  miedo a él.

Me llamo Carolina Martínez, tengo 17 años y ésta, ésta es mi historia.