DIEZ | The Beautiful Ones

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Cook y Effy.

Seis semanas mas tarde…

La jodida imagen de Effy con aquél extranjero embutido en traje y zapatos italianos había estado atormentándome durante muchas semanas, demasiados días y desorbitantes horas. Tuve en mente durante minutos la idea de cambiar; dejarme barba, hacerme la permanente como una sesentona y vestir trajes caros. Pero el espejo me confirmaba que aquello no era lo mío. Se reía en mi puta cara.

El sonido enervante del teléfono móvil me despertó del mi mas profundo sueño de fantasías sexuales. Miré el despertador, los dígitos sólo marcaban las 4:17 de la mañana.

-       ¿Sí? –Exclamé con voz adormilada al igual que molesta,– ¿Quién coño eres? –Desde la otra línea del teléfono sólo se escuchaba un silencio pero que sería apagado por sollozos– ¿Effy eres tú?

-       E-E-Estoy en la-la ca-calle –Tartamudeó entre sollozos.

-       Effy, tranquila. No llores. Voy a por ti, no te preocupes –le decía con total seguridad mientras por el otro lado de la línea la respiración de la chica se alteraba– Effy, respira, ¡Respira! Cálmate.  

Mientras conversaba con ella me iba vistiendo con la ropa que estaba apelotonada en una gran montaña de telas, y escarbando un poco conseguí encontrar las llaves que tintineaban entre mis dedos por un pulso desesperado.

-       ¡E-Effy, Effy! –pero Effy ya no estaba ahí, sólo el puto pitido que finalizaba la llamada.

Lo último que quería era perderla a ella también –pensé.

Tras localizar con mi móvil de dónde provenía la llamada salí de casa cual maratón y puse en marcha el coche e inicié el recorrido por Bristol, en el solitario y nocturno Bristol.

Tras tres horas de desesperación…

No podía ver mas allá de mis piernas ensangrentadas, de mi vestido blanco teñido de rojo y de mis manos de yemas rojas. Mi vista daba vuelcos y mi mente no recordaba nada de lo sucedido, mas que un bonito sueño rosa entre luces rojas y caras de color óxido con ojos saliéndose de sus órbitas que acariciaban mi cabello con sonrisa chispeante. Era divertido, ése sueño había sido bonito y apacible.

Aquella droga había jugado conmigo en un efecto mariposa. El bonito sueño que había tenido era reversible a un ardor vivido en carne y hueso, a una red de tormentosas punzadas de dolor de cintura hacia abajo, en mi interior estaba pasando algo, estaban arañando muy dentro mío. Un dolor que anunciaba con voz adorable que se acercaba la muerte.

Es así como mueren los perdedores. Solos. En mi caso, sola y en medio de la carretera entre naves industriales abandonadas sufriendo de dolor.

Los perdedores son los que han dado demasiado y mueren solos, sin nadie que pueda llorar su muerte y velar con que en el mas allá esté sano y salvo.

Los perdedores son los que han dado demasiado y la vida los ha recibido con las puertas cerradas a cero oportunidades. No precisamente los perdedores son gente fea o vagabundos. Pueden ser cualquiera. Pueden ser un guapo millonario pero solitario, triste y sin nadie con quien compartir su fortuna.

Los perdedores son los que han dado demasiado y se han aburrido de la vida. Han recurrido a cualquier oportunidad que la vida le daba pero ha sabido hacer un mal uso de ella.

Los perdedores son los que han dado demasiado y incluso, se han reído de los ganadores, se han reído de la gente trabajadora y en general, se han reído de la vida y a carcajadas muy fuertes.

Los perdedores son los que han dado demasiado y hacen de su juventud una vida eterna. La han hecho suya muchos años. Demasiado de los que son en realidad y acaban encontrándose solos a nadie a quién amar viendo morir a los suyos y esperando la muerte con cautela pero sin miedo.

Los perdedores son los que han dado demasiado y son los que en realidad, son la gente mas fuerte, y nunca reconocidos como tales. En la vida han recibido tantas palizas que no pueden levantar la cabeza. Son ellos los que han sufrido desgarrados de dolor, y puedes leer en su ‘yo’ mas profundo sus inquietantes arañazos mas resguardados en el interior. Los perdedores son desgraciados, que manchan su nombre y salpica a los demás.

Los perdedores son los que han dado demasiado como yo.

Los perdedores…

Paré de repente el coche con la respiración alterada por la imagen de un cuerpo de mujer estirado en mitad de una carretera distante y sombría del casco urbano de la ciudad utilitaria para el servicio poligonal. Di un sonoro portazo al coche y corrí hacia el cuerpo.

-       ¡EFFY! ¡EFFY! –Grité.

El cuerpo de Effy estaba colocado casi de una pose casi angelical clavado en el asfalto pero había la huella de como si hubiera pasado el mismísimo diablo por debajo de ella. Su vestido color crema estaba bañado en sangre segregado por el interior de sus ingles creando un riachuelo entre sus muslos rojo carmín.

-       Effy, Effy –Le susurré cogiéndola.

-       Han… han sido e-ellos –Pudo decir a duras penas.

-       ¿Quiénes son ellos, Effy?

-       Sonny.

La dejé tendida en el asiento de atrás e incliné el retrovisor para mantenerla vigilada mientras le susurraba “te vas a poner bien” durante todo el camino hacia el hospital. Aparqué en medio de la carretera y me la llevé en brazos hacia la entrada del hospital, me arrodillé en la entrada mientras se me caían ciento de dolorosas lágrimas.

-       ¡QUE VENGA UN PUTO MÉDICO! ¡NO LA QUIERO PERDER! –Repetía.

Y un aire de batas-blancas se la llevaron de mis brazos, lo único que quedaba de ella era las manchas de sangre de su camiseta y mil lagrimas que derramar.

Skins: Esto aún no ha acabadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora