té de valeriana

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cura el insomnio y tranquiliza el alma

Una vez en el instituto me apresuré en ir en busca de la clave y número de mi casillero, Ares me había dejado de lado apenas vio a sus amigos. Lamentablemente, mis amigas todavía no llegaban, así que me tenía que movilizar sola en un ambiente de adolescentes restregándose detrás de las escaleras, algunos abrazos y las típicas muestras de ultra masculinidad tóxica por parte de los hombres.

Quizás suene estereotipado, pero ¿todos los jugadores de algún deporte se comportaban de manera tan bruta? Es decir, choques de pecho por acá, palmadas en la espalda y palabras mal sonantes por allá. Uh, me recordaban a una familia de primates que había visto en un documental.

Me hice camino hacia la oficina del director, alguna canción que había escuchado el otro día en la radio sonaba por mis audífonos. Solté un suspiro e intenté calentar mis manos bajo mi suéter, todavía se podían apreciar los rastros del verano y unos días cálidos. Pero las mañanas eran horriblemente frías.

Cuando al fin pude llegar, había una fila, si bien no tan larga, era lo suficientemente lenta como para hacerme llegar tarde a mi primera clase, la cual era biología y la profesora era una de las que más miedo me daba (a todos los alumnos, la verdad). Y si llegaba tarde la primera clase, era ganarme un lugar a la lista negra de la profesora (no es broma, ojalá lo fuera).

-Aquí tienes, casillero 393. Tercer piso y a la izquierda, al lado del salón 3B-la secretaría me sonrió, mirándome por detrás de sus enormes lentes.

Genial, tercer piso, y mis clases en el primer piso empezaban en cuatro minutos. Era un lindo día para que un camión me pasara por encima.

Comencé a caminar rápido, haciéndome paso entre el tumulto de personas que subían lentamente. Cuando al fin llegué, tocaron el timbre y creo que nunca había bajado las escaleras tan rápido. Llegué en el momento en que la profesora cerraba la puerta y si no fuera por la lástima que, seguramente, le di.

Todos ya estaban en sus respectivos puestos, mis amigas ya se habían agrupado y Ares estaba con sus amigos. Eso pasa por llegar tarde. Termino sentándome en un lugar vacío sin siquiera ver quien estaba a mi lado.

-Así que, no te basta con reírte de mí en el transporte ¿eh?-giré mi cabeza y no me encontré con nada menos que con la misma tipa que se venía quedando dormida frente a mí.

Genial. Esto de que historia cliché había salido.

-Perdón, soy nueva. Me llamo Amèlie-sonrió mostrando sus hoyuelos. Me paralicé.

-Ehm... Me llamo Atenea-tartamudeé, al igual como lo haría una niña de seis años.

-¿Es en serio? Debe ser malditamente genial tener un nombre así-sonrió y comenzó a dar un monólogo sobre los nombres, no la escuchaba. Me había quedado pegada en cómo sus manos se movían rápidamente, dando énfasis a lo que decía, sus ojos mieles bailaban sobre mi rostro y tenía una muy linda sonrisa.

-Bien, entonces su compañero de banco será su compañero por todo el año, al igual que su pareja para futuros trabajos ¿de acuerdo? Ahora comenzaremos con la unidad de genética, abran sus libros en la página 24.

Okay, acabo de conocerla hace cinco minutos, sin contar el encuentro en el autobus, y ya será mi compañera durante todo el año.

-Perdón, suelo hablar demasiado cuando estoy nerviosa ¿te gusta biología? La verdad es que a mí me gusta, pero me va terriblemente mal-y así siguió, charlando toda la clase de cualquier cosa que se le viniera a la mente.

Amèlie amaba hablar y yo amaba escuchar, sin duda nos llevaríamos bien.

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