La noche del viernes llegó, y como siempre, calcé mis pantalones de cuero, mi blusa escotada, y aquellos viejos tacones altos.
Comprobando el profundo sueño de mis padres, caminé con sigilo hasta el piso inferior y tomando mis llaves me largué de allí.
Unos cuantos minutos después me encontraba en Anacks pasando con rapidez, puerta por puerta.
Y allí estaba, de nuevo el soquete de David intentando pasarse de listo.
-La última vez te la perdoné, Liejett- gruñó el idiota. –Definitivamente hoy no pasarás si no me das algo a cambio.
-¿Siempre la misma discusión? ¿Quieres dinero, bastardo?- pregunté sacando un puñado de billetes de mi bolso pero el me detuvo.
-Sabes lo que quiero, __________.
Me miró lascivamente y reprimí una mueca de asco.
-Te prometo,… te juro, si me dejas entrar, a la salida te lo recompensaré- dije en voz baja e intentando no echarme a reír u otra cosa que delatara semejante mentira.
David abrió los ojos como platos y sus pupilas se dilataron.
-No te tardes, linda- dijo en voz baja y me guiñó un ojo.
Más tarde vería como ingeniármelas para escapar de allí.
Llegué al vestuario apresuradamente y me metí dentro del cambiador.
-¿____________? ¿Eres tú?- preguntaron del otro lado de la puerta y la entreabrí un poco para que Marcie pasara. -¿Qué tal, nena? No te veo desde la noche del lunes.
-Lo siento, la academia me ha tenido muy ocupada con todo eso de la subasta.
-Estás perdonada. ¿Al final pudiste escapar del castañito?
Reprimí una sonrisa. No había escapado precisamente.
-Oh ___________ Liejett… ¿estas sonriendo? No puedo creerlo. ¡Te has acostado con él!- chilló emocionada mientras se acomodaba el sostén.
La miré asesinamente mientras siseaba.
-Shhh, no he hecho nada, no te emociones- le dije entre dientes y ella rió.
-Pero te fuiste con él… -aventuró y asentí. –Esta vez no me digas que no pasó nada, __________. Sería la mentira más tonta que podría escuchar.
Solté una risita.
-Me beso… -ella abrió los ojos como platos. – Como cinco o seis veces- agregué mientras lo recordaba.
-¡Lo sabía! ¿Cómo estuvo? ¿Tiene buen aliento? ¿Fue con mucha lengua?- soltó el mar de preguntas de una sola vez.
-¡Marcie!- me quejé.
-Detalles, mujer, ¡detalles!
-Fue… intenso- le dije mientras retocaba mi maquillaje. –Ha sido diferente… no lo sé.
-¿Y en qué han quedado? ¿Están saliendo o algo así?
Hice una mueca y ella frunció el ceño.
-No.
Me miró asombrada.
-¿Cómo que no? ¿Simplemente se han besado y ya?
Asentí y antes de que soltara sus quejas, la interrumpí.
-No es lo que esperaba. Pero casi no conozco al tipo, solo se que está casado…
-Y te vuelve loca- concluyó y reprimí otra sonrisa. –Si no fuera porque la mujer ya le ha pedido el divorcio, tú harías que fuera él quién le pidiera el divorcio a ella.
-Estás loca. Deberías ver a la mujer. Tiene una cara de ángel, y se ve como uno. No es que esto afecte a mi autoestima, pero es perfecta.
-Apuesto a que tienes más operaciones que Michael Jackson.
Ambas reímos.
-Y bien… ¿crees que será algo serio?
-No lo sé. Pero no pienso atarme a nadie así que iré a bailar.
-Esa es mi niña- dijo Marcie palmeándome el trasero.
Se que es una actitud muy de perra, pero no dejaré de hacer lo que hago. Yo ya le he dejado en claro que mi “trabajo” aquí es algo que realmente amo.
Quizá ese beso significó más de lo que esperaba, pero no pienso dejar esto.
Con mi monótona sonrisa de “llegó-el-fin-de-semana” salí del vestuario, y desde las escalerillas, registré el lugar.
-Hay una despedida de solteros… -me avisó Marcie saliendo. -¿Vamos ambas para allí? Se ven con buena pasta.
Asentí con una sonrisa, y por algún extraño motivo me sentí más viva que nunca.
Caminamos de la mano junto a mi amiga hasta las tres mesas unidas que estaban cerca del escenario.
-¿Qué tal, chicos?- dijo Marcie con una sonrisa deslumbrante. -¿Están pasándola bien?
-Por supuesto- dijo un castaño de ojos color miel. –Y mucho mejor ahora que han venido ustedes.
Se escucharon un par de chiflidos y arqueé una ceja divertida mientras me sentaba en el regazo del tipo.
Marcie se acercó a un pelirrojo que comenzó a susurrarle cosas al oído.
-¿Qué tal si piden un trago y empezamos con la fiesta?- dije yo y todos exclamaron aprobaciones.
Luego de una hora, Marcie se encontraba meneando el trasero arriba de una mesa y yo sacudiendo las caderas, encima de otra, mientras todos los hombres gritaban.
Mi amiga me entregó una sonrisa divertida y me tomó de las manos para bailar juntas. Reí divertida mientras daba vueltas encima de la mesa.
Los chiflidos aumentaron, y la cantidad de hombres alrededor de la mesa, se multiplicó. Al principio eran sólo cuatro y ahora eran al menos nueve.
El corazón me dio un vuelvo cuando luego de un segundo giro, me encontré con una mirada moron y furiosa.