Los dioses de Teotihuacán

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Comprendió lo que el dios le pedía: se avecinaba una tragedia, debían huir de Teotihuacán, antes de que el enemigo se los tragara vivos.

...

—Pero, quiero saber, ¿qué había causado el enojo de Quetzalcóatl?

—Tranquila, lo sabrás... Aquel lejano día, el joven Huehuetéotl caminó hacia la cima. Colocó a su costado el brasero que llevaba consigo y se arrodilló ante la imagen de Quetzalcóatl, para pedirle fuerza y sabiduría. Huehuetéotl había sido evaluado junto a otros jóvenes para convertirse en guerrero de Cuicuilco; sin embargo, el suplente del jefe de guerra, entre los cientos de guerreros, había decidido rechazar únicamente al joven Huehuetéotl, tachándolo de débil y poco sabio. Debido a eso, se convirtió en la burla de aquellos quienes habían sido sus compañeros alguna vez. Soportaba verlos portar el penacho de múltiples colores y las joyas resplandecientes, sosteniendo con firmeza las armas que los convertía en orgullosos guerreros. La humillación escaló al punto en que la aldea entera señaló a Huehuetéotl, exclamando maldiciones.

El joven había tomado la decisión de irse para no ser más una deshonra. Llevándose consigo un simple brasero, objeto que le daba la excusa para irse de forma silenciosa.

El error enojó tanto a Quetzalcóatl, que la tierra comenzó a estremecerse. Todos se refugiaron en sus chozas. El joven Huehuetéotl se quedó inmóvil en su lugar. Sostuvo el brasero que no dejaba de temblar, supo que no tenía tiempo para escapar de la catástrofe provocada por la ira del dios.

"Cada alma tiene un lugar en el mundo, y en donde el amor aclama la verdadera esencia, se posiciona en el centro del corazón que lo salva todo".

Huehuetéotl miró la imagen de Quetzalcóatl que le hablaba desde algún lugar lejano, en el cielo que se teñía en el color del fuego.

Entre los árboles de tule, se posaban los tucanes, de ahí salió volando una guacamaya, llegó hasta el joven Huehuetéotl y lo sostuvo justo cuando la tierra se abrió bajo sus pies, dejando al descubierto la lava ardiente. Le dijo que era Xonaxi Quecuya (el dios de los terremotos) y le indicó que su nieta, en un futuro, debía proteger a los Zapotecas. El joven no entendía lo que pasaba. Dicho esto por Xonaxi, procedió a dejar caer al joven Huehuetéotl hacia la lava, junto con su brasero. El joven volaba en el aire mientras debajo la tierra se resquebrajaba en forma de cruz.

Y, del lugar en donde había caído el joven Huehuetéotl, apareció al poco tiempo una serpiente de fuego...

—¿Ese era mi abuelo? —preguntó la joven, al espíritu Xonaxi Quecuya. Había bajado en forma humana y en sueños relataba a la pequeña, Lara, como su abuelo, el viejo señor del fuego, Huehuetéotl, se había convertido en dios.

—¡Sí! ¡También es conocido como Xiuhtecuhtli! Su esposa fue Chalchiuhtlicue. Lo sabes, ¿verdad? La diosa de ríos y mares... Ahora tú, Lara, eres la nueva Chalchiuhtlicue y tu deber es proteger a los Zapotecas.

—¡Lara! ¡Lara! ¡Despierta!

Lara fue despertada por su madre, quien, apurada y nerviosa, le dijo que debían irse, porque la tierra estaba por partirse en dos y ser cubierta en lava ardiente ante la terrible ira de un dios enemigo. El pueblo sería destruido y no podrían hacer nada al respecto.

Lara se levantó, fue por el brasero al patio trasero para llenarlo de agua. Entre la tierra temblorosa salió al aire libre. Con una mano abierta y el puño elevado hacia el cielo, aceptó convertirse en la nueva Chalchiuhtlicue. En ese instante, una luz azulada bajó y se enredó en el cuerpo de Lara, adornándola con la vestimenta de una diosa.

Huehuetéotl salió del volcán en forma de serpiente y fue hasta su nieta para otorgarle la fuerza y sabiduría que debía portar un guerrero.

FIN

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