CAPÍTULO 1

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Mi mejor amiga Irene y yo, empezamos hoy en un aburrido campamento en las afueras de un pueblo del cual ni sabíamos que existía.
Según nos han dicho nuestros padres, es un campamento para divertirse y pasarlo bien, pero eso ya lo veremos.

Estaba preparándome la maleta cuando sonó mi móvil:

- ¡Mia! ¿Ya tienes todo preparado? -Preguntó Irene.
- Todavía estoy en ello, me falta meter algunas cosas que no consigo encontrar y ya estaría. ¿Tú como lo llevas?
- Yo ya tengo todo, ¡hasta he metido vestidos y taconazos para irnos de fiesta! Bueno, no te entretengo más que ya es muy tarde, mañana será un día muy largo, ¡que duermas bien princesa! -Irene se despidió de mi y colgó.

A Irene la conocí hace un año, he de decir que de buenas a primeras no me dio buena impresión, es más, nunca pensé que llegáramos a ser siquiera amigas, pero en todo este tiempo me ha demostrado mucho más que cualquier otra persona.
Ella es alta, morena y tiene unos ojos tan azules como el cielo.
Es mayor que yo pero solo por un par de meses, aunque por su manera de ser parezca más pequeña de lo que realmente es.

A la mañana siguiente me desperté llena de energía. Prepare mi ropa para el viaje, unos shorts de cintura alta y una camiseta blanca básica con mis zapatillas preferidas de Vans, también blancas.
Me di una ducha rápida y bajé a desayunar.

- Buenos días Mia, ¿estás nerviosa? -Preguntó mi madre mientras hacía el desayuno.
- ¿Por qué tendría que estarlo? Voy a ir a un campamento a pasar los tres meses de verano porque mis padres tienen un proyecto importante que terminar y no pueden ocuparse de mi, más que nerviosa estoy decepcionada, me prometisteis al mudarnos aquí el año pasado que todo esto acabaría y que pasaríamos más tiempo en familia. -Solté, estaba cansada de estar siempre sola.

Mis padres son arquitectos, si, los dos. Se conocieron en la universidad y desde entonces son inseparables. Hace cuatro años tuvieron la gran idea de montar su propio negocio y les va estupendamente, solo que por culpa de eso estamos continuamente mudándonos de un sitio a otro, por no decir que siempre estoy más sola que la una.

- Pasaremos más tiempo en familia, te lo prometimos, pero antes debemos terminar este proyecto. Si no te espabilas llegarás tarde a la estación. -Mi madre se despidió de mi plantando un beso en mi frente.- Tened mucho cuidado, no os volváis locas.

Cuando llegué a la estación estaba prácticamente vacía. Este campamento tiene que ser un muermo para que nadie de este pueblo quiera ir ya que aquí se apuntan a un bombardeo.
A lo lejos vi aparecer a Irene, por la sonrisa que tenía ya podía imaginarme cómo iban a ser estos próximos tres meses, una locura total.

El autobús llegó a la hora predicha.
Eche un vistazo desde fuera y estaba casi lleno, ¿de donde vendría toda esta gente?

- ¡Oh, Dios mío! -Gritó Irene.
- ¿Que ocurre? ¿Se te ha olvidado algo?
- Tía no me digas que no te has fijado en todos los tíos buenos que van en ese autobús... ¡Gracias por convencerme para venir contigo!
- Estás loca. -Pero tenía razón, no me había parado a mirar los rostros que nos escrutaban desde el interior.- Venga, vamos a subir ya que me muero de la vergüenza.
- Lo bueno es que de nuestro pueblo solo vamos nosotras, así si hacemos el ridiculo podemos estar tranquilas porque no nos conocen. -Dijo Irene y empezó a reír con una gran carcajada sonora, puede que recordando alguna anécdota vergonzosa.

Subimos al autobús, estaba lleno a excepción de dos asientos, los nuestros.
Todo el mundo nos miraba, el viaje iba a ser realmente largo.

Después de cinco horas llegamos al campamento.
Los monitores empezaron a explicar cómo serían los horarios, las actividades, cuales serían los días libres y los días que podíamos ir en autobús al pueblo, ya que el campamento estaba apartado de toda mano de Dios y solo teníamos kilómetros y kilómetros de bosque alrededor, cualquiera en su sano juicio iría a pie hasta allí.
Después de eso, nuestra monitora nos llevo hasta nuestra cabaña, la numero dieciséis. Nos explicó que por seguridad debíamos cerrar siempre las puertas con llave y nunca perderlas de vista.
Entramos dentro, una cabaña no muy grande pero tampoco pequeña, con dos baños y cuatro camas. Espera, ¿qué?

- ¿Por qué hay cuatro camas? Nadie nos dijo que compartiríamos habitación con dos chicas más. -Solté confusa.
- Eh... es una incorporación de última hora... siento ser yo quien lo diga pero... -La monitora no encontraba las palabras para decirlo y cuando la puerta se abrió se quedó en silencio.
- Perdón, creo que nos hemos equivocado de cabaña... -Un chico bajito y moreno salió mientras miraba el papel y el número encima de la puerta.- Pues no, Sergio, está es la nuestra. Me llamo Daniel. -Se presentó con una sonrisa. Irene y yo nos miramos sorprendidas.
- Esto tiene que ser una broma. -Dije mirando a la monitora.- ¡No podemos estar en una habitación con dos chicos!
- Lo siento pero no teníamos más espacio, os dejo para que os instaléis. -Salió por patas, ni siquiera nos dio tiempo a decir ni mu.
- Oír chicas, no somos unos pervertidos ni nada de eso, podéis estar tranquilas, yo me llamo Sergio. -Se presentó el otro chico que venía con Daniel. Gracias por la aclaración Sergio, ahora me quedo mucho más tranquila oye.

Nos resignamos a tener que compartir habitación y acabamos las presentaciones. Al parecer Daniel y Sergio llevaban viniendo años a este campamento y aquí fue donde se conocieron.
Daniel no era un chico demasiado alto, delgado, moreno con el pelo corto y ojos marrones rasgados. Parecía el típico payasete con el que te pegas unas buenas risas en clase.
Sin embargo, Sergio era todo lo contrario, transmitía calma y tranquilidad. Su pelo era negro, cortado en degradado y sus ojos marrones oscuros. No parecía ser el típico fuckboy.

Estuvimos hablando mientras terminábamos de instalarnos. Mañana sería un nuevo día repleto de nuevas aventuras y quizás, un poco de locura.

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⏰ Última actualización: Mar 30, 2021 ⏰

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