Amantes

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Amantes

Isabela miró el retrato familiar que yacía del lado derecho de la computadora de escritorio. Esteban, su marido, y Keila y Brandon, de siete y ocho años de edad, la miraban sentados en la arena, delante de un atardecer playero que recortaba sus siluetas en contraste con el mar, foto que ella misma tomó hacía apenas seis meses en un viaje a Cancún.

—Is, el jefe quiere verte —le dijo Yaira de soslayo, la compañera de trabajo con la que más frecuentaba las salidas, a pesar de ya no frecuentarlas tanto. Isabela se alisó la falda gris, se ajustó los tacones y colocó un mechón rubio teñido detrás de la oreja antes de tomar los papeles que necesitaba y salir ante su más temida autoridad.

La charla fue breve. Después de garantizarle al señor Rodríguez que imprimiría de inmediato las gráficas de las encuestas, su móvil vibró sobre los papeles que portaba, asustándola tanto que casi los tira.

Contestó el mensaje después bajar dos pisos en el elevador y depositar con seguridad todo sobre el escritorio. Su contacto registrado como “él”, fue razón suficiente para asegurarse de que nadie observaba con curiosidad sobre su hombro.

¿Tienes algo qué hacer en la noche? Conozco un buen motel para encontrarnos”, decía el mensaje, tan descarado y directo como siempre.

Mi esposo se enojará si se entera”, replicó con una sonrisa pintada en el rostro, haciéndola ver más joven de lo que se sentía.

“Créeme, preciosa, no se va a enterar”. Esto último la hizo reír. Se volvió nuevamente hacia el rostro de su marido en la fotografía. A pesar de que siempre se peinaba, ese día llevaba el castaño cabello revuelto a voluntad de la brisa veraniega, la miraba con esos ojos tan verdes y tan oscuros que siempre la atrajeron desde sus primeros años en la universidad. Acariciaba tiernamente la cabeza de sus dos retoños mientras le sonreía, marcando cada vez más las comisuras de la boca.

Siempre se sintió afortunada de tener a alguien que se preocupara tanto por ella, que la quisiera tanto como Esteban lo hacía, que le asegurara un buen y agradable futuro juntos, viendo crecer a sus dos hijos.

Sonriendo, le respondió al galán detrás del teléfono:

Estoy libre esta noche. Dime cómo se llama ese motelito que me dijiste” .

Llegó a las seis y media a su casa, quitándose los tacones y tirándolos por ahí en cuanto tuvo la oportunidad.

Sus dos hijos corrieron a recibirla y ella los estrechó con cariño antes de darles un beso a cada uno en la frente y preguntarles cómo les había ido en la escuela. Ambos niños, las mismas energías dignas de alguien que acaba de despertar a pesar de estar cayendo el día, se apresuraron a contarle cada detalle.

—¡Saqué diez en mi examen de matemáticas! —presumió Brandon, tomando su mochila para sacar el susodicho examen y enseñárselo con orgullo a su mamá.

—¡Ay, mi niño, qué bueno! ¿Ves? Te dije que sacarías diez.

Después de que Keila le contara sobre sus amiguitas y Brandon le dijera que le gustaba mucho el futbol, les preguntó:

—¿Dónde está su querido padre?

—Aquí —le respondió Esteban, saliendo de la cocina y limpiándose las manos con una toalla pequeña. Llegó hasta ella y le dio un rápido beso en los labios, a lo cual los niños respondieron con gestos de asco.

—Hola, amor.

—Se te hizo más tarde hoy —hizo notar Esteban.

—El nuevo producto está a punto de salir, y el área de publicidad está con la presión a cien. ¿Y a ti, como te fue? —se masajeó el cuello y su esposo se puso detrás de ella para masajearlo en su lugar. Los niños, viendo que ya nada tenían que hacer allí, se apresuraron a subir las escaleras en carreritas, para terminar el videojuego que ambos habían dejado a la mitad.

Amantes (relato corto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora