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A esas alturas yo ya suponía que no había trabajado en nada legal, no sabía exactamente en qué, quizás vendiendo droga como camello de poca monta, o quizás fuera ladrona... no me pegaba nada con ella, pero estaba claro que había gato encerrado en todo aquello.

–¡Al final era cierto lo del vino! –se rió, mientras veía como yo abría una botella de vino blanco y servía dos copas para acompañar la cena que ella había preparado. –No es muy propio de un jefe animar a sus empleados a emborracharse, ¿no?

–Bueno, no soy un jefe corriente.

–No, eso es verdad. Por cierto, antes de que empecemos a beber vino, y lo achaques a que estoy borracha, quiero darte las gracias.

–¿Por qué?

–Por todo, te has portado estupendamente conmigo, has cambiado toda tu vida, me has dejado vivir aquí contigo y has sido super amable. Cuando me vine aquí estaba esperando... no sé, la cara oculta. Me temía que hubiese gato encerrado... pero no, al parecer, no sé porqué, pero sólo quieres ayudarme. Eres buena persona, y eso es extraordinario. Creo que en mi vida sólo he conocido a otra buena persona además de ti. Eres demasiado bueno conmigo, no he hecho nada para merecerlo.

–No es para tanto, sólo hice lo que tenía que hacer, no te iba a dejar en la calle... y ahora, simplemente me gusta que estés aquí, sobre todo desde que estás tan contenta, me encanta verte así.

–Es que llevaba mucho tiempo sin poder dormir bien, siempre vigilando por si había algo o alguien sospechoso... me sentía como un fugado de prisión –sonreía pero supe que decía la verdad.

–Tu exjefe parece un tipo peligroso.

–Lo es.

–¿Y cómo te metiste a trabajar para él?

–Porque no tuve otra opción. La gente dice que siempre hay opciones, pero yo no vi otra... aún ahora no creo que tuviera otra opción. –Que me hablara sobre su pasado me gustaba, aunque fuera de forma tan críptica, pero tenía sobre ella un efecto devastador, le cambiaba la cara por completo y volvía a ser la chica que conocí los primeros días, con esa cara tan seria, tan dolorosamente adulta.

–¿Por qué no me dices en qué trabajabas? Entiendo que tu situación era muy mala, no pienso juzgarte... me da igual qué hicieses antes de llegar aquí... sólo quiero saberlo, me parece que no te conoceré del todo hasta que no lo sepa.

–Dos cosas. No creo que puedas entender lo mala que era mi situación y no quieres saberlo. Créeme, no quieres saber en qué trabajaba. Da igual lo que te imagines que he hecho, no quieres saberlo.

–Bueno, vamos a dejar el tema que te estoy deprimiendo y es más importante que mantengas la sonrisa a que yo sacie mi curiosidad. Cenemos y salgamos por ahí a bailar, a que todo el mundo me mire raro por ir con una chica tan joven como tú.



Cenamos, tomamos cada uno un par de copas de vino, nos cambiamos de ropa y nos fuimos a bailar. Me pidió ir a un lugar donde se bailase salsa... no era mi fuerte, desde luego, pero quería contentarla así que fuimos. Bailaba escandalosamente bien, demasiado bien, entre que yo no tenía ni idea de cómo seguirla y ella intentaba guiarme poniendo mis manos en sus caderas, y que bailaba tan cerca de mí que podía notar sus muslos rozándose contra los míos, sus manos en mis manos, en mi espalda... me estaba poniendo malo, y el alcohol no ayudaba.

Cuando nos tuvimos que ir a sentar a nuestra mesa porque bailar salsa era demasiado para mi edad y estaba hecho polvo, Sara volvía ser todo sonrisas, y no podía creer que se me hubiese pasado si quiera por la cabeza el pensar en ella de esa manera. Yo era su jefe, y ella era una niña, aunque tuviera los 18 años, cosa que empezaba yo también a dudar, sería 14 años más joven que yo. Me avergonzaba de mi mismo.

Mi joven empleadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora