Uno

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5 de octubre de 2018 2:23am, afueras de la ciudad camino al mirador comunal

La luna se escondía detrás de las nubes de tormenta que azotaban el valle de la ciudad, la intensa lluvia castigaba los ciento veinte kilómetros cuadrados de la mediana metrópoli sin misericordia causando apagones en varios sectores, las personas dormían plácidamente en sus casas o departamentos, la tormenta tropical que causaba la lluvia había mermado su intensidad desde el día anterior y no había porque estar despiertos por cualquier eventualidad, sin embargo al ser una metrópoli en crecimiento la vida nocturna estaba presente desde los bares y discotecas del centro hasta el más mísero burdel de la zona marginal, habían personas a las que la lluvia no les impedía salir a "disfrutar" se su miseria moral, dentro de los varios especímenes nocturnos que rondaban la ciudad habían dos en una maltrecha pick up con camper modelo 82, en ella, unos nerviosos tipos se dirigían a toda velocidad a las afueras por el viejo camino al mirador comunal, los últimos rescoldos de ciudad estaban quedando atrás, las casas de los suburbios por donde pasaban yacían  todas en completo silencio y oscuridad, la iluminación pública de lámparas de alogeno disminuía mientras seguían su empinado camino, este dejó de ser de fino asfalto y dos carriles cuando se adentraron en una zona boscosa bastante cerrada, el pavimento ahora era rústico y lleno de hoyos, frente a ellos quedó la última lámpara de naranjas destellos que alumbraba un cartel verde de blancas letras "Bienvenidos al cerro comunal" decía, la carretera ascendía en forma de cono truncado rodeando un cerro en el cual, al llegar a la cumbre había un hermoso mirador biblioteca y espacios con lugares para parrilladas al aire libre ideales en los fines de semana en familia, pero eso no era lo que traía a estos personajes al cerro, el lugar era bien conocido por su poca vigilancia nocturna y por ser perfecto para cometer multiples crímenes que iban desde robar hasta deshacerse de cuerpos, y esa era la razón que los traía por estos sinuosos y tétricos caminos.

Hacía ya más de hora y media que partieron de el otro lado de la ciudad, de los suburbios industriales hasta aquí, por fortuna no había retenes policiales debido a las lluvias, los polizontes estaban muy atareados procurando albergues con los bomberos debido a inundaciones en los barrios desposeídos,  por otro lado el típico tráfico de los viernes por la noche se vio ahogado por la tempestad y el viento helado que la arrastraba, todas las cartas estaban a su favor, aparentemente.

-Casi ni veo nada- masculló el lánguido  tipo que estaba en el asiento del co- piloto del vehículo biplaza, vestía unos vaqueros y una chamarra impermeable.
-El aire acondicionado de esta cosa no sirve, limpia el vaho con tus manos y sirve de algo-. Respondió un grueso hombre de mediana edad sin un pelo en la cabeza, él estaba al mando del volante, succionó humo de su Malboro y cambió el dial de la emisora, solo sintonizaba pura interferencia.
-Hace como quince minutos que no se mueve ¿Crees que ya esté muerto?-. Inquirió el enjuto acompañante mientras limpiaba el vaho con la manga de su chamarra del vidrio
-Ya está muerto desde la paliza que le acomodamos, ahora solo quiero deshacerme del desgraciado para que nos paguen-. Respondió el gordo, sintonizando exitosamente una emisora de música antigua. 
Mientras seguían avanzando por el maltratado pavimento, llegaron a un punto del camino donde los pinos se cernían tanto sobre la carretera que daba la impresión de navegar en una negra rivera digna de Caronte o salida de la mente de Virgilio, la tenue luz que le quedaba al foco izquierdo del vehículo ponía al descubierto los troncos de los pinos, abedules y cedros, todos, tan tétricamente pegados unos a otros, daba la impresión de que observaban con atención a quienes pasaban por ahi, y que aún habiéndoles pasado seguían observando por las espaldas listos para saltar en cualquier momento al camino, tanto se habían adueñado ya de este que sus raíces empujaban el débil y viejo asfalto levantandolo, los lúgubres árboles eran ya tan antiguos que se decía que murmuraban entre el viento y la lluvia, justo como esta trágica noche, los arboreos seres unados a el constante picoteo de la tormenta sobre el casco del vehículo hacían sentir que la encomienda jamás acabaría, en ocasiones la única luz que servia del coche titilaba de forma agónica, dejando a ciegas el camino de los tripulantes y aumentando su horrida ansiedad. Planeban llegar a un punto donde el cerro se conectaba con una montaña vecina que tenía un sendero bastante angosto y poco transitado, solían usarlo los ciclistas montañeses y campesinos, pasaba por un viejo granero abandonado, ahi era el final del trayecto.

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2019 ⏰

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