Tres palabras

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Tres palabras

By: Saphirott

Tres palabras.

Él nunca se habría atrevido a ponerlas sobre la mesa. Aunque las sienta.

Fue Sam. Siempre es Sam el que hace estas cosas. Siempre supo que su hermano era más valiente que él. Más honesto con sus sentimientos.

Tres palabras.

Y puede jurar que está de acuerdo con cada una de ellas. Nunca creyó que eso pudiera suceder, pero aquí está. Este sentimiento que ha estado reafirmándose durante los últimos días. Aguijoneando su alma con un dolor que había esperado no volver a sentir durante mucho tiempo. Un dolor que crece a cada segundo que sigue mirando esa mesa.

Cierra los ojos y traga con fuerza. La impotencia golpeando su garganta mientras sus oídos se llenan con la cadencia de unos versos recitados en otra lengua.

Y reza.

Reza aún sabiendo que el esfuerzo es inútil. Que Dios abandonó la casa sin mirar atrás, dejando puertas y ventanas abiertas, abandonándolos al caos y a su suerte. ¿Y cuándo han tenido ellos buena suerte?

Los cánticos parecen no estar dando sus frutos. La magia no parece estar haciendo "su magia". Y no se atreve a mirar a Sam.

Siente su presencia a su lado, cerca, pero no lo suficiente. No cuando puede sentir su miedo debajo de una frágil esperanza en la que sabe que esta volcando todo su ser. Quiere abrazarlo, mentirle y decirle que todo va a estar bien, que lo van a conseguir, que lo traerán de vuelta.

No quiere ver ese dolor en sus ojos otra vez. No quiere volver a fallarle, no quiere tener que volver a convencerlo de que se ha ido. No cree poder soportar otra noche como la anterior, ni todo el alcohol del mundo podría darle las fuerzas suficientes para poder manejar y sofocar la devastación que emanaba el cuerpo de su hermano, su vida, su todo.

******

Ayer, su corazón comenzó a latir de nuevo cuando lo encontró allí sentado contra la rueda del Impala. Tan pequeño bajo la enorme bóveda oscura y fría de un cielo sin estrellas, tan apagado como Sam lucía. Recuerda el momento de pánico cuando la duda de lo que podía haber hecho asaltó su mente, y como al fin respiró cuando supo que no. Dios, sintió tanto miedo, no podría manejar perderlos a los dos.

Ayer, recogió a su agotado hermano del suelo y lo llevo a casa, a esa suerte de hogar que habían creado y que ahora se sentía más grande y vacía que nunca. Se perdieron en un rosario de vasos llenos de hielo y ámbar, tratando de adormecer esas memorias que bajo que el alcohol traen sonrisas melancólicas de un pasado que nunca ha de volver.

Ayer sintió que su corazón ya no se podía romper en más pedazos cuando lo siguió a la habitación. Cuando para llegar allí tuvo que pasar por esa otra puerta tras la cual todo había pasado, la que guarda aún sus restos. En la que ahora no hay nada más que silencio. Cuando encontró a su hermano sentado sobre la cama, de espaldas a la puerta, tan rígido que hasta a él le dolía.

—Sammy... —susurra desde la puerta, aún sin atreverse a entrar, evaluando el espacio que su hermano necesita.

No hubo respuesta. Solo puños apretados contra el colchón y unos nudillos tan blancos que parecía que el hueso quería aflorar a la superficie. Y lo supo. Supo que el dique iba a estallar, lo que no sabía es si podría recomponer los pedazos.

—Sam... Escucha...

—¡No!

—Sammy...

—¡Joder, no! ¡No! ¿Por qué, Dean? ¿Por qué él?

Tres palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora