confusión y caos.
Palabras perfectas para describir la mente de Matilde, estaba tan cansada de todo el peso de sus pensamientos , de no saber que hacer de las voces que gritaban en su mente por ser escuchadas, el caos constante los momentos efímeros de tranquilidad, sobretodo después de un largo período de estabilidad. No había motivación porque su cuerpo siempre terminaba por pensar en otra cosa. La conciencia social, el peso de saber todo lo que se esforzaban sus padres en ella, Matilde estaba colapsando. y lo comenzó a notar en las pequeñas señales que su cuerpo le daba, algunas bien conocidas, como los mareos, las náuseas y el cansancio, y otras nuevas como los dolores de articulación y los temblores a veces imposibles de controlar.
¿Y cómo podía seguir adelante si sólo quería poner un fin? se estaba desgastando, la presión académica haciendo estragos en su mente y los sentimientos contradictorios revolvian su corazón. ¿Por qué se preocupaba de cosas banales cuando tenía pesos tan grandes sobre su cabeza? ¿Por qué no podía dejar de pensar en la linea del mentón de Matías? Matías, Matías, Matías... el causante de muchas contradicciones, Matilde pensó que ya lo había superado, pero la necesidad de tener su aprobación, de ser considerada por el chico la confundían totalmente. Probablemente se había vuelto a fijar, cómo lo había hecho con Ángela hace algunos años, sin embargo Matías ya nada tenía que ver ahí, Matías le había dejado las cosas de la forma más dulce y claras. El no estaba interesado en Matilde, y eso la ponía triste, la distraía al momento de hacer cualquier cosa y es que Matilde podría hablar horas del aroma masculino de Matías, de la curva tan delicada de su cintura, de su expresión al tocar guitarra, y ahí venian los gritos, las voces hablando a la vez, gritando que no había oportunidad que intentara dar vuelta la página con Ignacia, que se concentrara en los estudios que su familia confiaba en ella, que era obvio que no se fijaría en ella si su cuerpo le daba asco y su personalidad era aburrida y cargante. Que estaba cansada y quería rendirse, y la pequeña voz que trataba de mantener encerrada pero cada vez sonaba más fuerte. Matilde estaba tan cansada, sus ojos ya ardian constantemente por el llanto casi histérico que soltaba ante cualquier mínimo inconveniente. Matilde no sabía nada, ni quien era, ni que quería, no sabía si quería continuar o terminar, sólo sabía que dentro de su corazón sólo dos cosas se repetían constantemente: paz y atención.