Prefacio

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Los pasillos que conforman el ala oeste del Palacio Imperial se encuentran muy concurridos, a pesar de que ya pasa de la media noche, diversos sirvientes y soldados de alto rango entran y salen de las distintas habitaciones, la luz de las lujosas arañas de plata se mantiene tenue con el objetivo de reducir las molestias a cualquiera que se encuentre divagando por los corredores; entre los distintos soldados que se encuentran en ese lugar destaca un hombre alto, de piel de porcelana y ojos color rosados, viste el uniforme morado oscuro que los de su rango suelen utilizar, entre sus manos lleva una pequeña unidad de almacenamiento de color negro, el hombre se desplaza con agilidad, esquivando a los distintos sirvientes, soldados y androides que se encuentren en su camino.

Observa de reojo la lujosa decoración del pasillo, el suelo de mármol blanco perfectamente pulido, el hermoso papel tapiz cuyas formas parecen cambiar dependiendo de donde se les mire, las alargadas arañas que cuelgan del techo y los retratos de gobernantes pasados otorgan al pasillo un aire de majestuosidad, que enmudece a cualquiera que se atreva a poner un pie en semejante estructura.

A medida que el fin del corredor se acerca, los imponentes rostros de los gobernantes, que lucen unos espléndidos ojos de tonalidades moradas y rojas, se le hacen cada vez más familiares. Por fin se detiene frente a una puerta dorada, que está decorada con grecas hechas de oro y plata que se enlazan entre sí, y cuyas cerraduras exhiben distintas piedras preciosas: el soldado se encuentra frente la puerta que conduce al despacho del Emperador.

El hombre toca la puerta y recarga en un costado para esperar la respuesta, su mirada se encuentra con la del retrato del anterior Emperador, cuya suerte lo había llevado a los brazos de la muerte, dejándole el peso de la corona a su joven heredero. Posa su mirada sobre los listones negros y morados adornados con pequeñas perlas de obsidiana que se expanden alrededor del marco del retrato y abajo de este, una placa que muestra el emblema de la familia real (dos cuervos sosteniendo una corona) junto al nombre del difunto monarca:

"Su Majestad Imperial Central, Archibald Scheidemann".

Sus pensamientos son interrumpidos por el sonido que emite una de las puertas doradas al abrirse, de su interior sale un mayordomo que le indica con la mano que pase, el hombre se separa de la pared y se dirige al despacho mientras que el mayordomo le sostiene la puerta.

El interior del despacho es aún más lujoso que los pasillos: el suelo está revestido con una alfombra de color rojo oscuro, las paredes redondas exhiben once ventanales referentes a los 11 Sistemas principales, casi al fondo de la sala se encuentra un escritorio dorado donde se exhiben diferentes hologramas, alrededor del escritorio se encuentran los asesores junto con los generales del imperio; ellos observan en silencio a la parte trasera del despacho donde, delante de un ventanal, se encuentra el joven emperador con la mirada perdida en la lejanía de las estrellas.

El hombre se aproxima con pasos lentos y se detiene a una distancia prudente de los presentes, pero lo suficientemente cerca para ser escuchado. El soldado se limpia el sudor de las manos con el borde de su camisa, a la vez que aprovecha para ocultar sus crecientes nervios. Respira hondo y con el tono de voz más neutral que puede permitirse dice:

‒Su Majestad, tengo noticias. ‒

El joven Monarca se mantiene inmovil, con una expresión seria y desinteresada.

‒Habla. ‒ Le ordena al mensajero sin siquiera dirigirle la mirada.

‒Nuestras recientes exploraciones han resultado exitosas, hemos encontrado el paradero de Petrov y del Brazal del infierno.‒

La expresión del Emperador cambia drásticamente, da media vuelta y antes de que el mensajero pueda reaccionar, la magia del Monarca lo hace levitar por la mitad de la sala para posteriormente dejarlo caer a unos metros de él. El impacto hace que la pequeña y frágil unidad portátil se resbale de sus manos, pero para su suerte logra atraparla antes de que se dañara, cosa que de haber pasado, lo hubiera condenado a una muerte dolorosa.

‒ Muestrame.‒

El hombre levanta la pequeña unidad portátil de color negro, que contiene la ubicación del objetivo. El Emperador toma la unidad portátil entre sus manos, la examina por unos segundos para después entregarla a uno de los Generales ahí presentes. Ignora al mensajero que permanece en el suelo y se dirige al escritorio. Al llegar, conectan el dispositivo a la computadora, al cabo de unos segundos los hologramas actuales desaparecen para dar paso a un mapa en donde se pueden observar ocho planetas, uno de ellos resaltado en color verde.

‒¿Sistema Teboct?, recuperar el Brazal será más fácil de lo que pensamos, sugiero mandar a nuestro mejor escuadrón a capturarla.‒ Dice uno de los generales.

El soldado se levanta del suelo juntando la poca valentía que le quedaba y dirige hasta el escritorio donde se detiene a una distancia prudente, esperando una oportunidad para entregar el resto del mensaje.

‒Considero que es muy riesgoso General Litway, después de todo Svetlana Petrov alguna vez fue una de nuestras mejores soldadas, y con el poder del Arcano a su disposición...‒

El Emperador, que se percata que el soldado mensajero sigue en la sala, hace un gesto con la mano extendida ordenándole al General que deje de hablar.

‒¿Por qué sigue aquí?, ¿acaso no ha cumplido ya su encargo? ‒ El Monarca se cruza de brazos mientras se acomoda en su silla. Aunque su rostro muestra una expresión serena, su mirada refleja una señal de advertencia dirigida al soldado mensajero, que en estos momentos se encuentra en medio de un ataque de nervios.

‒Hay algo más que debe saber, Su Majestad. Hemos encontrado otra cosa que pueda ser de su interés.‒ El hombre se dirige hacia donde se encuentran los hologramas, con un suave movimiento de manos, varias imágenes y documentos se despliegan sobre el mapa.

‒No solamente Petrov se encuentra en el planeta, sabemos de buena fuente que el Orgullo del Rey también se encuentra resguardado en el planeta, más específicamente en la bóveda del Palacio Real.‒

Una serie de murmullos se extienden por toda la sala, los Generales muestran una expresión de sorpresa mientras que el Monarca se muestra visiblemente interesado.

‒Dos Arcanos en un mismo planeta, con ese poder de nuestro lado nada podrá interponerse en nuestro camino, podríamos hacer una doble expedición.‒ Habla uno de los Asesores.

Un General hace un gesto a modo de negación y responde.

‒¿En serio cree que los lugareños nos dejarán el camino libre para tomarlo?, si realmente está en esa bóveda necesitaremos más que una simple expedición para obtenerlo. ‒

‒¡Pues ocuparemos el planeta si es necesario!.‒ Exclama otro de los Asesores.

El General que había hablado anteriormente vuelve a expresar una mueca de inconformidad:

‒Es una opción muy arriesgada Lord Poltereis, una invasión definitivamente atraerá la atención del Sistema Nonác y no creo que el Emperador Wittgenstein se quede de brazos cruzados.‒

‒Es un riesgo que estoy dispuesto a tomar y si es necesario nos enfrentaremos a quien nos tengamos que enfrentar.‒ Proclama el Monarca, que había estado escuchando la conversación. El resto de los presentes se miran unos a otros, intercambiando miradas interrogativas o de inconformidad, a excepción de Lord Poltereis, que se mostraba arrogante por la aprobación del Emperador.

‒¿Algo más por agregar?‒

El Mensajero se sobresalta al oír al Emperador dirigirse hacia él.

‒No, Majestad. Es todo. ‒ Responde.

‒Bien, retírese a la espera de nuevas órdenes.‒

Sin decir nada, el hombre hace una reverencia y se dirige hacia el corredor, al atravesar el umbral, las puertas doradas se cierran detrás de él, dejando al Monarca a solas con sus consejeros. Ahí es cuando suelta un suspiro de alivio. 

El Reino Roto #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora