De Holden para Phoebe por Navidad

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Para Phoebe (Weatherfield) Caulfield, Nueva York.

Fudgetown, 14 de diciembre de 1950.

Querida Phoebe:

Debes saber ante todo que para esto de las cartas soy un completo desastre. En serio. No sabes lo que tuve que sudar para terminar siquiera esta, la cual probablemente encontrarás mediocrísima. Espero, no obstante, que al final todo se entienda, porque literalmente estuve arrancándome los pelos de la cabeza por una hora para poder sacar algo que fuera digno de ser presentado. No debes esperar misivas estilo Frankenstein de mi parte nunca.

Te escribo por dos motivos. Primero: para darte la enhorabuena por tu libro de cuentos. Lo recibí el lunes. ¡Me encantó! De verdad. Lo he leído como unas cincuenta veces. Se ha vuelto uno de mis favoritos. Fue un lindo gesto que además decidieras dedicármelo. Y hablando de libros, aquí te obligan a devorarte tres por día. Es una locura. Por suerte, la mayoría son obras cortas, fáciles de leer, con un contenido bastante ameno para nuestra edad. Nos ponen también a escribir muchísimo, sobre nuestros sentimientos y eso. Toda una lata. Cuando vuelva a casa te mostraré lo que he hecho.

Y segundo: para contarte qué tal me ha ido.

La clínica no está tan mal. Me tratan moderadamente bien, no tengo problemas con nadie y he entablado una buena amistad con la chica que limpia mi cuarto. Pero la verdad es que ya empiezo a aburrirme. D.B. me ha asegurado hasta el cansancio que no falta mucho para que me den de alta. Y, según el psiquiatra, estoy haciendo "grandes" progresos. Pero, si te soy sincero, yo no le creo nada. Han pasado como veinte días desde la última vez que me dijo algo que no fuera eso.

El domingo fue horrible, Phoebe. Nos pusieron a ver una película asquerosa con temática navideña que trataba sobre un Beagle que cambiaba la vida de un tío amargado. Creo que tú también la habrías odiado. Pero no por el perro o el tío amargado, sino porque incluyeron el gastadísimo tema de Navidad en ella, que nada tenía que ver con la película. Vamos, que solo el escenario, la ropa y la música daban a entender esto. Nada más. Bueno, el asunto es que la mayoría de los farsantes allí presentes rompieron a llorar cuando acabó aquella basura. Yo fui el único que guardó silencio. Por esto, me tacharon después de frío, cruel e insensible. Menudo descaro. Al final tuve que fingir que no había entendido "del todo" aquella porquería para que me dejaran en paz. Después de eso no quise hablar con nadie.

El lunes nos pidieron hacer una tarjeta navideña para alguien muy especial. Naturalmente, pensé en ti enseguida. Pero las cosas se complicaron porque debíamos terminarlas en menos de una hora, y yo no quería, por las prisas, darte una cosa mal hecha. Así que, al final, me decidí por hacer una más sencilla para Betty, la chica que te digo que limpia mi alcoba. La verdad, Phoebe, es que ella me da una pena terrible. Creo que no tiene familia. Y es la mar de buena conmigo. De verdad. Cuando le di la tarjeta, ella sonrió agradecida y me abrazó muy fuerte, y te juro, Phoebe, que toda la tristeza y el malhumor del día anterior se esfumaron.

Ese mismo día empecé a trabajar incansablemente para hacerte el obsequio perfecto como agradecimiento por el que tú me diste, aunque, la verdad, sin muchas esperanzas. Gracias a Betty, sin embargo, logré terminarlo.

Te escribí un pequeño libro de cuentos, que son, en su mayor parte, para niños, pero también hay otros más emocionantes que hablan sobre detectives y esas cosas. Me afané como esclavo para componer algunos poemas también, pero al final solo dejé los de Allie, que son los que mejor me salen.

Me siento muchísimo mejor, si te soy sincero, ahora que sé que tienes algo para recordarme. Saber que aún estoy en libertad para hacer este tipo de cosas me hace muy feliz. La verdad es que últimamente he renegado un poco de la alegría de las fiestas por pensar que no soy libre para expresar mi dicha como quisiera. Lo que pasa es que no soporto esas exageradísimas manifestaciones de júbilo que se supone uno debe imitar por acercarse la Navidad. Me revienta eso. Te fuerzan a sonreír todo el tiempo, a llorar como una vieja dramática con las películas que ponen, a festejar con los demás, cuando todo lo que quieres es que te dejen solo. 

Sin embargo, hay que reconocer que lo hacen por buenas intenciones. No digo que no. Esa es la costumbre de toda una vida. Pero, como pasó con lo de la película, algunos se lo toman demasiado en serio. O lo exageran. Muchos aquí piensan, Phoebe, que porque se les ha contagiado la fiebre por los regalos y las fiestas, creen que los demás también sienten o deberían sentir lo mismo. No los critico ni nada, solo siento que no necesito cantar villancicos para hacerme entender que soy feliz. Por varias razones puedo estar feliz, y de verdad lo estoy, pero, vamos, tal vez mi felicidad se manifiesta de otras maneras. En tu obsequio, por ejemplo. Muchas cosas influyen en eso, y la Navidad, con todo, es una de ellas. Pero aunque decoren las paredes con miles de gorros de Papá Noel, no me harán sentir más feliz de lo que sé que ya estoy. No es la fecha en sí la que lo hace, sino los recuerdos que tengo de esas pasadas festividades. He vivido, gozado y compartido buenos momentos con otros en el pasado, y mientras conserve estos recuerdos la felicidad nunca me faltará. Estoy agradecido porque aún soy libre para pensar, sentir, hacer y, más importante aún, para recordar. Y eso es, creo, lo que me hace ser feliz y estar en paz con cuantos me rodean ahora.

Prometo estar en casa pronto. Si acaso me lo impiden, me escaparé de aquí como sea.

Te quiere tu hermano,

HOLDEN

❄ Personaje y obra clásica utilizada: Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de J

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Personaje y obra clásica utilizada: Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

Número total de palabras: 998.

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