Re en Enero

2.3K 124 497
                                    


La soledad es gris oscuro. Un color sin color detrás del párpado cerrado que cambia según se mire.

Es gris también en el pecho y gris en los bordes cuando se tienen los ojos abiertos.

Una bruma que te aleja y te separa de todo y de todos. Una coraza.

— Raoul ¿me escuchas?

Nerea, la persistente Nerea.

— Sí, perdona ¿qué?

— Que hemos cogido un Uber, que si vienes con Ana y conmigo.

Estaban en el AVE, entrando a Atocha después de los últimos conciertos de la gira. El vagón era casi exclusivamente para ellos y estaba lleno de aquél aire de sueño, cansancio, pena y felicidad que Raoul empezaba a asociar con todo lo que tenía que ver con Operación Triunfo.

A un paso de la amargura.

— No... voy a coger el metro...

— Va a haber mucha gente, Raoul, nos van a estar esperando.

Hecho una pelota agotada contra el cristal, Raoul asintió y volvió a perderse dentro de su cabeza.

— Háblame cuando llegues a casa para ver que no te han secuestrado... —oyó que le decía a lo lejos.

Nerea se sintió frustrada una vez más, pero se dio la vuelta y volvió con sus compañeros unos asientos más adelante, donde hablaban y departían la mayoría.

La llegada a Atocha fue, efectivamente, una locura. Posiblemente era por las fechas, por los recuerdos y porque los adolescentes y universitarios estaban de vacaciones, pero por un momento se vieron lanzados de nuevo al furor del año anterior.

Sin querer, Raoul buscó unos ojos oscuros que se había acostumbrado a salvar de aquellas situaciones.

Unos ojos que ya no se molestaban en buscar a los suyos.

Sonrió con la práctica de los corazones rotos, de los ojos cansados, y dejó que le hicieran fotos y lo abrazasen mientras se acercaba lentamente al metro.

Habría sido sencillo refugiarse en el cariño momentáneo y real de los fans por él. Aceptar los abrazos como fuente de consuelo, pero ni era sano, ni podía. Los sentía externos a él, como si le estuviesen pasando a otra persona.

Tenía, muchas veces, la sensación de estar viendo desde fuera lo que le ocurría.

Y frío, siempre tenía frío.

— Gracias, chicos, gracias... pero me voy. Estoy muy, muy cansado...

Era una locura ir en metro, Nerea tenía razón, y más de veinte personas lo siguieron al andén y de ahí a su vagón. El camino era de apenas unos minutos en metro y Raoul tuvo que dar un rodeo en las calles, entrar en un starbuks fingiendo que quería un café y asegurarse de que nadie lo seguía hasta la puerta de su casa.

Era agotador y algo que no debería ocurrir, pero era lo que había.

Llegar a casa, sin embargo, fue un placer. Sobre todo después de cuatro días fuera y lejos de Re. Menos mal que Angy y Lucía se habían acercado a darle de comer y a jugar un poco con él. Todavía era un gatito, era inquieto y juguetón, ligeramente problemático y un explorador que luchaba por cruzar la puerta y salir al rellano siempre que podía.

Y un enemigo acérrimo del árbol de Navidad y de todo lo que colgaba de él. Ladrón.

— Hola, hola...

Se había erizado de gusto al verlo. Eso sí que era absoluto y verdadero amor.

Y mañana sería definitivamente suyo.

Re en EneroWhere stories live. Discover now