Capítulo 9. Vidrios

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Nicolás llegó a la universidad con un increíble buen humor, era lunes por la mañana, todos tenían una cara de muerte mientras que Nicolás mantenía una sonrisa, buscaba a Edgar con la mirada pero no lograba encontrarlo, entró al salón de clases y conversaba con algunos de sus compañeros desinteresadamente, entre ellos estaba Arturo, quien actuaba como si nada hubiera pasado. 


Cuando Edgar llegó se le miraba igual que cualquier otro lunes: jodido. Se le notaba la cara de cansancio aunque probablemente acabara de despertar, tenía pequeñas ojeras bajo sus lindos ojos y a la vez su sonrisa lo hacía mirar fresco. Llevaba un vaso con café que era típico de cada lunes y saludaba a sus compañeros con pequeñas bromas y sonrisas.

A estas alturas de la carrera, ya varios se habían dado de baja, la cantidad de alumnos se había reducido a un poco menos de la mitad. Y eso era realmente bueno, todos eran hombres y todos se llevaban bastante bien. Así que el ambiente en el salón de clases era comodísimo.

Hasta que alguien notó algo raro en Edgar: no había llegado junto a Evan.

—Edgar… ¿Y Evan? — Preguntó Eduardo un poco curioso, no pensó en el peso de su pregunta, ni siquiera se imaginó que aquella pregunta tan simple fuera tener algún peso. Simplemente estaba acostumbrado a mirar a Edgar llegar junto con Evan, pues ambos vivían juntos. Pensó que quizás Evan estaba enfermo o alguna cosa así.

Edgar quedo helado con la pregunta, su sonrisa desapareció inmediatamente y volteó a ver a Nicolás esperando que su amigo le ayudara a formular una respuesta, pero Nicolás también estaba congelado. Arturo salvó la situación.

—Ya no va a estar con nosotros... —cuando dijo esto llamó la atención de varios— regresó a Japón con su familia, no tuvo tiempo de avisar, él no lo tenía planeado, pero le va a ir mucho mejor allá. — Explicó Arturo con su mejor sonrisa, mirando con satisfacción la cara de alivio de Edgar.

Algunos lamentaron ya no tener a Evan en el grupo, expresando lo mucho que lo iban a extrañar, a otros no les importó, mucha gente se iba y dejaba la carrera a medias sin dar explicaciones, Evan simplemente era un caído más.

El resto del día avanzó como de costumbre, Nicolás y Edgar se trataban como si nada. No se coqueteaban ni se miraban de manera especial, estaban en su simple papel de amigos; bromeando entre ellos y riéndose a carcajadas. No había ninguna incomodidad en el ambiente, hasta que se apareció Daniela y Nicolás sintió como se le destrozaba el corazón.

Bastaba con apreciar la manera en la que mira a aquella chica, la forma en la que la besaba y el brillo en sus ojos al verla, Edgar no paraba de sonreír cuando la tenía en frente, el castaño estaba realmente enamorado de ella, y eso ningún hombre lo podrá cambiar.

Nicolás sentía como las oportunidades de ser feliz se le hacían pedazos entre las manos, se sentía enfermo, le dolían todos los huesos de una forma inexplicable, sentía un nudo en la garganta que le alarmaba que en cualquier momento soltaría en un humillante llanto. Intentaba respirar profundo pero nada de eso funcionaba, simplemente no podía aguantar seguir viendo más esa escena.

Sentía aquella escena como miles de vasos estrellándose en su pecho. —Amar es sentir en tu corazón un vaso roto— pensó adolorido mientras seguía viendo a esa feliz pareja de una manera tan masoquista. No podía decirle a Edgar que estaba celoso, no podía enojarse con él, no podía reclamar nada, pues ellos dos no eran nada. Y se notaba como Edgar y Daniela lo eran todo.

El amor sabe a vidrios. — Pensó.

Se odió tanto por creer en Edgar, aunque el imbécil de Edgar jamás le dijo nada; odió creer en su mirada, en lo que le decían sus besos, en el mensaje que daban sus mejillas sonrojadas, todo el lenguaje corporal que Edgar le transmitía no era más que una de las más amargas mentiras que ha conocido en su vida, se sentía usado, como una rata de laboratorio con la que habían experimentado mil veces. Y todavía más extremo: sé sentía listo para morir, porque la vida sin Edgar no es vida. No se sintió realmente vivo hasta que el castaño lo tocó hace años atrás en un incómodo apretón de manos.

Vaso rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora