Capitulo 1 Ecos nocturnos

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Prólogo

El primogénito

Octubre del 2005.

-Hay una vieja historia- contaba la abuela de Aries mientras acicalaba el largo cabello de su pequeña nieta, quien había cumplido seis años de edad.

-¿Qué dice, bú?

Bú, era la forma en la que había decidido llamar a su abuela. Su nombre era Elena, nombre también de la madre de Aries, pero, Bú, era corto, fácil de recordar para la niña, además, aún no podía pronunciar de forma correcta la letra L.

-Se dice que, sin importar el tamaño de la familia, en cada generación habrá un nieto, el primogénito de cualquiera de los hijos, que nacerá para limpiar los pecados de la familia, y se convertirá así en el amuleto de buena suerte y felicidad para quienes le rodeen.

Aries no podía entender con claridad las palabras de Bú. Lo único que podía sentir eran las suaves caricias que hacía sobre su cabello, y lo bien que se sentía. Comenzaba a darle sueño, era hora de su siesta.

Quería quedarse así para toda la vida.

Capítulo 1

Pierre,Dakota del Sur, Noviembre del 2016.

Tenía tan solo diecisiete años, y en el lugar donde las personas normales guardan su corazón, Aries tenía un agujero negro, dentro de sus ojos un infinito espiral de dudas, en espera del valiente que se atreviese a verlos.

No tenía hermanos, y su familia tampoco tenía mucho dinero, de hecho, eran apenas clase media. Un gato le hacía compañía. Meses antes, lo había encontrado cerca de un basurero. Lo llevó a casa sin el permiso de su madre, y al día siguiente, mintió diciendo que el gato había entrado por el patio trasero. Era pequeño, con el pelaje sucio y unos ojos azules que la miraban siempre desde el suelo. Cada vez que lo abrazaba, sabía que abrazaba a la pureza, a la inocencia, al amor. Cada vez que Aries abrazaba a Tesla, abrazaba al bien absoluto.

Desde hace un par de años vivía obsesionada con sus estudios, siempre alerta, sin días libres para ella, no había salidas, ni encuentros, no iba a fiestas, tampoco era de aquellas chicas que conocía a hombres por montones, sólo vivía para ella y para la escuela, se había convertido en su propia esclava. Esto por supuesto a su madre no le molestaba, el monto que la beca ofrecía era gratificante, así era Aries.

Aquella mañana como todos los días había despertado sola en casa, se levantó de cama para recoger la ropa que su madre había dejado esparcida en la habitación, siempre llegaba tarde al trabajo, o salía a las justas de casa, dado que su hija estudiaba en el turno nocturno, se sentía libre de dejar la pequeña casa hecha un desmán, no era molestia para Aries, siempre tenía la solución para deshacerse de la soledad; poner música a todo volumen mientras cantaba y Tesla pasaba entre sus piernas, ronroneando y dejando pelos flotantes en el ambiente.

La parte favorita del día para Aries, era sin duda por las tardes, cuando todo estaba en silencio y la casa olía a limón y limpiador de pisos. Se sentaba frente a una de las grandes ventanas por las que se colaba el sol, formando franjas anaranjadas en el suelo. Le gustaba sentir el tibio brillo de otoño sobre sus hombros, y a su izquierda estaba Tesla, esperando siempre una caricia de su dueña, y en ese momento, el mundo de Aries se volvía el más profundo mar de paz y reflexión.

Realmente amaba su vida.

Pensaba que la felicidad un día podría volver a sus manos.

Eran las tres de la tarde, y la hora de marcharse a la escuela había llegado, alistó sus cosas, ésta vez no podría dejar comida en el plato de Tesla como de costumbre, no había previsto que las croquetas comenzaban a agotarse, pero seguramente él esperaría ahí hasta que su madre llegara, era un pequeño gato glotón, sin embargo la idea de comer solo no parecía agradarle. Según habían contado sus vecinos, Tesla salía de casa por las tardes cuando Aries no se encontraba y merodeaba al loro de la señora que vivía en la calle de atrás, aún así, su mascota no sentía la menor provocación por devorar a ese plumífero ser. Al menos eso es lo que Aries pensaba.

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