Capítulo 7

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César la miraba fijamente, —Veo que has encontrado tu ropa —dijo él y, de pronto, una puerta se cerró en seco en la mente de Victoria, que cayó redonda sobre la mullida alfombra, había recordado...


CAPITULO 7

Lo siguiente que supo fue que estaba tumbada en una cama desconocida, vestida con una preciosa bata verde de seda y que había un desconocido inclinado sobre ella. Era un hombre bastante joven y de buen aspecto.
—Hola —saludó amablemente cuando vio que Victoria lo estaba mirando—. Preciosos ojos. Me alegra que los hayas abierto.
— ¿Donde estoy? ¿Quién eres?
—Soy médico —el hombre volvió a sonreír—. Me llamo Jo Miles, aunque mis amigos suelen llamarme Jack.
Victoria notó en ese momento que le estaba tomando el pulso.
—Ahora estate quieta un momento mientras miró tus ojos con esta linterna...
Ella obedeció.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó mientras el médico le iluminaba uno de sus ojos.
—Te has desmayado —explicó—. César estaba preocupado y me ha llamado para que te echara un vistazo.
César. La bruma que se había adueñado de la mente de Victoria empezó a esfumarse.
— ¿Sabes dónde estás? —preguntó el médico con delicadeza.
—Sí.
— ¿Puedes decirme lo último que recuerdas antes de desmayarte?
—De pronto he sabido quién era, y al darme cuenta me he desmayado.
— ¿Qué te ha hecho darte cuenta?
«El», quiso espetar Victoria. «Lo odio. No quiero volver a verlo». Cerró los ojos de nuevo.
—Preferiría no hablar de ello.
El médico se echó atrás y suspiró.
—¿Porque te altera demasiado o porque es un tema demasiado íntimo?
«Ambas cosas», pensó Victoria, y se negó a contestar. El médico le tocó delicadamente la cicatriz de la sien. Ella abrió de inmediato los ojos y lo miró con dureza.
—Buen trabajo —dijo él, y sonrió de nuevo—. La marca desaparecerá por completo con el tiempo. ¿Qué tal está tu rodilla?
—Bien —contestó ella, tensa—. Como todos mis demás problemas, solo necesita tiempo.
El médico observó unos momentos su expresión de enfado y asintió.
—Comprendo. En ese caso, supongo que no querrás que te hagan unas radiografías de la cabeza para asegurarnos de que...
—No —interrumpió Victoria con firmeza.
—Sí —dijo otra voz—. Si lo consideras necesario, Jack, se las hará.
Victoria se cubrió los ojos con una mano en el momento en que oyó a César.
—No eres tú quien debe decidirlo —oyó que decía el médico con firmeza.
Si hubiera tenido los ojos abiertos, habría visto la expresión de frustración de César.
También habría visto que el médico tomaba sus dos frascos de pastillas de la mesilla de noche y que, tras leer las etiquetas, abría uno de ellos y sacaba una pastilla antes de guardárselos en el bolsillo.
—Toma esto —dijo, y le alcanzó la pastilla junto con un vaso de agua.
Victoria apartó la mano de su rostro. Frunció el ceño al ver la pastilla, pero cuando la reconoció la tomó obedientemente, cerró los ojos una vez más y esperó a que el suave tranquilizante hiciera su efecto.
Sintió que el colchón se movía cuando el médico se levantó.
—César sabe dónde localizarme si me necesitas, Victoria.
—Hmm —dijo ella—. Gracias —y se alegró de saber que el médico se iba.
En cuanto Jack le hizo un gesto con la cabeza, César se encaminó hacia la puerta. Se sentía fatal y, por su expresión, el médico parecía pensar que se lo merecía.
—No sé a qué crees que estás jugando, César —dijo Jack Miles en cuanto estuvieron fuera—, pero te advierto que es un juego peligroso.
—No es ningún juego —protestó César.
—Me alegra que lo sepas, pero si me has llamado para pedirme mi opinión, creo que te estás pasando. La amnesia es algo muy delicado. Apenas sabemos nada sobre ella. Pero yo diría que Victoria está empezando a recordar, y opino que necesitaría estar en un entorno controlado.
—No —se negó César al instante—. Estás hablando de hospitales, y Victoria ya ha pasado demasiado tiempo metida en uno de ellos.
—Eso no significa que tú seas su mejor opción.
— ¡Soy su única opción! —espetó César—. Ella reacciona conmigo. Necesita que esté a su lado, y no pienso volver a dejarla.
Jack observó la tensa expresión de su amigo e hizo una mueca.
—Así que esta es tu cruzada particular, ¿no?
—Sí —replicó César en tono cortante, y comenzó a bajar las escaleras.
Ya que no le estaba diciendo nada nuevo, quería que Jack se fuera cuanto antes.
Cuando se detuvieron ante la puerta principal, el médico sacó los dos frascos de pastillas del bolsillo y se los entregó.
—Toma. Mantenlos alejados de ella —aconsejó—. Dale una pastilla solo cuando lo consideres necesario.
César sintió que se le secaba la boca.
— ¿Crees que podría...?
— ¡Creo que Victoria está conmocionada! —explotó de pronto Jack—. ¿Cuándo la encontraste? ¿Hace dos días? ¿Cuántas veces has dicho que se ha desmayado o ha estado a punto de desmayarse desde entonces? ¿Quién sabe lo que está sucediendo en el interior de su cabeza? Yo no, desde luego. Tú tampoco. Ella tampoco. Esta noche, por ejemplo... —continuó, furioso—, se duerme, despierta y empieza a utilizar el dormitorio como si no hubiera dejado de hacerlo durante todo un año. Pero de pronto vuelve del pasado al presente... ¡no es de extrañar que se desmaye!
—Comprendo —dijo César mientras guardaba los frascos en el bolsillo de su pantalón—. Gracias por haber venido tan rápidamente, Jack. Te lo agradezco.
Jack asintió con ironía.
—Pero no la opinión que te he dado, ¿verdad? De todos modos voy a darte un consejo antes de irme. Si sientes que debes ocuparte personalmente de este problema, tómatelo con calma. Victoria debe sentir que cuenta con tu apoyo, con tu consuelo. No debes presionarla lo más mínimo —advirtió, serio—. Con un poco de suerte, los recuerdos irán aflorando sin resultar traumáticos.
—Pero no crees que vaya a ser fácil, ¿no?
—Como ya ha quedado claro, Victoria está recordando por destellos inconexos, y tú eres el gatillo que los dispara. Haz el favor de no apretar ese gatillo, o el tiro podría salirte por la culata.
Ya le había salido por la culata doce meses atrás, pensó César mientras se encaminaba hacia el cuarto de estar después de despedir a Jack. Cuando entró, fue directamente al bar. Necesitaba un whisky. Mientras se lo servía, sus ojos se posaron en una foto enmarcada que se hallaba sobre un antiguo escritorio, la única pieza de mobiliario que Victoria llevó a la casa cuando se casaron.

FlashBack
César recordó, dolorosamente, la primera vez que la había visto. Era uno de los recuerdos que más le gustaban y continuaba tan vívido en su cerebro como si hubiera sucedido el día anterior. O esa misma noche.
Había sido en una despedida de soltera. Una de sus amigas acababa de comprometerse y Victoria y otras amigas habían quedado en un pub para celebrarlo. Victoria tenía trabajo que terminar, así que había sido la última en llegar al pub, donde las otras tres ya estaban sonrojadas por el champán y con ganas de hacer diabluras.
—Estamos puntuando las cualidades de los clientes del uno al diez —dijo Fabiola en voz alta—. La mitad de ellos no alcanza ni el dos. Y la otra mitad ni siquiera es puntuable.
Victoria había gemido para sí. Evidentemente, aquella no iba a ser su noche, pero estaba allí y, por el bien de mopa Souxa, su mejor amiga, había decidido intentar pasárselo bien.
Su mesa, situada en una esquina, había comenzado a llamar la atención de la clientela del pub, predominantemente masculina. Unos los miraban divertidos, otros con intenciones depredadoras y algunos con evidente desprecio.
Y de los últimos, destacaba uno en particular. Estaba acodado en la barra, junto a otro hombre. Era alto, muy serio e iba impecablemente vestido. Tenía un rostro interesante a pesar de su expresión sardónica. En él había algo especial, no fácilmente definible, que llamaba la atención. Una sensación de poder. O de control, que era casi tangible en medio de un local abarrotado.
Pero nada de ello explicaba el evidente desdén con el que miraba a Victoria y a sus compañeras. De pronto, Victoria se convirtió en el centro de su atención. Cuando Victoria comenzaba a sentir que se le tensaba la garganta, él desvió la mirada y reflejó con su postura una completa y profunda indiferencia.
Mientras estaba intentando ahogar un jadeo, Victoria sintió que Fabiola le daba un codazo.
—¿Quién es tu amigo?
Victoria se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Pues es el más guapo del pub —Fabiola hizo una mueca—. Dios, éste lugar es mortal.
—Entonces intentemos animarlo —Antonieta volvió a llenar las copas—. Cuando cuente tres, vaciaremos las copas y la última tendrá que pagar una prenda.
Victoria gimió. Ella ni siquiera era rápida bebiendo agua, pero era evidente que si protestaba sería la única voz disonante. Era más fácil seguir la corriente, pensó resignada, mientras alzaba su copa.
Tal como esperaba, fue la última en terminar.
—¿Qué prenda le ponemos? —preguntó mopa contenta—. ¿Rodear el pub sin tocar el suelo? ¿Imitar un striptease?
—¡Tengo algo mejor! —exclamó Fabiola con una sonrisa calculadora—. Tendrá que acercarse a Don Orgulloso y ofrecerle diez dólares a cambio de un beso.
—Oh, vamos —repuso Victoria alarmada.
—Tienes que hacerlo —le advirtió Antonieta riendo—. Si no, te obligaremos a desnudarte de verdad.
Lentamente, Victoria sacó un billete de diez dólares de la cartera. Sabía que ninguna de las otras habría vacilado. Pero aquel no era su estilo.
Lo mejor que podía esperar era que aquel hombre pensara que estaba borracha y la ignorara. El peor escenario que podía imaginar implicaba tener que besarlo. O dejar que la besara, se corrigió al instante.
«Hazlo», se ordenó a sí misma, y se levantó. Se suponía que debía caminar con gracia hasta él, pero solo era capaz de colocar un pie detrás de otro intentando no tropezar. Intentó sonreír. Y ensayar algunas palabras. Pero tenía la mente en blanco.
Comprendió que su objetivo había notado su acercamiento. Se había vuelto hacia ella con los ojos entrecerrados.
Victoria aceleró el paso, desafiante.
—Hola —el miedo enronquecía su voz, pero quizá no fuera del todo malo.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—En realidad sí —sonrió y le mostró el billete que llevaba en la mano—. Me gustaría comprar un beso.
Todas las conversaciones parecieron interrumpirse de pronto. El silencio que los rodeaba vibraba de diversión y una extraña tensión.
—¿De verdad? —se inclinó contra la barra y la miró a los ojos. Había en ellos una mezcla de burla y de otro sentimiento que Victoria no era capaz de descifrar—. ¿Sólo un beso?
La recorrió lentamente con la mirada, observando el vestido negro y la chaqueta a juego que llevaba como si estuviera desnudándola con los ojos.
Victoria tragó saliva. Su último vestigio de valentía desapareció ante la calculada insolencia de su mirada. Se sentía como si estuviera en medio de una pesadilla, pensó, resistiendo el impulso de cubrirse con las manos. El sentido común le decía que huyera, pero parecía incapaz de moverse.
Vio que él se metía la mano en el bolsillo y sacaba un billete de cincuenta dólares.
—Una contraoferta. Pero espero mucho más que un beso, querida, ¿qué te parece?
Victoria oyó entonces la primera carcajada del público y en el mismo instante sintió una oleada de calor envolviéndole de la cabeza a los pies.
Se descubrió a sí misma inmovilizada, torturada por la vergüenza mientras aumentaba el volumen de las carcajadas a su alrededor y escuchaba los comentarios de desdén que las acompañaban.
—Ni lo sueñes —fue lo único que consiguió decir mientras se obligaba a moverse.
Se volvió y regresó hasta su mesa, intentando no echar a correr. Intentando disimular su frustración y al mismo tiempo, aceptar que ella era la única culpable de lo ocurrido.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó mopa—. ¿Qué demonios te ha dicho?
Victoria se encogió de hombros y se metió el dinero en el bolsillo.
—Ese hombre no tiene ningún sentido del humor. Me ha rechazado.
—Canalla miserable —Fabiola miró rencorosa hacia la barra, donde encontró un montón de rostros sonrientes observándolas—. Oh, salgamos de aquí cuanto antes y vayamos a otro sitio más divertido.
Una vez fuera, Victoria se negó firmemente a acompañar a sus amigas a otro pub. Tomó un taxi y se hundió en el asiento de atrás, cerrando los ojos con cansancio. Pero la imagen de aquel desconocido apareció en su mente. Se sentó bruscamente, ahogando un gemido.
No podía comprender por qué estaba tan afectada. Por qué todavía temblaba.
Se había comportado como una estúpida y él la había tratado con el desprecio que probablemente se merecía, pero no había pasado nada más.
De modo que ¿por qué estaba reaccionando de una forma tan exagerada cuando lo mejor que podía hacer era aparcar aquel desagradable incidente en el último rincón de su mente?
Había sido un desafortunado encuentro, eso era todo. Pero no volvería a ver a aquel hombre en toda su vida, aunque ahora que lo pensaba era el mismo hombre que había coqueteado con ella en el restaurant del hotel.

Esteban que ya sabía quién era, tenía su plan fríamente trazado, la deseaba como no había deseado a ninguna otra mujer, y sería para él, por que así lo había decidido, aunque estuviera comprometida con su peor rival Gerardo Salgado, por su modo de comportarse tenía claro que ella no lo amaba, que solo lo veía como un amigo especial, la había observado toda la semana, y su actitud de hoy se lo confirmaba, por tanto empezaría su asedio lo antes posible.
Despues que se casaran había pasado un tiempo en que se acostumbraran el uno al otro, pero como el había predicho eran dinamita juntos, cuando la llevo a vivir a su casa, lo único que Victoria había llevado con ella, había sido ese mueble, pero no todo fue felicidad, ahí habían comenzado los verdaderos problemas.
FinFlasback

Tomó la foto y observó los rostros de los dos jóvenes que sonreían en ella. Luego, con una violencia que surgió de la nada, tiró la foto al suelo y el cristal se rompió en pedazos...

Secretos del Pasado (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora