Estamos helados.
Y mientras te abrazo, tu mano suda contra mi cintura y aunque no te siento por la tela entre nosotros, sé que así es.
Cuando me piensas entre tu sonrisa y tus ojos achicados, distingo el pedestal en el que me has posicionado; real aunque inhumana.
Te siento cuando le tengo en mente, un deseo vicioso con roces de salvajismo. No hacia ti, hacia él. ¿No te he dicho? Existe un 'él' fuera del 'tú'; un músico. No me mal interpretes, mi cálida felicidad te pertenece, es tuya y puedes tomarla si así quieres; pero la parte indecorosa de mi mente, el extremo que cruza lo racional y me arrastra tumbada boca arriba y sedienta en torno al terciopelo de la piel... todo aquello le pertenece a él.
Si lo supieses te estremecerías colocando tus manos contra tu fino rostro, tu dulce corazón se retorcería entre chillidos agudos y tu cabeza ardería aturdida por pensamientos incoloros.
Así que callo.
Desquiciada ante la vida. Ante la idea de ti y de él. Eres tan relevante y él es una efímera pasión; claro, tú igual eres perecedero.Entonces se me viene a la mente el hombre, un rudo mensajero. Aquel que he incrustado por años dentro de mi subconsciente, que cuando lo recuerdo, a penas me doy cuenta. Ése que posee todo; te tiene a ti... y a él y cualquier cosa que abarque el placer de la mente y el cuerpo.
Si pudiese poseerlo como a ti o a él, tú y él no existirían en el plano de la intensa vida.Seríamos perdurablemente helados.