El tormento de Jonathan, Dio.

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  Se sabe de sobra que Jonathan es un muchacho inofensivo, tranquilo, siempre abierto al diálogo y a hacer un trato, si nadie sale lastimado en el proceso, mejor para él. Aunque, Jonathan también tenía sus errores y pecados como toda persona, estaba enamorado de un persona que era su tormento viviente, Dio Brando. Este muchacho de 25 años se había unido a la familia Joestar hace 3 años, luego de que casi murió en manos de Jotaro por no haber cumplido su parte de un trato acordado, Dio siempre fue un delincuente, su manera de jugar fue sucia desde el momento en que nació, una mirada llena de maldad fue lo que las personas que murieron en manos suyas recibieron, Dio era alguién que era capaz de atormentarte en pesadillas, su suerte a la hora de hacer maldades era innegable, obviamente se dio cuenta de que eso no era eterno cuando fue torturado por el mastodonte que el viejo Joseph tenía de nieto, el dolor de sus heridas no se comparaba con lo que pasó en su infancia y adolescencia, pero aún así, entendió que fue algo que casi le costo la vida meterse con esa condenada familia, tenía una cuchilla en el cuello a pesar de vivir ahí, su vigilancia era extrema, se notaba de manera sutil pero lo vigilaban. Y entre todas esas miradas de rechazo, hubo un idiota que no lo trato como una lacra, como alguien que merecía una muerte sucia y vergonzosa, ese idiota que le sonrió de manera dulce y curo sus heridas, cuido de él y hasta se dejo convencer para que formara parte de los que casi lo aniquilan, si, estaba hablando de Jonathan Joestar.

  Ese chico era una fruta prohibida en la que Dio fijo sus ojos desde el primer momento en el que lo vio, esas grandes orbes azules y brillantes, llena de ingenuidad y pureza, sus rasgos aniñados a pesar de su edad, su corazón dedicado y puro, todo era pureza y eso le hacía enojar a Dio, le molestaba demasiado que un persona tan débil se encontrara en una mafia tan temida, y así, con todo el odio y rencor que una persona puede tener para con otra, él, que era una persona superficial y desapegada por completo a otros seres humanos cayó rendido a los pies de ese niño, y como Dio era una persona que le gustaba ensuciar todo lo blanco, se juro a si mismo que ensuciaría el virginal porte de Jonathan y hasta el día de hoy, seguía haciéndolo.

-¡D-Dio no podemos!- la voz desesperada de Jonathan resonaba en su oficina, las puertas fueron trabadas y estaba en el sillón siendo victima de la excitación que recorría todo el cuerpo de aquel rubio pretencioso, no tenía escapatoria, así que cuando su cuerpo estuvo lo suficientemente caliente como para hacerle dudar su razón, se rindió, peleo todo lo que pudo, pero perdió como siempre lo hizo frente a ese hombre.

-No te resistes tanto últimamente ¿Cierto Jojo?- susurro aquello en el oído contrario, recibiendo un jadeo suave, estaba sentado en las caderas de ese muchacho, su camiseta ya no estaba en su lugar, y sus pantalones estaban desprendidos dejando ver esa erección que había mojado la ropa interior de color azul oscuro, las pupilas de Jonathan se encontraban dilatadas, producto de la excitación que se comenzaba a tejer como una telaraña por todo su cuerpo. Aunque Dio se estaba divirtiendo todavía, quería ver a ese muchacho deshacerse en un orgasmo, la pequeña muerte que sufría su cuerpo cuando aquello pasaba era una obra de arte a sus ojos.

  Con aquello en mente se dedico a excitar cada centímetro de piel bajo su disposición, lamió, mordió y chupo todo a su merced siendo espectador del orgasmo de Jonathan, era hermoso ver aquello, los ojos llenándose de lágrimas, las manos agarrar la sábana o tapar su boca, dependiendo la intensidad, los muslos tensarse y el clímax, la forma en la que terminaba aquel cuerpo era divina, digna de ser vista por un dios. Dio tanteo con sus dedos entre sus glúteos, notando aquel líquido turbio y semi transparente salir de su entrada, no comprendía por que su cuerpo hacía eso cuando él se excitaba, pero siempre que sucedía el rostro de Jonathan enrojecia e intentaba ver en otra dirección, ocultando la vergüenza, aquello que solía pasarle a Dio lo desconcertaba, pero lo excitaba también y ahí era cuando Dio actuaba.

  El rubio lubrico la necesitada verga con aquel líquido pegajoso, acariciando el glande en el proceso, empezando a sentir el ardor en su bajo vientre, cuando lo sentía listo comenzaba auto penetrarse, enterrando aquel pedazo de carne en su interior que lo recibia entre apretones, dentro era mojado, suave, caliente, una sensación indescriptible con palabras, era asfixiantemente pequeño, hasta le causaba algo de dolor, pero Dio se acostumbraba rápido a la brusquedad, y cuando sus caderas ya no hormigueaban, comenzaba a moverse, lentamente enloqueciendo a Jonathan con su vaivén constante, sacando ese lado que no era conocido por nadie, ese lado que hacía que el rubio gimiera bajo las duras embestidas dadas por el chico de cabellos azules.

  El calor de la chimenea junto con el de los dos cuerpos sobre aquel sillón de caoba con terciopelo daba un ambiente erótico, de esos que se deben poner en un libro para disfrutar de leerlo tarde en la madrugada. 

  De los labios de Dio brotaban gruñidos o jadeos roncos a la vez que las embestidas eran cada vez más bruscas y necesitadas, quería profundizar ese contacto y ahora, era cuando más se divertía. Cambiando sólo la posición en que la estaba, quedando sobre las piernas de Jonathan bajando y subiendo duramente con fuerza sintiendo el cuerpo contrario temblar ante la brusquedad de sus caderas,decidió quedarse quieto y empezó a sentar las embestidas bruscas que azotaban su trasero, largo una risita burlona ante eso llamando la atención de esos ojos llorosos que lo miraban con enojo infantil, sintió sus caderas ser tomadas por aquellas manos grandes y con brusquedad volvió a ser penetrado sintiendo unas traviesas  lágrimas caer por sus sonrojadas mejillas, murieron en su mentón cayendo en el tonificado torso perlado por el sudor. Su plan de torturar no era así, nunca terminaba como quería, pero cuando un beso le sorprendió se abandono al placer que se había negado a sentir, eran los labios de Jonathan que besaban de manera torpe los suyos, la lengua apenas experta en el acto buscaba la contraria de manera tímida encontrándola y así iniciar una batalla donde Dio no pudo salir victorioso nuevamente. Aún así, Jonathan siguió y abrazo el curvilineo cuerpo del rubio , enredo sus brazos y sus piernas en la cadera ajena, empezando un vaivén lento jadeando en la oreja de quién lo estaba penetrando.

  Se sorprendió un poco cuando fue levantado en el aire y las penetraciones fueron más profundas, Jonathan seguro se había excitado más de la cuenta o se había enojado, no sabía que era, una mordida en su cuello sensible confirmo su primera teoría.

-No sabes en lo que te metiste Dio...- la voz ronca daba a entender que su límite estaba cerca, la brusquedad de las penetraciones también eran un aviso de ello, Dio tampoco no aguantaba mucho, su orgasmo estaba cerca, y cuando estaba a punto de abrazar a su amado clímax, el brusco cambio de posición lo alerto, sintió el vació en su trasero, miro hacía atrás, no le dio tiempo a palabras cuando su cadera se pego bruscamente a la Jonathan dejando que su polla se entierre por completo en sus nalgas, un grito placentero escapo de sus labios y acabo manchando el hermoso terciopelo que tenía el sillón, sus piernas flaquearon siendo sostenidas por el peliazulado que en unos segundos, lo lleno con su caliente y espesa esencia, jadeo al momento de sentir aquello, el miembro fue retirado de su interior y la semilla escurría de su trasero perdiéndose en sus muslos, ahí acababa todo ¿O quizás no? La sonrisa de Jonathan dejaba ver con esa sola vez no sería suficiente, y Dio nuevamente se arrepentía de jugar con fuego, aunque lo bueno de eso, es que uno aprende a no quemarse.

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Decidi cambiarlo, me gusta más el JonaDio <3, sepan disculpar a las que le gusta el DioJona

Atte: Eris.

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