El inicio de la guerra.

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 Los pasillos adornados de oro brillaban en todo su esplendor mientras un hombre caminaba apresurado dejando el rastro de su larga capa dorada que ondeaba a cada paso que daba.

En su mano derecha tenía una espada dorada que brillaba con tal intensidad que podía ahuyentar cualquier rastro de sombra en todo el lugar.

—¡OSCURIDAD! —Gritó el hombre, dejando que su voz resonara en todo el amplio castillo. Sol llegó al centro del lugar, empuñando con rudeza su espada aunque a pesar de eso se podía ver sus manos moverse por un ligero, casi imperceptible, temblor.

Ahí en el centro, casi al pie de las escaleras, estaba Oscuridad; imponente, serio, sus ropas negras arrastraban por el suelo y dejaban un pequeño rastro de denso humo negro. Sus negros ojos miraron atentamente a su hermano cuando lo vio llegar.

—Sol, ya era hora. Creí que eras el más puntual de nosotros tres.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —Sol comenzó a bajar las escaleras con rapidez mientras las miradas de ambos astros no se separaban la una de la otra.

—¿Qué estoy haciendo?

—¡No te hagas el desentendido y responde!

—Hago lo necesario, hermano. Hago lo que debí haber hecho desde un principio.

—¡Tienes que parar esto inmediatamente!, ¡Te lo ordeno como tu hermano mayor!

Oscuridad lo miró un segundo, alzando una ceja y escuchando atentamente cada una de las palabras que salían por la boca de su hermano mayor, finalmente soltó una carcajada.

—¿De verdad me vas a ordenar?, ¿a mí? Soy la noche en todo su ser y puedo apagar tu luz en cualquier momento. Aún si eres mi hermano mayor tú poder no se compara al que tengo yo ahora mismo.

El mayor de ambos lo miró atentamente mientras fruncía su ceño, respiró un poco y suavizó su expresión antes de volver a hablarle a su hermano, está vez con un tono más sereno y amable.

—Oscuridad, escúchame... esto que estás haciendo no está bien —Sol intentó acercarse a Oscuridad, sin bajar su guardia—. Estás dañando seriamente a los humanos al meter aquellos pensamientos en su mente. Se suponía que sólo debías mantener en sus corazones un miedo a lo que pudiera dañarlos.

—Si lo hiciera de esa forma, ya no sería divertido —Exclamó Oscuridad dedicándole una cruel sonrisa.

Sol se quedó callado unos segundos y siseó, apretando la empuñadura de su espada con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

—Oscuridad, de verdad, si no te detienes ahora mismo me llevarás a detenerte por la fuerza...

—¡PUES QUE ASÍ SEA! -Rugió de la nada el astro menor, interrumpiendo y sorprendiendo a su hermano—, ¡ESTOY HARTO DE TI Y DE LUNA!, ¡HE VENIDO A DECLARARTE LA GUERRA, HERMANO! ¡A AMBOS!

—Oscuridad, piénsalo bien. Si te atreves a desatar una guerra entre nosotros lo que hemos construido, ¡Todo lo que hemos hecho se irá al carajo! No quieres hacer eso.

El astro de las sombras lo miró atentamente y en un rápido movimiento desenfundó una espada negra, lanzándose a atacar a su hermano mayor. Sol apenas y pudo esquivar el ataque, alzando su arma y dando un ágil paso atrás mientras ambas espadas chocaban entre sí, desatando lo que era la ruptura entre ellos.

Sol no pudo expresar nada más ya que su hermano menor no se lo permitiría, este estaba más que aferrado a asesinar al mayor de ellos; el salón se llenó de gritos furiosos por parte de Oscuridad que se alzaban por encima de los sonoros golpes que se producían cuando las espadas de los astros se encontraban entre aquella batalla que destruía los jarrones, cortinas y demás adorno que se encontraba a su paso dentro de aquel salón.

Sol no atacaba, sólo se defendía de cada estocada que su hermano le lanzaba ya que no tenía la mínima intención de lastimar a su propia sangre pero la impotencia comenzaba a apoderarse de él ya que de igual manera sabía que tarde o temprano tendría que detenerlo.

Así fuera por las buenas o por las malas.

Sol gruñó un poco al sentir aquellos pensamientos y rápidamente tomó una posición agresiva contra el menor, dejando de defender y comenzando a atacar; Oscuridad tuvo que retroceder ante los verdaderos ataques de su hermano, evitó una estocada, luego otra y otra, hasta que una patada proveniente del mayor lo hizo caer al suelo, soltando su espada y estampándose contra el firme suelo de mármol. Al intentar levantarse la espada dorada se posó sobre su cuello, parando toda intención que tuviese por moverse.

—Oscuridad, te lo advertí —Exclamó Sol mientras sus dorados ojos brillaban con fuerza y un aura dorada se formaba a su alrededor—. Eres un astro débil, eres terco y ahora me has demostrado que eres egoísta y cruel. Por esa razón te condeno y te retiro todo poder que alguna vez te hayan hecho un astro con poder.

Oscuridad le siseó con odio, alzando orgulloso su barbilla y evitando moverse para evitar cualquier tipo de ataque por parte del mayor.

—Lo siento, hermano. Pero padre nos dio un solo trabajo y has fallado en él —Exclamó Sol y acercó más la espada al cuello del menor. La espada resplandeció aún más, comenzando a absorber de Oscuridad su poder y haciéndole gritar de dolor—. Esta guerra termina hoy mismo.

Unos pasos ajenos a la batalla resonaron por el lugar, acercándose con rapidez al centro de la batalla. Luna jadeaba asustada mientras intentaba llegar a detener a sus dos hermanos.

—¡YA BASTA! ¡AMBOS DETÉNGANSE!

—¡Luna, vete de aquí! —Le ordenó el mayor apartando su mirada de Oscuridad y bajando la guardia por unos cuantos segundos, segundos que aprovechó Oscuridad sin dudarlo. De entre sus ropas sacó una daga de plata que empuñó con fuerza y aguantando el dolor que la espada dorada le estaba ocasionando, se levantó y en un respiro Oscuridad le perforó el pecho a su hermano mayor en el pecho.

—He-Hermano... —Exclamó desfalleciente mientras de su boca comenzaba a salir sangre de un raro color dorado. Soltó la espada dorada y cayó al suelo de rodillas.

Oscuridad apretó los dientes y enterró más la cuchilla, escuchando el grito horrorizado de Luna resonar entre las paredes del cuarto. El cuerpo de Sol cayó por completo mientras que Oscuridad cayó de rodillas, jadeando agotado por la falta de su poder que ahora almacenaba la espada dorada.

Luna se acercó con rapidez a Sol mientras que Oscuridad, entre jadeos, intentaba levantarse.

—La nueva era está por comenzar. MI ERA —Exclamó con odio mirando a sus hermanos mayores mientras aún luchaba por mantenerse por completo de pie.

—No... —Irrumpió el silencio la desfalleciente y temblorosa voz del astro mayor, tomó una profunda y dolorosa bocanada de aire y sus ojos se tornaron blancos—, el sol se esconderá pero la luna reinará y los dioses te combatirán. Oscuridad, tu era no será eterna, todo tiene un final y para ello la profecía se hará realidad.

—Cosmos —Murmuró Luna comprendiendo la escena frente a ella mientras las lágrimas mojaban su rostro y las telas de su blanco vestido.

Oscuridad jadeó un tanto asustado pero siseó y se puso tan firme como pudo.

—¡NO VAS A DETENERME, VEJESTORIO! —Le gritó con odio y rencor, comenzó a acercarse a la espada dorada para intentar tomar de regreso su poder.

—La profecía hecha esta, tu turno es manifestar tu piedad o tu condena —Siguió hablando Sol, hizo una pequeña pausa y miró a Luna—. Sabrás que hacer. Corre.

Luna lo miró confundida pero obedeció casi en un impulso automático, dio la vuelta y salió corriendo.

Una vez Luna estuvo fuera del alcance, los ojos de Sol volvieron a su color normal y soltó un último respiro, cayendo muerto. Oscuridad se quedó en silencio unos momentos mirando el cuerpo inerte del mayor; soltó un leve gruñido y estiró su mano con rapidez para tomar la espada dorada que yacía en el suelo, pero sus dedos nada más tocaron el filo del metal, comenzó a emitir un brillo que en menos segundos de lo que se pudiera contar, iluminó toda la habitación en una especie de explosión de luz que le sacó un fuerte grito de dolor a Oscuridad.

Era de la mitología.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora