Solo un poco más

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Inhala, exhala...
Otra vez
Inhala, exhala...
Solo un poco más
Inhala, exha...
María abrió los ojos al darse cuenta de que el dolor había cesado, a la vez que volvía a escuchar todos los sonidos que había estado bloqueando inconscientemente para poder concentrarse en aquellas dos frágiles palabras que su madre le había aconsejado que repitiese en su cabeza una y otra vez. Volvió a escuchar el cacareo de las gallinas, el silbido del viento contra las ventanas, a la mula masticando la hierba y el murmullo del río que corría no mucho más lejos de donde estaban. Pero había un sonido que antes no estaba ahí, y según iba siendo más consciente de él, más intenso se hacía. Un pequeño llanto procedía del lugar donde José se había arrodillado para ayudarla con el parto. Le miró, intentando deducir en su mirada la respuesta que estaba buscando, ya que se sentía sin fuerzas como para formular la pregunta que le rondaba la mente, "¿Ya está?". José, con una sonrisa miró a María mientras de entre las sábanas y los trapos sacaba al niño más bonito del mundo. José le envolvió en pañales y finalmente se lo dejó delicadamente a María en el regazo. En ese momento, María solo tenía ojos para el niño que tenía delante. Era regordete, tenía las mejillas sonrosadas y un brillo especial en los ojos, pero si María hubiera tenido que escoger en ese momento un adjetivo para describirle, sin lugar a dudas habría dicho delicado. Jesús, ese era su nombre, seguía llorando y las lágrimas, que perfectamente podrían haber sido de cristal, caían por su rostro. María levantó la mano, temblorosa, pues temía asustar a su hijo, dispuesta a limpiarle el rostro. Pasó su mano por las mejillas mojadas de Jesús, en un intento de secárselas, y, en ese momento, el recién nacido dejó de llorar. Abriendo los ojos, Jesús miró a su madre y María, a su vez, miró a su hijo; y ni con todos los cálculos del mundo se habría podido precisar la exactitud con que los dos sonrieron a la vez. José aguardaba, expectante, y con una mirada de María supo que todo iba más que bien, por lo que decidió acercarse con cuidado.
Y así, los tres juntos, sentados sobre un montón de paja, al calor de una mula y un buey, en un pequeño pesebre de Belén, se quedaron dormidos, dejando grabada esa imagen en la historia y, en consecuencia, en los corazones de la gente de todo el mundo.

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