VII

306 42 3
                                    

Mina tenía sentimientos encontrados acerca de los lunes por la mañana, y hoy no era diferente. Amaba su trabajo y la energizaban los desafíos que enfrentaba. Su negocio estaba invirtiendo en ideas, y la gente que conocía era brillante y retorcida. Las propuestas de negocios  que Foster McKenzie evaluaba todos los días le daban la oportunidad  de perfeccionar sus habilidades en los negocios con algunos y de confiar en su instinto en otros. Los individuos astutos siempre tenían  la intención de obtener algo por nada y eso mantenía a Mina con los pies en la tierra. Era responsable de miles de millones de dólares y no podía permitirse el lujo de dejarse engañar por un estafador confacilidad de palabra.  

Lo que odiaba era el tráfico de los lunes. Había más coches en lacarretera que cualquier otro día de la semana. Mina los separaba entres categorías distintas: La primera eran los conducidos por gente quese había quedado dormida y competían entre los coches para obtenerla mejor posición en el carril. El segundo grupo de conductores eran  los que Mina creía que debían odiar su trabajo y no tenían prisa por llegar a dónde iban. La última eran los que estaban en cualquiera de  las dos primeras categorías y estaban hablando por sus teléfonoscelulares. 

La minivan azul directamente delante de ella definitivamentetenía prisa, la mujer al volante hablando febrilmente por su teléfonocelular. Mina se hundió en el asiento de cuero de su BMW azuloscuro 745i con un suspiro ruidoso mientras era encerrada porsegunda vez por esta conductora desconsiderada. Diciéndose a sí misma que debía mantener la calma, permitió que sus pensamientosreprodujeran los acontecimientos de la noche del sábado.

No mucho tiempo después de que llegara al Gran Lincoln, Kim Yerim la había acorralado en el baño de damas. Yeri era  la hija del Jefe de Policía y se habían conocido en una beneficencia unas semanas antes. Ella le dejó muy claro que estaba interesada en una repetición de las horas que pasaron juntas en su apartamento aquella noche. El sexo había sido emocionante y satisfactorio, pero independientemente del recuerdo, Mina tenía la sensación de que Yeri estaba interesada en algo más que en una relación informal, por lo que dio marcha atrás. 

No se arrepentía de haberse ido a casa sola. Por lejos, la parte más agradable de la noche habían sido los pocos minutos que había pasado con Im Nayeon. Incluso ahora, pensando en ella en ese ajustado vestido de negro, Mina tenía problemas para concentrarse en la carretera. Podría patearse a sí misma. ¿Por qué no había invitado a Nayeon a salir? Rosé. Ese era el por qué. 

La idea hizo martillear su pulso. Podía escuchar su corazón latir con fuerza en sus oídos. Tenía que sacar a esa sanguijuela de su vida, y pronto. Justo cuando estaba a punto de cambiar de carril, la camioneta azul con la conductora distraída se desvió y chocó contra el guardabarros delantero derecho de su su coche. Mina pisó el freno y la camioneta dio la vuelta y se detuvo frente a ella. 

—¡Hija de puta!— Mina se desabrochó el cinturón de seguridad y saltó de su auto en furia. Abrió de golpe la puerta de la conductora en falta y empezó a gritarle a la mujer en el interior. —¡Perra estúpida! ¿Qué coño crees que estás haciendo? Deja el maldito teléfono y presta atención a la carretera.— Su cólera se elevó dos escalones cuando la mujer aún no había colgado el teléfono. 

Mina tomó de su mano el objeto culpable y lo cerró. —Dije, que dejes el maldito teléfono.

Fue entonces cuando Mina escuchó gritos procedentes del asiento de atrás. Inclinó su cabeza y miró en el interior. Un bebé, deno más de un par de semanas, estaba llorando a pleno pulmón.  La mujer agarró el brazo de Mina y empezó a suplicar. 

—Lo  siento. Por favor, tengo que llevar a mi bebé al hospital. Esta enfermo y ardiendo en fiebre y, por favor, por favor tengo para llegar al hospital. Estaba hablando con el doctor y me dijo que me diera prisa.  Puedes seguirme. Por favor, te pagaré lo que sea para que arregles tu  coche. Tengo que irme.

El estómago de Mina se cayó cuando miró a la cara de la  suplicante mujer. Cristo, ¿cuando llegué a convertirme en alguien tan imbécil? Entregándole el teléfono, suavizó su tono.— Esta bien. Ve y  ocúpate de tu bebé y no te preocupes por esto.

La mujer no le dio a Mina una oportunidad de cambiar de opinión; salió a toda velocidad en dirección del hospital local. Mina se desplomó contra el capó de su coche. Las manos le temblaban y estaba respirando pesadamente. Mina, le acabas de  gritar a una mujer con un bebé enfermo. Vas a ir al infierno por eso.  Se sentía avergonzada de sus acciones. Su paciencia y su típica actitud calmada definitivamente habían desaparecido en las últimas semanas. 

Se encontraba a si misma saltándole a la gente sin motivo aparente y tenía poca tolerancia para los errores. Y la forma en que había estallado con esta pobre mujer era imperdonable. Tengo resolver esto. Pocos minutos después de las nueve, entró en su oficina, casi  chocando a un hombre de mantenimiento que estaba saliendo. Estaba  calma por fuera, pero hirviendo en su interior. "Buenos días," saludó a  Jihyo, como si todo estuviera bien. 

Su asistente le devolvió el saludo, sólo que el de ella no sonó  falsa. —¿Cómo estuvo la fiesta?

—Ya sabes,— respondió Mina. —Misma comida, mismas caras, el mismo pedido de dinero.

—¡Dios mío, Mina, apenas son las nueve de la mañana y estas en un estado de ánimo de mierda. Tienes que darte la vuelta y regresarpor la puerta que acabas de llegar, y esta vez, deshazte de esa actitud.— Jihyo mantuvo el contacto visual, no tenía miedo de enfrentarse a su jefa. 

Mina le dio una sonrisa irónica y se dejó caer en la silla al otro lado del escritorio de Jihyo. Jihyo había sido su asistente durante varios años, y en ese tiempo habían compartido sus experiencias con los hombres, las mujeres, la lujuria, el desamor, y uno que otro amante obsesivo. Podían hablar de cualquier cosa y en general lo hacían. 

Mina la trataba más como a una amiga que como a una empleada, y a cambio, Jihyo mantenía la vida de Mina en orden. Dejando que su maletín se deslizara fuera de su mano y cayera al suelo, Mina se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos sobre los muslos y ocultando su rostro entre las manos. Se sintió aún más pequeña de lo que se había sentido antes cuando le gritó la madre desesperada.

¿Hay alguien más a quien pueda cabrear esta mañana? 

Ven A Buscarme | •Minayeon•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora