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Las espadas son hermosas, poderosas y un innegable símbolo de poder. Grandes o pequeñas, quien porta una lo hace con elegancia y agilidad para demostrar su propia fuerza. Sin embargo, las espadas -como los humanos- no son perfectas. No pueden serlo, porque fueron fabricadas por la mano del hombre.

Cuando la ciudadela comenzó a llenarse con las reliquias de los grandes personajes históricos de Japón, Kashuu Kiyomitsu -la primera espada reencarnada- comenzó a manifestar sentimientos humanos sólo conocidos antiguamente por el Amo: celos, rencor, tristeza... pronto comprendió que no era malo sentir aquella avalancha de emociones, pero no podía evitar sentirse mal con ello. Asimismo, consideraba que su constante anhelo por siempre querer estar un paso por delante de sus compañeros era en sí un gran defecto, aunque por supuesto, con ayuda del Amo terminó por comprender que todo se derivaba de un deseo ferviente por querer ser útil y necesitado, apreciado.

De todos modos, por más que intentase simplemente era un rasgo de su personalidad que no podía borrar y aun con regaños y quejas de Hasebe se las apañaba para deslizarse en la habitación del amo para preguntar de todo y nada a la vez.

El origen y utilidad de los artículos que vendían en la tienda, la forma más eficiente de entrenarse con la espada en el Dojo o las novelas más populares de la Era Meiji; no importaba lo que fuese, Kashuu tan sólo quería saber cosas que le ayudaran a mejorar en cualquier aspecto. Por su parte, el Amo estaba satisfecho con el ánimo de su sirviente para adquirir conocimiento, pero no podía negar el cansancio que sentía sobre sus huesos debido a su actual rutina, que se dividía entre el acoso de Hasebe, el mantenimiento de la ciudadela y el castaño, entre muchas cosas más que le rondaban por la cabeza día con día sin descanso. Ante un problema que parecía no querer desvanecerse pronto, el Amo pronto encontró una solución parcial a sus problemas, pues recordó aquella vieja biblioteca que ni siquiera él había revisado por falta de tiempo y paciencia.

Sin perder más tiempo pidió a Hasebe guiar a su compañero hasta dicho sitio, pidiéndole además que por favor se asegurase de leer cada pila de libros antes de ir por las noches a su alcoba para saber de más cosas. Como es obvio, esto dicho de forma más amable y sutil, pues el Amo le amaba, como a cada uno de sus leales sirvientes.

El castaño se sintió agradecido con aquel gesto, del cual sólo tres personas sabían. Si bien Kashuu ya tenía las manos ocupadas con sus entrenamientos, la colada y fungiendo de guía para los nuevos residentes de la ciudadela, de igual forma se las arreglaba para flojear por las tardes con los demás; y ahora no tendría que esconderse de Hasebe para subir hasta la alcoba del amo por las noches y tampoco se vería en la penosa necesidad de privar a este de sus horas de sueño por sus ansias de conocimiento. Lo que es más, podría llevarse los libros con él para devorarlos desde la comodidad de su cama.

Como el Amo predijo, aquello fue como matar dos pájaros de un tiro. Kashuu prometió no molestarle hasta haber leído cada uno de aquellos libros, pero lo cierto es que disfrutaba leyendo de todo un poco, desde recetas de cocina que compartía con sus compañeros hasta tácticas de batalla cuerpo a cuerpo que le permitía derribar a los más altos y fornidos. Yasusada también se complacía de ver sonreír a su amigo más de lo habitual en los últimos días, pues se le apreciaba cierto toque de libertad y seguridad hasta ahora jamás visto.

Lo único molesto era, tal vez, el hecho de que a veces Kashuu no dormía en la alcoba y Yasusada no tenía ni la más remota idea de dónde su amigo pasaba la noche. No tendría por qué saber, pues esto no era algo que su compañero desease compartir con él.

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