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— ¿Cómo lo están tomando? —A un costado de su subordinado, Naomi se encontraba observando un cuadro gigantesco con un marco hecho de mármol tallado a mano, según sabía, con el propio esfuerzo y sangre del mismo Gadreel después de ver algo que muy pocos habían podido presenciar; la pintura mostraba el momento en el que Michael echaba del cielo al ángel más hermoso y rebelde de todos, haciéndolo caer y llegar al infierno. Las espadas del dibujo se cubrían de un color carmesí, y las alas de ambos ángeles se extendían en todo su esplendor, el fondo tornaba a un cielo explosivo, sangriento y devastador. A pesar de conllevar un hecho totalmente desgarrador, la pintura era hermosa y perfecta en cada detalle. Sin duda era una obra digna de ser plasmada en el cielo, elogiaría a Gadreel, de no ser porque había dejado entrar a Lucifer donde ella se encontraba en ese momento, el jardín del Edén. Lástima.

—Bastante bien, mejor de lo que creía en realidad. —Uriel mantenía sus manos juntas en su regazo, después de tomar asiento en un sillón que se acomodaba pegado a la pared, cuadrado, y por supuesto, blanquecino, como todo lo que formaba ese lugar.

— ¿De verdad esperabas menos? —Naomi lo miró arrogante. —Ese par se juntaría aunque estuvieran en los extremos del universo, pero ahora, nos han dado una oportunidad poniendo a Dean en medio de todo esto. El destino ha sido útil esta vez...

— ¿Qué es lo siguiente? —Cuestionó, esperando ansioso.

—Dar la vuelta a todo, ve con el humano, has lo que tengas que hacer y ponlo justo en la entrada, que sea en el momento exacto, cuando los dos estén ahí, necesitamos todo en su lugar para que Amenadiel se lo trague.

—Llevaré a Inias, es la mejor opción, no tendrá piedad con Castiel. —Con esto se levantó, acomodando el traje ahora impecable que se había puesto y despidiéndose de Naomi con un asentimiento formal, saliendo de la estancia general del cielo, la que daba camino a todos los paraísos, situada justo en el centro, como el centro de un laberinto cúbico.

Tendría que esperar hasta que estuvieran cerca de la puerta al cielo, entonces iría por su mejor carta y la sacaría del paraíso donde estaba, y la llevaría de nuevo a la tierra; el tiempo, solo necesitaba que corriera el tiempo. Y mientras eso pasaba, seguiría vigilando a los dos seres que más problemas les habían causado, aun pasados siglos, milenios, seguían interponiéndose en los planes, y ahora las pagarían, los eliminaría de cualquier posibilidad para ser una amenaza.

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En un muelle viejo, con un lago frente a su vista, Dean estaba sentado en una silla desplegable sosteniendo una caña en su mano, misma que se extendía hasta unos metros, hundiéndose en el agua. Trató de pasar su mano sobre el cabello, pero sintió algo que lo cubría, frunció el ceño, retirando el gorrito de pesca tan ridículo que tenía y lanzándolo al suelo, a un lado de él. Siguió admirando aquel lugar, con árboles de fondo que rodeaban esa acumulación acuosa, y a lo lejos, una pequeña montaña que sobresalía del paisaje.

— ¿Te resulta familiar? —Castiel había aparecido, a milímetros del gorro que se encontraba húmedo en el suelo, a punto de pisotearlo.

— ¿Preguntas si recuerdo un sueño parecido? No, no recuerdo haber estado en este lugar, si en la cima de una montaña, o también soñar en una casa con parcelas a un lado de la playa, y ahora que lo pienso, era muy extraño llevar shorts cortos en vez de bermudas, ¡ah! Y sin camisa. —Dean dijo lo último con sarcasmo, y Castiel miró incómodo hacia atrás, escondiendo el sonrojo alojado en todo su rostro.

—Me refiero. —Carraspeo, tratando de ordenar sus pensamientos. —A tu infancia, me dijiste que antes ibas de pesca con tu padre y tu hermano menor, por eso te traje aquí, pensé que estarías más cómodo. —Dean se levantó con trabajo de aquella silla que le parecía muy pequeña, se posicionó de frente a Castiel y lo tomó de los hombros, suspirando por el recuerdo de su familia.

El alma y la mente no van de la manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora