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—Tal vez si llamo yo a Amenadiel me escuche. —Soltó Dean su idea, después de que se sentarán en un tronco a unos metros de los árboles cruzados.

— ¿Cómo podría funcionar si tú ya no eres un...

— ¿Si no soy un ángel? —Corrigió de inmediato, mirando a Cass y este disculpándose por hablar de más con un gesto. —Pues orando, rezando, si lo hago específicamente refiriéndome a él y diciendo quien soy, seguro me escuchará.

— ¿Enserio funciona? —Sam preguntó asombrado.

—Eso depende. —Respondió el ojiazul. —Pero puede que sí, tenemos que intentarlo.

—Asombroso. —Dean frotó sus manos, dispuesto a empezar. Sacó un pequeño suspiro, pensando en la presencia de Amenadiel y cerrando los ojos después.

—Alto. —Detuvo el moreno, el rubio abrió su ojo izquierdo, interrogante. —Siento que regresaron mis poderes y mi fuerza... También siento la energía de la entrada más intensa. —Soltó con el ceño fruncido, acto seguido los tres miraron donde estaba la puerta, notando una especie de neblina blanca y espesa que se formaba justo en la forma del arco, se apresuraron a acercarse, pero detuvieron su paso cuando vieron que alguien salía de ella. Castiel retrocedió, después los hermanos lo siguieron y se escondieron tras ese tronco donde hace segundos estaban sentados. Miraron cuidadosos para ver de quién se trataba, y no podían tener mejor compañía.

—Es Uriel. —Bufó el rubio. —Imposible que siga usando el mismo feo recipiente.

—Viene con Inias, y con Hester. —Castiel maldijo su suerte.

—Balthazar, ¿él viene con ellos? —Preguntó Dean, temeroso de la respuesta que pudiera darle el ojiazul, quien al escuchar su nombre se tensó, recordando a su hermano.

— ¿Los vamos a matar? Supongo que son ángeles. Dean, ¿eso no nos mandaría al infierno? —Susurro alterado el más alto, interrumpiendo los recuerdos del moreno y dejando la curiosidad de Dean flotando en el aire.

—No mataremos a nadie. —Castiel contestó, y antes de poder responder la pregunta existencial de Sam, tuvo que enfrentar al ángel que ahora estaba en sus espaldas.

—Si eso significa su rendición, la aceptaré. —Uriel habló con esa voz grave, alertando a Sam y Dean, y haciendo que Castiel sacara su arma angelical.

—No me van muy bien los protocolos, pero tengo que decirlo. Castiel, eres un prisionero y se te ordena volver al cielo como tal, siendo juzgado por los superiores. Y ustedes dos. —Señaló a Sam y Dean. —Vendrán con nosotros, Domiel, sabes perfectamente de lo que somos capaces, no se les ocurra oponerse. —Esta vez se dirigió al rubio, quien le dedico una mirada de furia.

—Lo que no sabes, es de qué soy capaz yo de hacer, ahora—Con esto, el ojiverde mostró su mano ensangrentada, golpeándola rápidamente con el símbolo tallado en una piedra grande que se encontraba a un costado del pedazo de madera. Cuando hizo aquello, Uriel pareció iluminarse de blanco y desaparecer, así como Castiel y el resto de los ángeles que se encontraban en la parte del bosque.

—Debemos correr, no sé cuánto tiempo tardarán en salir, además Castiel ya no podrá venir porque será retenido.

— ¿Entonces porque hiciste eso? —Regañó el menor, apresurándose a levantarse y correr por donde habían venido.

—Era la única forma de deshacernos de ellos, y a Castiel sé que no lo hubieran tomado de prisionero, sino matado para que no dijese nada. Ahora que está en el cielo no podrán herirlo. Espero que Angel no se enfade por eso.

— ¿Ángel? —Repitió Sam, algo divertido.

—El ángel, Cass, Castiel tu entiendes. —Se excusó, sintiendo que su cara ardía.

El alma y la mente no van de la manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora