Confieso que siempre que quise ser escritor de éxito, ser un Cervantes o un Galdós de los tiempos de los tiempos modernos, o llegar a vender más Ruiz Zajón y Pérez-Reverte juntos. Pero ese día fue como si los astros cayeran del cielo para darme un baño de realidad. Descubrí que no tenía madera suficiente para ser escritor.
Todo comenzó en un día cualquiera por la noche, minutos previos a uno acostarse, me dispuse a abrir el correo para ver si tenía algún mensaje de suma importancia. Y acerté. Sobre las seis y cuarenta y siete de tarde de la tarde, la Universidad había enviado un correo sobre un concurso de relatos cortos de cara al Día del Libro. El concurso era presencial y se debía escribir como un máximo de cinco páginas. Esto pensaba en un principio que no sería un problema, pero me equivoqué.
Mi cabeza siempre fue una biblioteca de ideas no materializadas. Podía rondar en mi cabeza todo tipo de argumentos desde originales, comerciales hasta tabúes, pero ninguna tenía un manuscrito en el que fuese plasmado. Apenas tenía tiempo para escribir y cuando me ponía manos a la obra me ocurría lo que muchos escritores denominan bloqueo. De las vueltas que le daba en la cabeza ante este problema, la respuesta que concluí fue la falta de incentivos. Cuando leí las bases se me iluminaron los ojos. Había un premio de doscientos euros, suficientes para pagarme los estudios. Estaba decidido que iba a participar. Aunque se me olvidó el límite de las cinco páginas lo cual fue mi perdición.
Había caído la tarde tras dos o tres horas estudiando decidí participar. Tenía de plazo hasta las siete de la tarde y entré a una hora de su finalización. Me dirigí al final donde se organizaba el concurso. Tras un viaje laberíntico de pasillos llegué al lugar. En aquella sala me encontré con dos chicas con gafas.
- Hola, bienvenido al Concurso de relatos aquí tiene sus cinco páginas para realizar el relato. Mucha suerte -me dijo una de ellas.
- Podré coger más ¿no? -pregunté.
- No -me contestó la otra- Sólo son esas cinco.
Aquellas palabras fueron como si un huracán hubiera arrasado con toda mi imaginación que fluía en mi cabeza. Así era, la presión martilleaba con todas sus fuerzas para borrar de la existencia de páginas entintadas de bellas palabras. Tenía que rehacer mi historia en cuestión de minutos, pero era tarea imposible, su extensión requería a la de una novela corta, estaba obligada a ser desechada.
Me senté a escribir y saqué mi bolígrafo para comenzar. Había que crear una nueva historia sobre la marcha ¿Pero cuál? En momentos de máxima presión el bloqueo era inminente.
Comencé a mirar al techo para empezar por si algo de inspiración divina se me acerca por si acaso. De miles de ideas que se me proyectaron en la cabeza ninguna me convencía. Estaba barajando tres opciones principalmente: la primera se trataba sobre un niño jugando en el campo pero la deseché al considerarla cliché y ñoña, la segunda era sobre un personaje ficticio indígena canario que luchó en la conquista pero mis conocimientos de historia hizo que abandonase el proyecto, y ya después la tercera era un popurrí de ideas que oscilaban en un mundo futurista habitado por animales, pero eso era demasiado disparatado y daría lugar a un universo más extenso que el de Tolkien.
Tras casi una hora de estar mirando al techo cuando faltaban cinco minutos de estar mirando el techo, cuando faltaban cinco minutos me rendí. Decidí dibujar un pene como muestra de indignación. Y en verdad, aquel concurso estaba mal realizado, además de que se avisó de un día para otro prácticamente, aparte que la extensión de cinco páginas era muy corta para mi letra. Esa fueron las excusas que puse en el momento que se había producido mi fracaso. Pero sabía desde ese día que la literatura no era para mí.
YOU ARE READING
Intento de una Obra Maestra
Short StoryRelato Corto que presenté para el XXI Premio Julio de Cortázar de la Universidad de La Laguna.