XXIX - Mayra

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2001

Dios tiende a poner a prueba a sus siervos. En cierta forma todos debemos labrar nuestros caminos en esta Tierra. Lamentablemente no todos los seres están hechos para afrontar las pruebas de la vida y muchas veces al enfrentarse a duros desafíos los seres humanos se pierden. Sumidos entre el dolor, la frustración y rencor terminan culpando al creador de su incapacidad por salir adelante.

Para Mayra Anderson no existía mayor anhelo en el mundo que ser madre. Pero durante ocho años ese sueño se vio cada vez más frustrado, hasta que un frío día de otoño su peor miedo se hizo realidad.

Muerta.

Estaba muerta, su vientre no servía para absolutamente nada. Era tan estéril como un campo minado, nada crecería en su interior por mucho que tomara hierbas, rezara a los santos y cumpliera las recomendaciones de su difunta madre.

Para Luciano Harper, escuchar a su amada esposa llorar cada noche era símbolo inequívoco de su fracaso como buen marido.

De apoco ambos se fueron perdiendo.

Esa prueba que pudo haber unido más a ambas almas les fue distanciando. El deseo de un hijo propio les nublo la vista a la oportunidad de darle amor a un niño ajeno.

Luciano encontró refugio en un dios pagano, en el abrigo de aquellas botellas coloridas con líquidos ardientes que bajaban cada vez más seguido por su garganta.

Mayra se fue de apoco perdiendo en su mente, las horas, los días, las ausencias de su marido y el transcurrir de la vida, todo fue perdiendo sentido.

Después de un tiempo ambos eran dos extraños viviendo bajo el mismo techo. Él ignoraba completamente como la mente de su mujer se diluía cada día más. Y a Mayra ya no le interesaba por qué su marido apenas si llegaba al hogar.

No era estúpida, sabía que él bebía, sabía que las noches en que no llegaba las pasaban entre los brazos de amores pagados, sabía que cada día perdía más al que en algún momento fue su mejor amigo. Pero ¿para que luchar? Dentro de su mente encasilladla en estereotipos heredados de generación en generación no servía para nada una mujer que no le pudiera dar un heredero a su hombre. ¿Que era ella? Un campo estéril que jamás daría el ansiado fruto. Jamás sería una verdadera mujer.

Y así pasaron casi dos años, hasta que un milagro apareció en sus vidas.

Un milagro de cabellera rubia y ojos azules llamado Eliot Hoffman.

Mayra había ido a atenderse con él pues era una eminencia en su campo, el mejor ginecólogo que había visto Chicago en los últimos años. Decían que podía hacer milagros. Y eso era todo lo que pedía Mayra.

Seis meses de tratamiento y entre conversación y conversación se coló la ansiada oferta.

− ¿No han pensado en adoptar?

−No. Los trámites son muy largos y la familia de Luciano jamás aceptaría a un niño adoptado. Sería más tragedia que felicidad. Además es tan difícil conseguir un bebé en los orfanatos de Chicago.

−Y si yo te digiera que puedo conseguirlo.

− ¿De qué habla?

−Existen madres muy jóvenes que quedan embarazadas sin realmente desearlo, un descuido, un mal cálculo y de pronto están en mi consulta llorando por su futuro. Estas chicas no creen en el aborto pero temen la vida que puedan tener los niños si caen bajo el amparo de un orfanato−. Eliot observo a Mayra para medir sus reacciones antes de continuar−. Lo que yo hago es buscar en mi consulta parejas que no puedan tener hijos pero no quieran pasar por la burocracia del sistema de adopción, o como en tu caso, que por normas familiares, se vea mal adoptar.

− ¿Y nadie se enteraría?

−Nadie. Yo lleno todas las fichas como si realmente hubieses dado a luz. Lo único que tienes que preocuparte con tu esposo es como darán la noticia a la familia −Revisó unos papeles hasta encontrar lo que buscaba, la ficha de Elisa Miller− Ahora mismo hay una niña de apenas 19 años que tiene fecha para casi ocho meses más. Tiempo suficiente para que crees tú historia con tu marido. Bueno, siempre y cuando te interese.

−Sí. Por supuesto. Acepto. Aceptamos. Yo sé que a él le fascinara la idea.

Y así esa reunión se convirtió en dos, luego en tres acompañados de Luciano.

Las preguntas temerosas eran respondidas con total confianza.

Nada es ilegal, todo estará bien. Tendrán por fin a su hijo.

Y la joven, inocente y desesperada pareja queda calmada con las mentiras bien formuladas.

Mayra y Luciano volvieron a reencontrarse. El olor a alcohol desapareció de la casa. Mayra volvió a vestir sus vestidos cortos y sus sombreros de pluma que tanto hacían reír a su marido.

Luciano se retiró de la policía de Chicago. Decidiendo encontrar un trabajo menos arriesgado para cuidar de su futura familia.

Todo era perfecto.

Casi siete meses después, con un adelanto de mes y medio nacía Esteban Miller.

El mismo día que Nueva York bajaba de su pedestal de ciudad intocable y eterna.

El país era un completo caos y entre muerte y desasosiego nadie se dio cuenta del pequeño llanto de un niño al cual estaban haciendo pasar por muerto.

Se reunieron en los estacionamientos del hospital, y al amparo de la fría noche de Chicago, Mayra Anderson sostenía por primera vez a su hijo.

– ¿Y ya tienen pensado como le pondrán?

La mujer observo el pequeño bulto en sus brazos con una sensación de alegría que hace años no sentía. –Anthony, su nombre será Anthony Harper.

 –Anthony, su nombre será Anthony Harper

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Crónicas de una infancia desafortunadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora