Junio de 2017
Elisa entro despacio en la habitación de Anthony. El espacio que hace unos años ocupaba la cama de Aleska ahora tenía un closet y la cama de Kay había dejado una leve marca en la madera.
No encendió la luz pues la ventana permanecía abierta, el frio de otoño entraba en suaves ráfagas de viento susurrante.
Se arrodillo frente al niño que a sus dieciséis años aún conservaba ese maltrecho oso con el que había llegado al orfanato hace tanto tiempo atrás.
Le acaricio suavemente aquella melena negruzca esperando que el niño se tensara al igual que cada vez que alguien lo tocaba. Anthony la miro con esos mares verdes llenos de lágrimas antes de volver a bajar la mirada.
–Yo sé que tal vez tengas miedo–. Carraspeo para aclararse el nudo que le apretaba la garganta. –Que es difícil para ti aceptar todo lo que ha pasado pero... Pero te propongo un trato: ambos estamos solos, no lo voy a negar, pero ¿porque no compartir esa soledad? Tal vez de esa manera nuestra soledad no pese tanto. Tal vez de esa forma nuestro dolor sea solo un poco menos.
Anthony observo a Elisa frente a él y por primera vez se pudo reconocerse en alguien. Claro, ella tenía el cabello claro y ya se le podían adivinar algunas arrugas en las comisuras de los ojos. Tenía dos hoyuelos que el aparentemente no había heredado y su voz suave distaba mucho del tono profundo que ya se entreveía en su voz adolescente. Pero sus ojos, sus ojos verdes tenían la misma profundidad que los de él, la misma calidez tormentosa envuelta en sombras oscuras.
Había pasado por tanto en su vida. A sus dieciséis años se sentía cansado. Había conocido el peor rostro de la humanidad. Había perdido, llorado y gritado cada vez que entrego aunque sea una pizca de su corazón. ¿Y ahora? Ahora esta mujer frente a él, su madre, le pedía una oportunidad, una más, para poder mostrarle que la vida también tenía un lado amable, Que no todo en esta tierra son guerras y penurias.
Elisa Miller no era esa mujer de sonrisa melancólica que un frio día de noviembre pillo desangrada en el baño de su casa. Tampoco era una mujer sumisa que observaba hacia el lado cada vez que su marido levantaba la mano. Mucho menos aquella niña ilusa que dependía completamente de su marido. No. Elisa Miller era un enigma, y al igual que él ese enigma se encontraba envuelto en capas de pesadillas, lágrimas y dolores. Pero en él fondo, tras todo aquel sufrimiento se escondía una niña sonriente abrazada a un oso.
Elisa era tal vez la única capaz de entenderlo completamente. La única que podía mirar más allá del niño abusado y ver el resquicio de su alma que aún conservaba inocencia.
–Eliot está muerto.
–Lo sé.
–Murió por mi culpa.
–No es cierto.
–Lo empuje.
–Tal vez. Aun así no es tu culpa.
–Sera difícil vivir a mi lado.
–Sera difícil vivir conmigo también.
–No quiero volver a sufrir.
–Yo tampoco.
¿Y que más quedaba para decir? En esa conversación casi monosilábica habían desnudado su alma como no lo harían con nadie más. Ambos estaban rotos. Ambos tenían miedos, eran incomprendidos y no sabían bien como tratar con la sociedad.
Pero ahora, después de tanto tiempo, estaban juntos. Y eso era lo único que importaba.
– ¿Tengo que llamarte mamá?
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Crónicas de una infancia desafortunada
Teen FictionAnthony Harper era un enigma. Un enigma envuelto en una mata de cabello negro y ojos plagados de tormentas. Acompañado de un oso. Ante una sociedad que olvida el valor de una vida e intenta ignorar todo lo que escape del concepto de vida feliz, Anth...