Magnet

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Mi padre siempre me decía que hay más estrellas en el espacio que granos de arena en todas las playas del mundo. Que hay lugar suficiente para cada uno de nosotros en él. Pero una vez que dejamos de mirar hacia el cielo y nos sentimos cada vez más pequeños, debemos comprender que cada engranaje por más diminuto que sea hace funcionar el resto del mecanismo del universo.  Y un ínfimo grano de arena puede hacer que este se detenga.

Hoy todavía conservo aquel reloj de arena que me obsequio en mi décimo cumpleaños, cuando a esa edad aun preguntaba por mi madre y donde era que se encontraba. Solía intentar contabilizar cada grano del recipiente hueco, pero sin nunca antes haberlo logrado. El tiempo pasaba cada vez más rápido,  cada vez que rotaba aquel artilugio para hacerlo funcionar, me daba cuenta de cómo corría. 

Cada vez estaba más alta, cada vez tenía más fuerza, aunque a veces me sentía inexplicablemente frágil. Pensaba en mi madre, en como seria ella, en su voz, su cabello, su rostro llenándose de líneas de expresión cada año que cumplía de mi existencia.

Sin embargo el resto del día cuando no estaba observándolo, el tiempo pasaba igual y en mi mente no divagaban aquellas ideas sobre mi progenitora. La imaginaba solo antes de dormir, deseándome buenas noches. Aun sin nunca haberla conocido antes. 

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