La Carta.

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Se estaba encargando de sus propios asuntos como todos los días, ya estaba a punto de ser las tres de la  tarde y ahí estaba regando sus plantas, lavando los platos, haciendo la cama, tendiendo la ropa, en fin, los quehaceres diarios. Pero entonces le tocan a la puerta, aquel era un vecindario muy seguro así que se hallaba completamente confiado, y cuando abre la puerta nota que ahí, frente al marco se hallaba una persona muy, muy alta, de más de dos metros de estatura, tuvo que mirar hacia arriba por largo rato hasta que finalmente, lo mira a los ojos, este individuo tenía un abrigo muy largo y unas manos que cada una parecía una cuchara con fideos guindando, el sujeto sin embargo era muy pulcro, tenía una cara alargada, casi huesuda, y unos ojos saltones, pero como se explicó antes no parecía ser alguien particularmente maleducado, más bien, su rostro, a pesar de que parecía tallado sobre la piel, marcaba una semi-sonrisa educada, sin mediar ninguna palabra, el alto hombre extiende el brazo y le entrega una carta, una carta con sobre blanco, el sujeto finalmente reacciona así como si se despertara de un mal sueño, le hecha un vistazo al sobre, lo toma con las dos manos, y ve que de repente que la persona que le está enviando la carta, es de la prisión.
No hace falta ni siquiera hacer un rápido repaso con la memoria, no conoce a nadie, no tiene ningún amigo, ningún familiar que esté en prisión, simplemente, dice como título: ‘’Por favor, léeme’’, y en el reverso de la carta sostenido con un clip dice: ‘’Le suplico que la persona que vino a traerle este sobre esté presente mientras usted lee lo que tengo que decir’’.
Esto le sorprende pero alimenta su curiosidad, está movido como por una especie de fuerza que no puede explicar -¿Qué tiene esta carta?¿Qué es’- pensaba. Invita a pasar al señor, el sujeto se abre paso, sus pisadas son profundas y muy pesadas, bajan a la cocina, -¿Se te ofrece una taza de café?- Dijo, pero el hombre alto menea la cabeza suavemente declinando.
Él toma una silla, el hombre alto toma una silla frente a él, con un cuchillo despega y extrae el contenido del sobre, que son diez páginas escritas a mano.

‘’Yo sé que esto le debe de parecer muy extraño a usted, pero yo soy una persona que está en el pasillo de la muerte, sin embargo a pesar de que se me ha condenado a la pena capital, una inyección letal, pueden pasar tantos pero tantos años en el corredor de la muerte que puedo llegar a morir de viejo y todavía no me van a ejecutar, lo peor que se espera.
Quizá usted no me crea la historia que le voy a contar, pero le suplico que tenga la mente abierta y que sepa en todo momento que todo es cierto, yo estoy aquí preso porque asesiné a mi familia, a mi mujer, y a mis dos hijos, a mi mujer la maté a puñetazos hasta que los sesos le salieron por la cuenca de los ojos y por los oídos, me despellejé los nudillos pegándole una otra vez  y agarrandóla de las orejas para clavarle la cabeza una y otra vez contra la baldosa de la cocina, hasta que la mitad de su cabeza no existiera, al mayor de mis hijos le hundí los dos pulgares por la cuenca de los ojos atravesándo toda la masa sanguinolenta de los globos oculares hasta que tenía los nudillos de mis dedos gordos bien clavados, a mi hijo menor lo maté con el rodillo de la cocina, la cabeza le quedó más o menos igual a la de la mamá’’

En ese momento la persona que está leyendo la carta se detiene un momento y casi se muere del asco, levanta y baja los hombros de pura impresión, arruga la cara, levanta la cabeza para mirar al hombre grandote que tiene frente a sí, con el ceño bien fruncido, pero el hombre grandote simplemente lo está mirando, con una semi-sonrisa. La persona vuelve con la lectura de la carta.

‘’Quizá sea un chiste de mal gusto, pero yo no amaba a mi familia más que nada en el mundo, usted me tiene que creer eso también, pasa que desde que yo era niño he sido acosado, al principio yo mismo, y le pido que por favor que comprenda muy bien lo duro que era pensar esto para un niño la madurez que me hizo falta para siquiera empezar a diagnosticarme a mi mísmo, y yo pensé que yo era un esquizofrénico, que yo era un esquizofrénico, que yo mismo estaba demente, pero entonces me di cuenta de que no, de que yo estaba maldito, de que un demonio me acosaba, un demonio que poco a poco con el pasar de los años, como si me estuviera cocinando lentamente preparándome para ello, se hacía cada vez más y más material, se me aparecía, con mayor claridad cada vez hasta que finalmente podía verlo, y este demonio me acosaba todos los días y me metía cosas horribles, horrendas, innarrables en la cabeza, me decía que yo no servía para nada, que mi futuro era una basura, que todos los logros que había cosechado hasta ese punto de mi vida en la adolescencia era poco menos que estiércol, que jamás tendría novia, que todas las mujeres se iban a burlar de mí, que mis padres se morían de la vergüenza cada vez que me veían, que mi madre lamentaba no haberme dado en adopción, que a mi padre, yo literalmente le daba repulsa, que no iba a conseguir un buen trabajo, que mi vida iba a estar plagada de enfermedad y de pobreza’’

He estado recibiendo cartas extrañas de alguien en prisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora