Estrella Polar

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25 de octubre de 2005

-Este es para ti.

Rectangular, de color negro y tan brillante como los zapatos que mamá le obliga a llevar los domingos; las puntas redondeadas, el botón superior pintado de ese azul de sombras que le recuerda al de la moto que siempre aparca al final de la calle, justo antes de doblar la esquina.

»Es un workis torkis.

-Se dice walkie talkie, Raoul.

Él suelta un bufido y chasquea la lengua. Desde allí, bajo las ramas gruesas de los árboles, las cejas de Raoul parecen mucho más oscuras cuando se alzan.

-Qué más da, tonto, si es para que juguemos.

Agoney frunce el ceño mientras presiona el botón superior. Le busca la mirada, casi naranja entre las luces del atardecer, y no puede evitar sonreír al darse cuenta de que tiene que agachar la cabeza para poder mirarle a los ojos.

-¿Jugar a qué? Y no digas a los exploradores, que es aburridísimo y la última vez tuve que ponerme tiritas en las rodillas.

-Joder, Ago, eres un quejica. -Se aparta el flequillo con las manos manchadas de helado y tierra, más pensativo que molesto-. Pues... mmm... ¡Al escondite! -grita, dándole un manotazo en el hombro-. La última vez tardaste hoooras en encontrarme.

-¡Porque hiciste trampa y te metiste en el garaje! Si tu padre se llega a enterar, estamos muertos. Además, listillo, para jugar el escondite no se necesitan walkies.

Hay muchas cosas de las que Agoney está seguro, a pesar de solo tener once años. Sabe que es imposible quitar las manchas de chocolate de la camisa de lino que le regaló la abuela por su cumpleaños, también que papá siempre llega enfadado del trabajo los jueves por la noche y que Glenda, las orejas llenas de pendientes y el pelo de colores, sale cada sábado sin que mamá se entere.

Pero sobre todo, si hay algo de lo que Agoney está completamente seguro, es de que las ideas de Raoul siempre son las peores -una completa mierda, diría en voz muy alta y un helado de vainilla deshaciéndose en los dedos-.

-Joooder, ¡te lo tengo que explicar todo! -chilla él, levantando el walkie y agitándolo en el aire-. Son para... Espera, espera, mejor te lo enseño, ¡no te muevas de aquí!

-¿Cómo que no me mueva? Raoul... ¡Eh, Raoul! ¡¿Dónde coño vas?!

Agoney frunce el ceño cuando lo ve echar a correr, los pantalones manchados de barro y las cordoneras blancas ahora de color marrón. Llega hasta las escaleras del jardín, agarrándose a la barandilla de metal cuando sube los escalones tan rápido como puede, y después entra en la casa dando un portazo.

Espera cinco, seis, siete y hasta quince segundos. Siente cómo los pies empiezan a convertirse en gelatina porque nunca ha tenido demasiada paciencia. Pero aun así, desesperado y retorciéndose el borde de la camiseta, Agoney espera a Raoul.

Está a punto de ir a buscarlo cuando escucha un sonido desagradable, muy parecido al que le retumba en los tímpanos cuando llama a papá por teléfono los viernes por la noche y él no responde.

-Aquí Estrella Polar, ¿me recibe?

Suena mucho más grave, casi distorsionado, y Agoney no puede evitar sonreír y agitar el walkie cuando lo entiende. Así que aprieta el botón superior y se aclara la garganta.

-¿Raoul?

-No, no, Ago. Soy Estrella Polar.

Pone los ojos en blanco, dejándose caer en el césped del jardín. Cuando se lleva el walkie a los labios, se da cuenta de que todavía tiene tierra bajo las uñas, también dentro de los calcetines de algodón.

Estrella Polar | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora