C a p í t u l o 7

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Confrontación.

Midoriya estaba nervioso ante Aizawa Sensei, mientras el hombre le miraba con cansancio.

Tener que trabajar horas extras como el niñero de esos adolescentes complicados y hormonales no era ni por asomo el sueño de su vida.

—Bien, Midoriya. Explícame qué pasó en clase.

Izuku se sintió culpable por no estar prestando atención a su profesor entre sus murmullos eternos y el cansancio que sentía desde la mañana.

—Yo, eh, me quedé dormido en su clase —admitió derrotado.

Bien, no era nada complicado. Tal vez la razón sería sencilla, y no tendría que recurrir a mayores; Aizawa deseaba que fuera así de fácil. Podría salir de esa.

— ¿Estás durmiendo bien? —alegó el adulto.

Eso era un obvio no, o por lo menos eso gritaban las ojeras que cubrían sus pecas.

—S-sí.

Ugh, los adolescentes eran tan complicados. Aizawa no recordaba ser así de enrollado a esa edad.

— ¿No hay nada de lo que quieras hablarme, Midoriya? —preguntó Eraser Head, tratando de desempeñar su papel de profesor ejemplar.

Uf, iba a ser difícil.

—No, señor. Nada —dijo el chico, incapaz de mencionarle sus problemas personales a su profesor.

«Bien, Aizawa, lo intentaste», pensó el hombre, suspirando derrotado.

Midoriya Izuku no iba a hablar ni aunque lo expulsaran de U.A.

Pero podría intentarlo.

—Bien, si tienes algún problema, puedes hablarlo conmigo; o si te parece mejor, con alguno de los profesores. Estamos para ayudar.

Midoriya se tragó un grito de asombro.

Primero, un Todoroki sonriéndole.

Luego, un Kacchan tratando de controlar sus impulsos de matanza.

Ahora, un Aizawa Sensei amable.

Definitivamente, el mundo se acabaría dentro de poco.

—Está bien, lo aprecio mucho —aceptó Izuku tratando de sonreír.

Luego de eso, sobrevino un silencio incómodo. Aizawa solo lo veía fijamente desde su saco de dormir, mientras Izuku sentía que con cada segundo se fundiría con la silla donde estaba sentado.

¿Eso era acaso una guerra de miradas o algo así? ¿Y quién ganaba?

El peliverde no se atrevía a moverse ni un milímetro; parecía que Aizawa pudiera leer hasta el más recóndito rincón de su alma con sus ojos cansados.

— ¿Estás enfermo? —cuestionó el hombre, refiriéndose al cubrebocas que llevaba Izuku sujeto al cuello.

—Solo una pequeña alergia —se excusó el pecoso.

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