—Vení, vamos a un lugar seguro —La tomé de la mano—. Tenemos que quitarte todo esto.
Ella se dejó llevar, era la primera vez en la vida que la percibía dócil. Nos metimos en un pequeño baño en desuso que había en la terraza.
—¿Como pudiste hacerte esto?—exclamé al mojar mi camiseta para limpiar sus heridas. Tenía decenas de pequeños cortes de gillete en el antebrazo.
Me miró en silencio contemplándome curarla con alivio y cierto regocijo.
—¿Porque te cortaste? —insistí—¿Estas loca? —protesté frunciendo los labios.
Levantó una ceja.
—Es la única manera que tengo para lidiar con el dolor —explicó en un suspiro.
Me quedé un instante observándola tratando de entender.
—¡Ambar, tenes que pedir ayuda! —Le tomé ambas muñecas afligida—. Ayuda profesional —refrendé.
Volvió a suspirar y me miró con un cansancio milenario.
—Estoy demasiado dañada —sentenció exhalando y miró hacia el horizonte.
—¿De qué hablas? —Sacudí las manos. No lograba entender de qué hablaba ni cómo ha llegado a todo esto.
De nuevo se quedó muda. Recordé que sus hermanos pequeños estaban solos en la casa.
—¡Tenemos que ir a tu casa!Tus hermanos están solos, me llamó Juan —dije apremiada terminando con mi tarea y escrutando sus ojos. Las pupilas seguían dilatadas.
—¡Ohh! ¿te das cuenta? ¡soy una inconsciente! —Se reprendió lagrimeando nuevamente.
—¡No podes hacerte cargo de todo, ahí está el tema! —argumenté —. Para eso está tu papá, cuando lleguemos a tu casa lo llamamos —sentencié con enojo.
—No, Nina.—Suspiró cansada.
—No ¿qué?
—Tengo que contarte muchas cosas.
—Está bien, quiero escuchar ¿crees que podes pedalear?
— Sí, me siento un poco mejor.
Todas las palabras que escuché allí arriba nadaban por mi cabeza intentando unir piezas, pero no lo lograba.
—Vos anda adelante, yo te escolto —dije todavía sin fiarme.
Me miró con satisfacción y se acercó para estamparme otro beso suave, dulce, chispeante, lleno de la magia que llevaba adentro. Lo recibí sorprendida, feliz, agradecida, con el pecho inflado de emociones. Me subí a la bici levitando sobre un mar de sentimientos estridentes y encontrados pero me sentía enorme de repente.
Llegamos a su casa y allí nos recibieron los niños con rostros desolados.
—¿Que pasó? —preguntó Juan con vestigios de de susto en su rostro angelical.
—¿Porqué tardaste tanto? —protestaron al unisono los gemelos como si lo hubieran practicado.
Rita lloraba sin consuelo.
Ambar los miró con cara de perrito mojado sin poder esbozar palabra.
—¡Nada, se cayó de la bici, unos raspones, nada mas! —expliqué intentando generar calma.
Juan nos miró incrédulo.
—No pasa nada Ri, en serio, estoy bien.—Ambar la abrazó y la cargó en sus brazos blandiendo una sonrisa de carpeta roja.
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Las Chicas solo quieren divertirse
Novela JuvenilNina ama a las estadísticas y a sus particulares amigas, tanto como odia a las "superpoderosas" del Ateneo Nacional y las injusticias de Ambar, la reina de ellas. Nina es capaz de contestar con holgura cualquier pregunta de física cuántica, aunque...