Capítulo 8 Tres medias lunas

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–Ser detective de tiempo completo es algo que anhelo desde que tenía dieciséis, pero ahora, siendo sincera conmigo misma, me pregunto si realmente necesito ésta placa.

Siempre decía eso.

Era domingo, dos de diciembre. Apenas comenzaba a aclarase el cielo matutino en las primeras horas del día, y Elisa ya tenía trabajo. Se levantó de la cama con pesadez, cansancio, a veces le daban ganas de romper las almohadas con sus propios dientes. El frío invierno se burlaba del cálido otoño que se había marchado, ahora, en las ventanas de los habitantes de Pierre, el hielo se estrellaba en el cristal. Cualquiera que intentase pasar una noche fuera de su casa en esa época, morirá por congelamiento.

. Su pijama no era más que una camiseta, y un par de calzoncillos a juego en cuanto a su color. No tenía frío, para nada, el interior de su habitación era cálido. Su habitación era enorme, cuando ponía los pies en el suelo, lo primero que sentía era la alfombra de color blanco, un poco gris por el uso. El suelo, parecía ser madera de verdad, color café oscuro, brillante, siempre limpia. A un lado de su cama había una lámpara de pie que irradiaba luz blanca. Toda su casa, consistía en una combinación de blanco, gris y algún toque azúl pálido.

Caminó hacia el baño, que estaba dentro de su habitación, dentro de él había un apartado en donde guardaba las toallas para su cabello, y otras para su cuerpo, no ocupaba tres veces las mismas toallas. Había una mampara color azul que separaba la ducha del lavamanos y el retrete, olía bien ahí dentro. Se quitó la ropa, y claro, un buen baño para despertar antes de resolver un crímen, es algo que a cualquier detective le vendría bien.

Vió como su rizado cabello, con el paso del agua sobre él, se hacía más y más lacio. Elisa era un hermosa pelirroja, delgada, con brotes de rosado en sus mejillas sobre la piel blanca del resto de su cuerpo, su nariz perfilada y su rostro de facciones finas robaban miradas a donde quiera que fuese. Era una diosa, era deseo, era fuego, y la pasión de muchos hombres que en el pasado intentaron entrar en su mente. Elisa podía tener tanto sexo como ella quiera, con uno, con dos, con tres hombres. Todos caían rendidos a sus pies. Pero, ella no podía sentir nada por ninguno de ellos, el único hombre al que amó, desapareció de su vida hace ya bastante tiempo.

Salió de ducharse y se enfundó en un par de pantalones negros, ajustados, una camisa color blanco y unas botas color caqui. Sin muchos detalles en su atuendo, Elisa cepilló su cabello y rápidamente bajó de su habitación, ignorando el hambre que sentía. Tomó su abrigo, del mismo color que sus botas, sus llaves y su placa que colgaban en un portallaves pegado en la puerta de entrada. Salió, y en la primera respiración que dió, el frío y el valor de su cuerpo se convirtieron en humo que nubló su vista.

Subió al auto, condujo para salir rápidamente de la calle Perkins, hacia el lado Oeste. La lluvia había dejado enormes charcos, cuya agua se levantaba cuando las llantas del auto pasaban sobre ellos. Kenet, su compañero de oficina, el mismo que junto a ella seguía investigando la desaparición de Raúl Cazzola, le llamó. Al parecer, habían encontrado el cuerpo de un hombre desnudo cerca de uno de los barrios más retirados de Pierre, aledaño a la secundaria 623.

Tardó treinta y cinco minutos en llegar. Bajó del auto y Kenet la recibió con el informe.

–veinticuatro años– leía una pequeña libreta con los datos del difunto– le sacaron el corazón, lo dejaron tirado frente a un parque, cerca del bosque.

–¿Saben quién es?

–Aun no tenemos datos sobre él, pero...– incómodo, miró a Elisa.

–¿Pero, qué?

Mientras charlaban, Elisa y Kenet caminaban con rapidez hacia el cuerpo.

Elisa no tardó en comprender el sentimiento de su compañero. El hombre, quién tenía la cabeza metida en una bolsa de plástico transparente, aún conservaba una espantosa mueca de dolor. Un agujero enorme en su pecho dejaba ver sus clavículas, es ahí, en donde debería estar su corazón. El color de su piel, putrefacta y pegajosa, era manchada por las negras moscas que revoloteaban al rededor de él. En su estómago, tres lunas menguantes habían sido marcadas sobre su piel con un objeto punzante.

Ecos nocturnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora