Café, sexo y amor

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Abrí los ojos con pereza. No quería despertar. Estaba muy bien dormida, soñando una y otra vez con la increíble noche anterior.

-Rupert.-Murmuré, sin fuerzas para estirar mis brazos y abrazarlo.-Rupert...

No hubo respuesta. Traté de espabilarme un poco. Su lado de la cama estaba frío y vacío.

Bostecé con el ceño fruncido.

-Rupert.-Llamé, en voz alta.-¿Dónde estás?

-¡Voy!

Él tardó pocos segundos en aparecer. Seguía desnudo, y cargaba una bandeja con dos tazas de café y una flor.

Sonreí como una ridícula enamorada, sin poder evitarlo.

-Desayuno a la cama.-Anunció él subiendo al colchón.-Creí que te gustaría, después del esfuerzo de anoche, no tener que levantarte para desayunar.

Reí, y lo besé suavemente en los labios.

Se acostó a mi lado con la comida y me acurruqué contra él. Sus pies se enredaron distraídamente con los míos y tomé un poco de café para evitar dormirme sobre su hombro.

-¿Qué sucede?-Preguntó al verme relajada contra su cuerpo.

Sonreí.

-No había sido tan feliz en toda mi vida.

Me besó con cariño y volvió a su desayuno, entrelazando dos de nuestras manos.

Durante esos días llegué a creer que se podía vivir sólo de sexo, café y amor.

Rupert y yo salíamos de la cama dos o tres veces por día. Leíamos juntos, hablábamos sobre mil cosas... Hacíamos el amor y luego vuelta a empezar.

El día de mi matrimonio llegó y pasó, y simplemente lo ignoré. Había decidido la vida que quería. No me interesaban las mansiones, los bailes típicos, las cenas de ricos, las joyas brillantes ni la ropa costosa.

Sólo deseaba ser feliz. Y lo era gracias a despertarme entre los brazos de Rupert por las mañanas, y dormirme entre ellos por la noche... Aunque en general no durmiéramos nada.

Había pospuesto mi felicidad durante mi vida entera y ya era hora de pensar en mí.

Rupert rescató el anillo de la lata de pintura y lo vendió a un amigo, sin pedirme permiso... Para comprarme una biblioteca que instaló en la habitación... Y un delicado colgante de plata con mis iniciales junto a las suyas.

Su casa se volvió un poco más ordenada y yo dejé de pasearme vestida por allí. Era como si los dos hubiéramos decidido a qué cosas renunciar a cambio de estar juntos. Y no me había arrepentido.

Mi familia no me había contactado. Tampoco Darren. Ni nadie. Pero no me sentía sola. Para nada.

Rupert era la mejor compañía.

Una mañana, mientras él dormía conmigo entre sus brazos, comprendí que nunca tendría a otro hombre en mi vida. Que sería siempre él.

Sonreí y lo desperté con suaves besos. Adormilado, él me ordenó que volviera a dormir.

-Emma, muero de sueño. Sólo duerme otro rato, amor.

-No puedo. Quiero que hagamos el amor.

Rupert me sonrió y me acomodó el cabello suavemente.

-Escucha. Amo estar contigo.-Murmuró.-Pero tienes que saber algo. Tu madre me llamó anoche. No sé cómo consiguió mi número.

Fruncí el ceño.

El pintor [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora