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Ese día había comenzado como cualquier otro, sin alguna novedad de por medio digna de contar. El mismo aire de siempre se enredaba en el cabello de los citadinos que iban de allá para acá por las calles. El mismo escándalo como lo eran los típicos sonidos de la ciudad o el variado hablar de la gente en su propio mundo. Y además de eso, el mismo sol hacia presencia en el amplio cielo cada mañana para acostarse a dormir en la montaña cada atardecer. Era un ciclo clásico e impredecible para todos los hospedados dentro del distrito. Todos eran felices con su entorno.

Pero esa jornada del día miércoles se sentía un poco fría para alguien.

Ese día a día por el que todos pasaban resultaba ser más difícil de llevar en los zapatos de un hombre un tanto distinto a los demás, alguien que vivía en una atmósfera agitada. El aire le rodeaba como a los demás, pero a él le ayudaba a secar sus lágrimas. Sus pies viajaban por el asfalto como el resto de personas, pero él siempre tenía esa sensación de que caería en cualquier momento. Y el sol que siempre alumbraba la ciudad de naranja por las tardes se perdió entre las nubes para él, porque no alcanzaba a ver más que un opacó gris rodeándole, como si el sol intentara tocarle pero una nube sobre su cabeza se lo impidiera.

Iba observando sus pies caminar y respirando profundo para contener la tranquilidad en su cuerpo todo lo que pudiese, algo así para conservar un poco para cuando le faltara. Apretaba sus labios ansioso delineando el folder entre sus dedos, mientras por su cabeza solo pasaba el contenido de este. Por eso agitó su cabeza cuando había llegado a su destino.

Abrió despacio la puerta dirigiendo su mirada a como la campana le sorprendió al sonar cuando entró. De inmediato la bajó para buscar a la persona con la que acordó encontrarse ahí, y no tardó en identificar su cabello de espaldas en el centro de la cafetería. Prefería mil veces las esquinas, eran mejor por como perdía la atención de las personas, aunque su compañía no podía entenderlo y hacía lo que quería siempre.

Jaló la silla hacia atrás para tomar asiento. Una vez que ya estuviera ahí y solamente bajo la mirada de su aparente acompañante, decidió bajar el gorro de su abrigo para dejarlo cubrir su nuca. Sus manos se posaron en sus muslos mientras se las observaba frotar en el pantalón. Justo ahí sentía la respiración cortada salir de su boca entreabierta y su nariz pesada al absorber. Un comportamiento ya común para si mismo.

Todo eso hizo bufar a su novia.

Alzó su mirada listo para mirarla a los ojos. Estaba arreglada como siempre. Su maquillaje estaba en orden, así como sus prendas bien planchadas. El cabello cubría su espalda, lacio y estupendamente peinado. Lucía bonita como siempre. Y aun así Jungkook se sintió intimidado. Todo a causa de esos ojos punzantes que ya hace tiempo lo venían mirando con desprecio. Sabía que estaba enojada en ese momento y era obvio que actualmente solo lo podía mirar de esa manera, más si le estaba quitando su descanso de trabajo. Eso era lo que, para el chico, le quitaba la belleza a su apariencia.

-Hola -casi siempre eran palabras cortas las que le dirigía-. Hola, SoRa.

Esta le examinó el rostro al muchacho frente a si. Después alzó su barbilla y curvó poco sus labios.

-Dime una cosa, Jungkook ¿A qué hora despertaste hoy? ¿mmh? -cuestionó con un tono superficial, ignorando su saludo.

Siempre que SoRa salía de casa lo último que veía era al chico pelinegro acostado en la cama, algunas veces dormido, otras veces perdido en algún lugar de su cabeza viendo un punto fijo en la pared, pero siempre con el mismo semblante tenso. Habían tomado la desición de mudarse juntos hace alrededor de seis meses, hasta que las cosas empezaron a salirse de control. Todo nació de poco a poco, de la nada.

Marchito ✿ [kookmin; fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora