Capítulo 2: Lyonel.

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RELIA, 20 de junio de 1516. 4:03 de la tarde.

Los han ahorcado. Los han ahorcado en mitad de la plaza. Los han ahorcado en mitad de la plaza más transitada del reino. Los han ahorcado y todos se han reído de ellos. Han ahorcado a los únicos que podían salvarnos del desastre.

Los han ahorcado y no he podido hacer nada.

MADRID, 25 de octubre de 2017. 8:35 de la tarde.

Leía cuando se lo comunicaron por email. Después de presentarse al equipo que investigaba el caso del extraño objeto impactado en Nueva York el cual parecía ser un simple meteorito, como se le dijo a la prensa, el capitán de este le escribió personalmente sabiendo que quedó el primero en la lista de espera de científicos especializados en compuestos químicos. Le comunicó que el anterior experto había fallecido días antes—no quiso dar detalles—y que ahora necesitaba de sus servicios durante unos meses—no quiso dar detalles—en Nueva York. Le adjuntó la ubicación del centro de investigaciones donde se habían asentado le dijo que le esperaba en tres días tras advertirle que si no respondía a su correo antes de las doce pasarían a llamar al siguiente en la lista de espera, al parecer tenían mucha prisa. Contestó al segundo diciendo que aceptaba el puesto, no quiso saber la opinión ni de su mujer ni de su hijo al respecto, el cual se despertó en ese momento después de dormir más de medio día. Su cabeza le retumbaba por culpa de su tremenda resaca. Salió de su habitación lentamente buscando algo que llevarse a la boca, se acabó topando con su padre.

—No te lo vas a creer, hijo—dijo eufórico en un volumen que hizo dolerle a su hijo muchísimo más la cabeza—. Finalmente he sido seleccionado para participar en la investigación del extraño material encontrado en Nueva York.

—Joder, vale, me alegro, pero habla más bajo, ¿quieres?—dijo con voz agrietada dominada por su migraña.

Sabía perfectamente porqué se lo pedía y no le hacía ninguna gracia el estado en el que estaba.

— ¡Vale, disculpa! ¿Te preparo algo para merendar?—dijo aún más alto.

—Dios, vete de una vez—le dijo tapándose los oídos y separándose de su lado.

Estaba muy contento debido a la noticia que le habían dado, así que decidió no enfadarse con él por lo que le había dicho.

—Vale, espera, disculpa—le dijo con un volumen mucho más bajo poniéndose delante de él—. Oye, ¿qué te parece si te hago un emparedado de esos de salmón que tanto te gustan, eh?

El emparedado de salmón y queso blanco era la merienda favorita de Damián. Su abuela paterna se lo preparaba todos los días cuando era un niño y venía de jugar con sus amigos. A veces se traía a uno y le preparaba uno a él también. Se sentaban con el emparedado en el salón para jugar a algún juego de cartas que les enseñaba su abuela, les encantaba la brisca. Terminaron aprendiendo tanto que hasta consiguieron ganarla una vez. Una sola vez.

Había muerto dos días antes de que se mudasen junto con su abuelo. No volvió a comer emparedados de salmón con queso blanco desde entonces, y tampoco comería uno en esa ocasión.

Se alejó de él sin contestarle.

—Damián...—le llamó desconcertado.

Se giró al llegar a la cocina.

— ¿Cuándo te vas?—preguntó sin mirarle a los ojos.

—En tres días—le contestó—. Tienen prisa.

No se sorprendió por haber olvidado el acontecimiento que ocurriría en tres días.

—Pues que tengan más—le contestó metiéndose en la cocina en busca de una pieza de fruta. Cerró de un portazo.

Sombras Oscuras. La PuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora