Con la punta de mis dedos te acaricio tras la oreja susurrándote con piel lo que no quiero decir y no quieres oír. Escribiendo versos con saliva sobre tu pecho evitando la levedad del paso de las horas. Tu olor, tu sabor, tu presencia. Con el cansancio sobre el colchón bebo el alma desde tu cuchara pequeña, y rozo tu espalda, tu cintura, tu nuca, dibujando espirales de delicadeza mientras tu envoltorio se eriza, y adormilada murmullas: "Tienes las manos heladas"