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5. Que difícil es hacerlo en un Simca 1000 

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Había pasado un mes. El mejor puto mes en la vida de Hajime Iwaizumi.

Todavía le cuesta trabajo procesar los hechos que han formado parte de su vida las últimas semanas. Quizá su cerebro no está acostumbrado a tanta felicidad y por ello no sabe muy bien qué hacer con ella. Así que iba por ahí, derrochando alegría por aquí y por allá sin siquiera darse cuenta. Su ceño fruncido no había cambiado para nada, eso es verdad, pero sus ojos eran los que habían sufrido una metamorfosis. Parecían ser menos opacos que antes.

¿Tenía permitido ser así de feliz?

Se había hecho esa pregunta desde el primer momento en que sus labios probaron los de Oikawa. Una y otra vez. Cada vez que lo tomaba de la mano y su corazón se aceleraba más de lo normal; se lo preguntaba. Cada vez que veía su sonrisa y deseaba inmortalizarla para poder atesorarla el resto de su vida; se lo preguntaba. «¿Puedo ser así de feliz? ».

Claro que ahí estaba Tooru para calmar su mente y ponerle fin a sus interminables monólogos internos. Con un simple roce entre sus manos y un casto beso en los labios era más que suficiente para Hajime. Comenzaba a pensar que tarde que temprano terminaría haciéndose adicto a sus besos, si no es que ya lo era.

Pero aunque no le guste admitirlo, él quería más. Y no hablando en cuanto a lo físico (ese es un tema aparte en el cual prefiere no pensar; perdería la cabeza de hacerlo) si no a algo más íntimo, emocional. Desde que conoció a Oikawa había tenido ese pinchazo por querer conocer a fondo al castaño; cada rincón de su mente, cada espacio en blanco, cada puerta bajo llave. Todo. Deseaba conocerlo todo.

Deseaba desbordar la presa que significaba Oikawa Tooru.

Debía admitirlo, era un poco estresante el no saber que pensaba el castaño la mitad del tiempo. Y aunque eso fue lo que lo atrajo a él cual magnetos, comenzaba a ponerle los nervios de punta. Tooru no se había pronunciado ante aquella nueva configuración de besos y caricias desbocadas entre los dos, y aunque tampoco se negaba, Iwaizumi quería escuchar en palabras lo que el otro sentía. Muy en el fondo, tenía miedo de haber asustado al castaño con todo el tema de los besos.

Y tal vez jamás lo haría, pues aquella nueva y desbordante felicidad comenzaba menguar.

Hace una semana que no sabía nada de Oikawa. Ni una sola cosa. Había ido a la lavandería donde todo comenzó pero ya no encontraba el rostro cincelado de Tooru. ¿Estaba preocupado? Si, vaya que lo estaba. Intento llamándolo pero cada intento terminaba en el buzón de voz, así que lo dejo porque sentía que golpearía a alguien si volvía a escuchar la voz de la grabadora.

En medio del lio de su cabeza, una pregunta resalto de entre las demás, ruidosa y con el objetivo de perforar su cabeza; «¿Lo extraño?». ¿Lo hacía? Después de darle un par de vueltas y repasar la molesta sensación de pesadez en el picho y picor en los dedos y labios llego a una conclusión: si, lo extrañaba. Más de lo que jamás admitiría.

Así que ahí estaba, caminando por las desoladas y frías calles de la ciudad con un solo lugar en mente; la lavandería Buenos Tiempos. Le dolían los pies y poco faltaba para que dejaran de responder y quedara varado a mitad de la acera. ¿Por qué no fue en su coche si quedaba a 40 minutos de su hogar? Ni idea, cuando se dio cuenta ya estaba a mitad del camino.

Dirty Laundry 『IwaOi』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora