Merecemos todas las rosas del mundo ardiendo a nuestros pies. Lo sabía desde antes de que todo empezara. Lo supe cuando vi la belleza de los pétalos quemados en la habitación de mi hermano la noche en que todos estaban muriendo por amor, como todos esos novios celosos que pasaban conduciendo como cafres hacia su final, o los chicos destruidos como mi hermano rechazado por alguna de las hermosas chicas. También había quienes morían de amor, caminando de la mano o en autos prestados hacia sus casas con ropa que los hacía sentirse de la realeza.
Por otro lado, estaban esas rosas quemadas, cuyos pétalos lucían prematuramente marchitos, todo lo bello y doloroso se extinguía de una sola vez, con todos sus pétalos suaves y sus espinas. A modo de escarmiento por las personas que volvían del baile y por las rosas, supe que lo que todos entendían por amor, era más bien como las espinas del tallo.
Tras varios días de insomnio, repentinamente me sentí dormitar por sobre las rosas calcinadas, sobre un extraño tapete de dolor y tragedia.
Antes de cerrar los párpados por completo, observé como una tenue luz rojiza se proyectaba desde el exterior sobre los pétalos que quedaban junto a mi mejilla, dándoles un encanto de maldad caótica.
Nunca antes había descansado tan plácidamente como ese momento.
- ¡Reduce todas esas descabelladas ideas a cosas concretas! Esta es la última criatura a la que daremos refugio. – Exclamó una extraña voz muy cerca de mí en el momento en que desperté en lugar completamente desconocido, lleno de desorden y muebles de madera.
- ¡Te haré caso en cuanto dejes de hurgar las fechas de mi inventario de criaturas! De no ser por eso, no habrás notado la llegada de la chica. – Se trataba de una pareja de personas rechonchas de baja estatura, con una permanente expresión de rictus y un contrastante ceño fruncido. Sus orejas estaban demasiado cerca de la frente, pero su cabello empezaba a crecer desde la mitad de la cabeza.
- ¡Oh, hola, linda! – Saludó la mujer con una exagerada expresión de ternura. – Soy Mar. Ese feo de allá es mi esposo Albert. Vas a estar segura aquí, solo necesitamos saber tu nombre, preciosa.
- Me llamo Lis... ¿Qué es este lugar? – Pregunté.
- Estas en el expendio MarAl. Nos dedicamos a la madera.- Respondió Albert, antes de continuar hablando con un tono de intriga.- Así que eres una Lis. Nunca escuche nada de tu especie.
- ¿Qué llevas en el pelo? - Lo interrumpió Mar, con un tono de voz excitado.
- ¡No puede ser! – Exclamó Al al tiempo que sacaba de mi cabello un pétalo de rosa chamuscado.- ¡Debe ser una espía! ¡Saca a todas la criaturas de aquí Mar! De seguro planearon un complot.
- ¿Pero de qué hablan? – Inquirí al tiempo que me levantaba apresurada sin poder ocultar la angustia de mi voz.
Antes de que Albert contestara, Mar ya había salido impávida de la habitación para proteger a todas las extrañas criaturas que se veían desde la ventana que daba al patio.
- ¿Cómo preguntas eso? Ya sabemos a quién obedeces. Gracias a tu descuido pudimos crear conjeturas. Eres una rozob. No eres una Lis como dijiste.
- ¡Yo ni siquiera los entiendo! – Alegué al instante.- De donde yo vengo, no hay de esto, ni seres como ustedes ni nadie que se llame Rozob. Me quedé dormida en mi casa y aparecí en su hogar.
- Nuestra intuición nunca falla, estamos seguros de tu complicidad con la maldad de Evangeline. A menos de que tengas alguna forma de demostrar que dices la verdad, te entregaremos al Guardián de las Alas Rotas para que decida que hacer contigo y tus miserables huesos de rozob.