Secretos que matan

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Era sábado en la mañana y los Yorke lo sabían perfectamente. Lo que más odiaba Thom era la luz del día que le pegaba en los ojos todas las mañanas, por lo que siempre se enrrollaba en las sábanas, Rachel conocía perfectamente esos detalles de su marido, pero se levantó más temprano que su esposo como era habitual y el no lo notó. Bajó las escaleras de puntillas hacia la cocina y se preparó una taza de té; Se sintió con el ánimo y las ganas necesarias para prepararle una también a Thom para cuando despertara.
Rachel tomó su té y se dirigió a la sala para tomarlo ahí. Era una mañana muy tranquila y muy silenciosa, justo como siempre lo había querido. Ella se preguntó si empezaría a ser así para siempre, de ahora en adelante...

Luego de terminar su taza de un fino té de limón buscó algo para distraerse antes de comenzar la limpieza y demás cosas de ama de casa. No había nada, todos los libros ya habían sido releidos un montón de veces y no había nada interesante en la televisión a esas horas de la mañana, más que esos horrendos programas de chismes para amas de casa. Ciertamente Rachel tenía más decencia y cultura para caer en eso, por lo que optó por salir a tomar un poco de aire fresco, subió, se quitó la pijama, se vistió y tomó sus llaves; con un poco de suerte encontraría algo para la cena.

Casi una hora después Rachel ya tenía un montón de verduras y especias para preparar comida para la cena, pasó por un puesto de periódicos y compró un volúmen nuevo de "Select", una revista que disfrutaba mucho leer.

En menos tiempo de lo que esperó, ya estaba de vuelta en casa.

Afortunadamente para ella la sala estaba aún vacía y silenciosa. No había rastro de Thom por ninguna parte.

Rachel suspiró y se llevó las manos a las sienes. Tan pronto como se sentó en el sofá el teléfono de la casa sonó. Rachel se sobresalto un poco y sintió un dolor en su pecho.... Pero de todas formas tomó el teléfono.

—¿Hola?— respondió

—Tenemos que hablar...

...

Al otro lado de la ciudad el doctor Jonnathan Greenwood estaba doblando la esquina con gran tranquilidad para llegar a la parada del autobús que lo trasladaría al trabajo. Justo antes de llegar se detuvo en un puesto de periódicos para comprar la revista para la que su hermano trabajaba, ya que el probablemente había olvidado enviarle...

Cuando tomó el autobús solo pudo concentrarse en la vista que Oxford le ofrecía, los suburbios no eran un fabuloso espectáculo pero ese día daban un aire de tranquilidad, lo que Jonny pudo interpretar cómo una señal de que aquel sábado sería un gran día...

—Buenos días Helen— saludó a la recepcionista

—Me llamo Emma— respondió está frunciendo el entrecejo

—Si. Pero tu primer nombre es Helen— se defendió Jonny— Y tu gafete dice...

—¿No tiene asuntos que atender?— interrumpió Helen de manera grosera— ¿Pacientes que sermonear?, ¿Vidas que arreglar?

Jonny hizo una mueca. La recepcionista Helen, desde el día que llegó al consultorio nunca había sido precisamente la persona más feliz del mundo, no, se trataba de una mujer un poco pasada de peso de cabello corto y rizado de un color azabache con algunas canas, y usaba lentes de media luna. Lo que más resaltaba era su mirada de pocos amigos, parecía hora de llegar al fondo del asunto.

—No, por ahora, no— dijo— ¡Oh!, Espera, creo que aquí tengo una

—Déjese de tonterías— la mujer bajó la mirada, aparentando estar trabajando

—Disculpe, pero los problemas de los demás nunca son tonterías para mi... Es por eso que estoy aquí

Helen golpeó la mesa con sus manos y le dedicó una mirada furiosa al psicólogo.

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